La literatura y parte de la filosofía –si es que pensamos en esta última como la sumersión racional en la laberíntica morada afectiva del hombre– están nutridas por el hilo invisible del desamor, extendiendo su red a lo largo de una prosa tejida de sentimentales fragmentos. Werther, en la novela escrita por Goethe sobre el desamor por antonomasia, escribe a su enamorada, antes de suicidarse, que por última vez abrirá los ojos, los cuales no volverán nuevamente a ver el sol, pues la abrumadora imposibilidad de poseerla lo está extinguiendo por dentro. Los celos frente al prometido de aquella, Albert, lo «consumían en febriles dudas», porque el desgraciado daba por hecho que ella, Lotte, «desde aquellas primeras miradas» que cruzaron, lo amaba.
La filosofía también tiene sus embrollos con el desamor. En Remedios de amor, Ovidio da a sus lectores, que han caído en el abismo del eros, una serie de consejos que los ayuden a librarse de «las cadenas que los sujetan, perdiendo el sentimiento del dolor», porque «el amor es un albur, y el vencido puede recuperarse, aunque algunos crean invencible el derrumbe». Para Ovidio el desamor es solo una cara de la moneda; cuando nos toca el lado malo, solo hay que tirarla nuevamente al aire, lidiar con el amor cuantas veces sea posible: «Si quieres una cura para la holganza, ¡enamórate!».
Para Ovidio el desamor es solo una cara de la moneda; cuando nos toca el lado malo, solo hay que tirarla nuevamente al aire, lidiar con el amor cuantas veces sea posible
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Tiempo y crítica contra el desamor
Entre tanto, para los muy heridos que deseen superar al amante del pasado, solo es cuestión de dedicar tiempo al cultivo de una ácida crítica de sus defectos. Dice Ovidio que para olvidar al protagonista de nuestro dolor basta con recordar cada una de sus deslealtades, de manera metódica, de esos defectos físicos y morales que siempre nos fastidiaron, concentrando nuestra atención en los malos recuerdos para que permanezcan «las injurias siempre vivas, desarrollando los gérmenes del odio», curando así nuestra obsesión por el examante, y por tanto sublimando el desamor.
Schopenhauer, no pocas veces malherido a culpa de eros, suelta sus frases iracundas que advierten sobre la terrible amenaza que implica la ceguera de un afecto sobrado hacia otra persona: «El amor es el mal (…) Todo enamoramiento, por muy etéreo que se intente presentar, radica exclusivamente en el instinto sexual», es un maquiavélico truco de la naturaleza para que la especie humana no se extinga. Para Schopenhauer el deseo sexual es lo real, que se elucubra bajo el sentimiento políticamente correcto llamado amor, y que se formaliza con las garras del matrimonio, todo esto tan solo con el afán de que la vida se abra paso y la humanidad siga prevaleciendo en el tiempo. Pero el amor no parece ser cosa de los hombres, o al menos lo es en menor medida, más bien es un asunto de las mujeres, a quienes les encanta atrapar con su belleza y juventud al sexo masculino en aras de asegurar su futuro económico y social.
El filósofo escribe que ellas usan al amor como un pretexto para construir su propia «institución de beneficencia», el matrimonio es la forma práctica de materializarla. Así, el juego de la seducción, la coquetería y todo lo relacionado con dichas formas, disfrazadas de ternura y falsa inocencia, del mundillo del amor, son de índole femenino, viles artimañas, pero de profundidad estética, que en fondo solo buscan atraer al mejor candidato. Los hombres, por su parte, parecen ser las víctimas de esa astucia femenina que los engatusa a los compromisos familiares. Mientras ellas quieren formalidad y estabilidad, ellos solo desean sexo. De tal forma la balanza quedaría equilibrada entre ambos géneros consiguiendo la finalidad determinada por la naturaleza: la de procrear la especie.
¿A qué tipo de superhombres se referiría Schopenhauer? Quizá la proyección de sus fracasos amorosos y su misoginia no le permitieron ver la incongruencia de sus argumentos, sobre todo en su comparación de la naturaleza del impulso sexual entre géneros
Sobre hombres y mujeres
Pero el desamor llega tarde o temprano, y principalmente toca la puerta de los hombres. El desencanto llega cuando la mujer antes deseada se convierte en ese monstruoso ser que exige manutención y que al mismo tiempo va haciéndose vieja. Para el filósofo, el desencanto llega con la edad, pero no precisamente del género masculino, sino de ellas, quienes «después de los cuarenta años ya es incapaz de satisfacer sexualmente al hombre», mientras que, según Schopenhauer, «el impulso sexual del hombre, en cambio, dura más del doble». No es abusivo mencionarlo ni cosa por demás curiosa preguntarse, ¿a qué tipo de superhombres se referiría Schopenhauer? Quizá la proyección de sus fracasos amorosos y su misoginia no le permitieron ver la incongruencia de sus argumentos, sobre todo en su comparación de la naturaleza del impulso sexual entre géneros, no queriendo aceptar que, más bien, eso que él aseguraba, se cumplía de forma más común a la inversa. Quizá ahora las mujeres le meterían un gol.
Pero el desamor, ese horroroso sentimiento que abruma a cualquiera, también podría tener su lado positivo. Otro filósofo, Sören Kierkegaard, escribía que el donjuanismo y el carácter enamoradizo distinguía al buen poeta o escritor del resto de los escritores mediocres. El secreto para Kierkegaard radicaba en tener un amor frustrado en la realidad para que pudiera convertirse en una resolución lírica. La dignidad de la literatura recae en expresar ese profundo dolor o ese deseo de amor concedido –que en la vida es un amor frustrado–, en un poema o en una novela, sin caer en el lugar común, en la autocomplacencia o en la típica cursilería que un hombre bien casado o un joven escritor sexualmente satisfecho generalmente imprimirían en sus obras.
Kierkegaard escribía que el donjuanismo y el carácter enamoradizo distinguía al buen poeta o escritor del resto de los escritores mediocres
Goethe hizo algo parecido a lo que un siglo después Kierkegaard recomendaba. Usando de inspiración su propia desgracia amorosa, publicaría en 1774 sus propias cuitas sublimadas en su Werther. Goethe se enamoró de Charlotte Buff, una mujer de diecinueve años, que como muchas de las mujeres de la época, se comprometió con un hombre mayor que ella y de cierto poder adquisitivo, uno con el que el entonces joven escritor no contaba.
Pasión y poesía
Goethe, oprimido por la tristeza y el desamor, incluso llegó a pensar en el suicidio, aunque su amor por la vida ganó la batalla; adicionalmente, su afilado talento literario lo salvaría de la autodestrucción, convirtiendo ese malestar en arte. Porque, como escribiría Kierkegaard, «si la pasión pertenece al amor, el amor tiene que ser no-dialectico en sí mismo, para que la poesía pueda ver en ese hombre un amante desdichado». La contradicción entre la realidad de padecer a causa de un amor frustrado y la resolución ilusoria de suicidar a Werther logró liberar al escritor de esa tremenda agonía que el desamor le estaba consignando. La muerte de Werther vislumbró «la nueva vida» de Goethe.
Nadie se salva de la desgracia de sufrir por alguien, sobre todo aquellos temperamentos de sobrada melancolía en los que la sensibilidad y el espíritu creativo tienden a la cadencia del enamoramiento una y otra vez. Para ellos será necesario ir aprendiendo que toda pasión tiene una historia cíclica que oscila entre la admiración desaforada por la otra persona, la idealización hasta de los defectos más viles, hasta el irremediable desencanto de lo que en el pasado proporcionaba entusiasmo.
Schopenhauer: «La presencia de un pensamiento es como la presencia de un amante: así como creemos que jamás vamos a olvidar un pensamiento, también creeremos que el amante jamás nos dejará de importar. Y, sin embargo, lo que no se ve se olvida»
El desamor es lo inevitable, pero quedémonos con uno de los mejores consejos que he leído para curar la tristeza provocada por un abandono, por el desengaño, por una traición o por una ruptura intempestiva, y es que, como escribe Schopenhauer, «la presencia de un pensamiento es como la presencia de un amante: así como creemos que jamás vamos a olvidar un pensamiento, también creeremos que el amante jamás nos dejará de importar. Y, sin embargo, lo que no se ve se olvida. Hasta los pensamientos más hermosos se pierden para siempre si no se ponen por escrito». Del mismo modo, para que sea más fácil el olvido de un amante, y menos doloroso el desamor, hay que evitar formalizar por escrito nuestra pasión: casarse siempre está de más.
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