«La teoría del psicoanálisis de Freud es una teoría enorme que lo abarca todo: no explica una sola cosa, como por qué tememos a las arañas, nos enamoramos, negamos nuestra inmortalidad o nos gustan las hamburguesas, sino que las explica todas», se lee en el libro ¿Qué haría Freud…? editado recientemente por Larousse. En él se analizan problemas cotidianos reuniendo las posibles respuestas que darían los grandes terapeutas. Freud está entre ellos y es el que aparece en el título: para eso se lo inventó.
Nacido el 6 de mayo de 1856 en Freiberg (Moravia) en una familia judía, se doctoró en medicina y se dedicó al estudio del cerebro y las enfermedades nerviosas. «Desde el principio había mostrado pretensiones de ir más allá de la medicina; en concreto, quiso asumir tareas filosóficas y traducir la metafísica a metapsicología», se lee en la Enciclopedia de obras de filosofía, de Franco Volpi. ¿Cómo fue eso? Su investigación comenzó junto al conocido neurólogo Charcot, en París. Allí Freud se interesó por los efectos terapéuticos de la hipnosis, a través de los cuales vislumbró el concepto del psicoanálisis y su práctica para avanzar en el conocimiento de la mente.
Freud quiso ir “más allá de la medicina; quiso asumir tareas filosóficas y traducir la metafísica a metapsicología”, se lee en la Enciclopedia de obras de filosofía, de Franco Volpi (Herder)
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Histórica y geográficamente, el hallazgo se inserta en la efervescencia cultural de la Viena de fin de siglo, pero su recorrido fue mucho mayor. El psicoanálisis ejercería una influencia enorme sobre la imagen del individuo y de sus relaciones familiares, sentimentales, sociales…, pero también sobre cualquier manifestación cultural que, desde entonces, podría ser vista desde la perspectiva freudiana. «Las costumbres se modifican al chocar con la teoría psicoanalítica –explica la Historia de la filosofía de Reale y Antiseri (Herder)– y los términos fundamentales que esta utiliza (complejo de Edipo, represión, censura, sublimación, inconsciente, superyó, transferencia, etc.) son ya parte integrante del lenguaje ordinario y —para bien o para mal, con más o menos propiedad, con razón o sin ella— constituyen herramientas interpretativas del desarrollo más global de la existencia humana». Por eso nunca está de más recordarlos.
Complejo de Edipo
La infancia es un periodo vital en el desarrollo de la personalidad. En el mundo freudiano, la salud psíquica del adulto dependerá prácticamente de los traumas asociados a este periodo. Uno de los más frecuentes es el complejo de Edipo, que sitúa al niño en un trío afectivo, pseudoamoroso, con sus padres. En su forma más habitual, el pequeño varón se sentirá atraído por su madre y verá al padre como un rival competidor. También puede suceder al contrario, lo que se denomina complejo de Edipo negativo. En palabras de Freud: «El niño concentra en la persona de la madre los deseos sexuales y concibe impulsos hostiles contra su padre, al que considera un rival. Mutatis mutandis, la niña asume una actitud semejante».
La forma habitual de resolución del conflicto es por temor de castración… en el plano teórico, claro está. En la práctica, el complejo va perdiendo fuerza a medida que el niño experimente también afecto en relación al padre, además del temor al castigo. Así se conseguirá el desplazamiento del objeto amado que ya no tendrá por objetivo ninguno de los dos progenitores.
El complejo de Edipo sitúa al niño en un trío afectivo, pseudoamoroso, con sus padres
Ello, yo y superyó
Para Freud la personalidad se estructura en tres niveles o estratos, cada uno con funciones distintas:
- El Ello es la parte primitiva, desorganizada e innata de la personalidad. Está presente al nacer y representa nuestros impulsos, necesidades y deseos elementales como la necesidad de obtener comida, la agresividad, así como la búsqueda del sexo. Obedece al principio del placer y desconoce las exigencias de la realidad.
- El Yo se encarga de cumplir, de manera realista, los deseos y demandas del Ello. El Yo evoluciona según la edad y las distintas exigencias del Ello actuando como un intermediario o negociador contra el mundo externo. Sigue al principio de realidad, satisfaciendo los impulsos del Ello de una manera apropiada y razonable.
- El Superyó es la parte que contrarresta al Ello y se ocupa de los juicios morales. Sus funciones son evaluar, valorar, quizá reprochar… Se trata de una instancia que no está presente desde el principio de la vida del sujeto, sino que es adquirida. Nace con la interiorización de la autoridad familiar y se desarrolla al ir adoptando ideales, valores o conductas propuestos por diversas figuras de la sociedad.
El Yo es la pantalla que criba las exigencias del Ello y valora la normatividad del Superyó
Inconsciente
El meollo de la cuestión. La razón de ser de todo esto. El inconsciente es el objeto principal de estudio del psicoanálisis y designa el lugar psíquico, desconocido para la consciencia, donde se reúnen los contenidos reprimidos. Desconocido, pero no ajeno, ya que, aunque la consciencia no tiene acceso al inconsciente, este si es capaz de revelarse a través de mecanismos como los sueños, los lapsus, los chistes o los juegos de palabras. Según Freud, «el núcleo de lo inconsciente está constituido por representaciones pulsionales, que aspiran a descargar su propia energía, por movimientos de deseo».
Se trata de uno de los tres elementos que componen el aparato psíquico. Los otros dos serían el consciente, la parte más próxima al mundo exterior con funciones principalmente perceptivas e informativas; y el preconsciente, una pantalla o filtro entre el inconsciente y la conciencia. Comprende los pensamientos y vivencias que en un momento dado no son conscientes, pero que pueden convertirse en tales, mediante un esfuerzo de atención, a diferencia de lo inconsciente cuyos contenidos son activamente rechazados de la conciencia por fuerzas como la censura y la represión.
También el inconsciente –o, mejor, lo inconsciente– escribe Freud en Nuevas aportaciones al psicoanálisis «es la parte oscura, inaccesible de nuestra personalidad; lo poco que de ella sabemos lo hemos aprendido del estudio de la labor onírica y de la formación de los síntomas neuróticos […]. Al ello nos acercamos con metáforas: lo llamamos caos, un montón de excitaciones hirvientes […]. Impulsos de deseo que no han ido nunca más allá del ello, pero también impresiones hundidas en el ello por la represión, son virtualmente inmortales, se comportan después de decenios como si hubieran acontecido recientemente. Solo cuando se vuelven conscientes por la labor analítica se reconocen como pasado, se devalúan y quedan privados de su carga energética, y sobre esto se funda, y no mínimamente, el efecto terapéutico del tratamiento analítico».
Libido
Para Freud, la libido es el impulso o energía fundamental de toda actividad psicológica y que, según él, es de naturaleza sexual. Este fue uno de los principales puntos de desencuentro con Jung, quien decía que esa naturaleza sexual era una de otras tantas formas que podía adoptar dicha energía.
Freud la comparaba con el hambre, esa llamada «a través de la cual se manifiesta el instinto de supervivencia», así como la libido designa la fuerza a través de la cual se manifiesta el instinto sexual. La diferencia entre estas estriba en que, mientras que en el hambre no hay nada pecaminoso y, por tanto, no desencadena la represión, las pulsiones sexuales sí se reprimen, para reaparecer más tarde en sueños y neurosis. Descubrir que, con frecuencia, dichas neurosis tienen relación con sucesos de la vida amorosa reprimidos se convertirá en uno de los hitos del psicoanálisis, que concluye «que las perturbaciones de la vida sexual son una de las causas más importantes de la enfermedad».
Si el hambre es la llamada a través de la cual se manifiesta el instinto de supervivencia, a través de la libido se manifiesta el apetito sexual
Pulsión
Si los instintos son lo que acerca al hombre al reino animal, las pulsiones lo diferencian. Según Freud, la pulsión es un concepto fronterizo entre lo somático y lo anímico, el«representante psíquico de poderes orgánicos». Se trata de una fuerza constante que –como afirma en Pulsiones y sus destinos– se compone de:
- Una fuente: la zona del cuerpo donde se origina. La boca, el ano…
- Un empuje: la magnitud de excitación capaz de movilizar, su «carga».
- Un objeto: aquello hacia donde se dirige el movimiento pulsional, de carácter variable.
- Un fin: la satisfacción, que se realiza en la propia fuente.
Sueños
Provistos desde la Antigüedad de significados proféticos o reveladores, Freud los convierte en la vía privilegiada para sacar a la luz el inconsciente y llevarlo a la conciencia. Los sueños tienen como función esencial la realización simbólica de los deseos reprimidos, ya que en la vida onírica existe menos represión. En este terreno, Freud distingue entre contenido manifiesto y contenido latente del sueño. El primero es el relato del sueño tal como el sujeto lo comunica, mientras que el latente es el sentido oculto que es preciso desvelar, a menudo a través de procesos de asociación libre. Este consiste en que el analizado exprese, durante las sesiones de la cura psicoanalítica, todas sus ocurrencias, ideas, imágenes, emociones, pensamientos, recuerdos o sentimientos, tal cual como se le presentan, sin ningún tipo de selección, restricción o filtro, aun cuando el material le parezca incoherente, impúdico, impertinente o desprovisto de interés.
Provistos desde la Antigüedad de significados proféticos o reveladores, Freud los convierte en la vía privilegiada para sacar a la luz el inconsciente
Transferencia
El proceso por el que, en el marco de una sesión de terapia, los deseos inconscientes del paciente se repiten volcados hacia la figura del psicoanalista. Se trata de una proyección de sentimientos sobre el terapeuta que, en realidad, tienen que ver con otras personas. Freud entendía que la transferencia era necesaria en la terapia para traer a la luz aquellas emociones reprimidas que habían estado causando problemas al paciente por tanto tiempo. Si la transferencia se desarrolla en un marco de confianza, sincero y mesurado constituye un estímulo definitivo para el devenir del trabajo analítico común. Pero también puede manifestarse como una hostilidad y traducirse en resistencia, lo que pone en peligro el resultado mismo del tratamiento. En cualquier caso, es la parte más difícil e importante de la técnica analítica y de su éxito se deriva el resultado.
¿Qué haría Freud…?
¿Qué haría Freud…? es el título de uno de los libros de Larousse dedicados a solucionar problemas cotidianos desde varias perspectivas: filosófica, feminista, política… El que tiene a Freud en portada lleva este subtítulo: Cómo los grandes psicoterapeutas resolverían tus problemas cotidianos, y a eso se dedica a lo largo de sus casi 200 páginas: a repasar las respuestas que –además de Freud– Carl Jung, Alfred Adler, Melanie Klein, Erich Fromm o Daniel Kahneman podrían dar a tu miedo a volar, a las dudas sobre lo que te cuenta tu pareja, a la imposibilidad de dejar de mirar el móvil o esa manía de dejarlo todo para más tarde. Porque… ¿a quién no le vendría bien, en estas situaciones, una ayudita de aquellos que han investigado a fondo los misterios de la mente? El texto lleva la firma de Sarah Tomley y las ilustraciones son de Gareth Southwell.
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