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F+ Estudiar y crear el futuro

Dosier: Diseño de futuro

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A diferencia del pasado, no podemos enviar exploradores en busca de evidencias en los restos arqueológicos o en los libros porque el futuro no existe. Nuestra mejor herramienta para indagar sobre la realidad, el método científico, resulta, en sentido estricto, inaplicable. Podemos formular hipótesis sobre lo que está por venir, pero no podemos diseñar experimentos que nos permitan refutar su validez hoy. © Ana Yael.

A diferencia del pasado, no podemos enviar exploradores en busca de evidencias en los restos arqueológicos o en los libros porque el futuro no existe. Nuestra mejor herramienta para indagar sobre la realidad, el método científico, resulta, en sentido estricto, inaplicable. Podemos formular hipótesis sobre lo que está por venir, pero no podemos diseñar experimentos que nos permitan refutar su validez hoy. © Ana Yael.

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Pocas cosas nos preocupan y nos ocupan tanto como el futuro. De no ser así, no gestionaríamos agendas, no intentaríamos anticipar si lloverá o hará sol, no planificaríamos nuestras vacaciones o nuestra carrera profesional, no ahorraríamos y no invertiríamos en nuevas empresas de tecnología o en un plan de pensiones. Seríamos meros receptores pasivos de lo que está por llegar. La realidad es que el tiempo y el esfuerzo que dedicamos al futuro es posiblemente tanto o más que el que dedicamos al pasado o al inasequible presente.  

El futuro nos interesa porque, como dijo Woody Allen, es donde pasaremos el resto de nuestra vida y porque, de alguna manera, creemos que está en nuestra mano hacerlo más habitable. Analizamos en este dosier el estudio y la creación del futuro de la mano de dos expertos: Isabel Peñuelas, consultora de Innovación y Diseño de Futuros y directora de The Future Factory, y Francisco Jariego, autor e investigador independiente; ambos son, además, promotores de Tecnofuturos.com.

Lo sorprendente, comienzan señalando Peñuelas y Jariego, dada esa preocupación y ocupación por el futuro que tenemos como individuos, es que nuestras sociedades no inviertan un mayor esfuerzo en diseñar el futuro. Hace ahora cerca de un siglo, H. G. Wells se sorprendía de que, habiendo cientos de miles de personas que estudiaban historia, no existiera ni una sola cuyo trabajo a tiempo completo fuera estudiar el futuro. Y llamaba la atención sobre la falta de previsión con que la sociedad del momento se enfrentaba al progreso, maravillada por los avances de la ciencia y la innovación tecnológica, pero completamente pasiva ante sus implicaciones e incapaz de adelantarse a ellas. En un siglo, la situación no ha cambiado demasiado.

Solo hay que pensar en la deliberada pasividad con que hemos contemplado la amenaza del cambio climático durante los últimos cincuenta años. Las posibilidades que nos ofrecen la ciencia y el desarrollo tecnológico hoy son mayores que nunca, pero también los riesgos y los retos a los que nos debemos enfrentar: la superpoblación, el envejecimiento, el cambio climático, la desigualdad son problemas complejos que no podemos abordar con planteamientos simplistas, aplicando las viejas fórmulas del pasado. Esto es lo que hace particularmente interesante y oportuna la reflexión sobre la manera en que debemos contemplar el futuro. Si hace un siglo Wells demandaba profesores de futuro, hoy más que nunca, nos hacen falta profesores, investigadores y exploradores de futuros.

Estudiar el futuro es, no obstante, una tarea extraña. La semántica del término «futuro» es engañosa. A diferencia del pasado, no podemos enviar a nuestros exploradores en busca de trazas o evidencias en los restos arqueológicos o en los libros por la sencilla razón de que el futuro no existe. En consecuencia, nuestra mejor herramienta para indagar sobre la realidad, el método científico, resulta, en sentido estricto, inaplicable. Ciertamente, podemos formular hipótesis sobre lo que está por venir, pero no podemos diseñar experimentos que nos permitan refutar su validez hoy. Cuando nos referimos a los estudios de futuros como una disciplina o conjunto de técnicas de carácter científico, nos movemos en un terreno filosóficamente pantanoso. Por otra parte, es evidente que las acciones que tomamos hoy o nuestra inacción influyen en el devenir de los acontecimientos futuros.

En este dosier argumentamos que hay dos cosas que podemos hacer con el futuro, no necesariamente excluyentes: anticiparlo y crearlo. El futuro no se puede predecir, pero es posible navegarlo mejor, imaginar y anticipar futuros alternativos, analizar su plausibilidad y acordar cuáles de esos futuros son preferibles. Y es posible invertir en la creación de algunos de esos futuros. Lo hacemos constantemente. La pregunta que nos planteamos es: ¿lo hacemos de la mejor manera posible? ¿Tenemos las herramientas necesarias para una acción colectiva eficaz? ¿Y justa?

Futurismo y futurología son dos términos que hoy utilizamos con frecuencia para referirnos a lo que en su concepción moderna sueles denominarse con preferencia estudios de futuro o de futuros

¿Qué es el futurismo?

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La señal y el ruido, de Silver (Ediciones Península).

El término «futurología», del latín (futurum o futuro) y el sufijo griego logia (la ciencia de), se atribuye al profesor alemán Ossip Flechteim, que en 1943 lo habría propuesto como denominación para una disciplina académica que combinase matemáticas, ingeniería, tecnología, economía, diseño, historia, física y filosofía.

El término «futurismo» surgió para describir un movimiento de vanguardia artístico de principios del siglo XX, impulsado por Filippo Tomasso Marinetti y ligado al movimiento fascista, que buscaba romper con la tradición en la historia del arte y abrazar el cambio, la originalidad y la innovación en la cultura y en la sociedad.

Futurología y futurismo son solo dos de los numerosos términos (Sardar, 2010) que a lo largo historia se han utilizado para capturar la inquietud del ser humano por la anticipación. En la década de 1960 comienzan a aparecer en revistas estadounidenses para describir a las personas, científicos, economistas, políticos en su mayoría, que se interesaban por el futuro con una actitud, digamos, «profesional». Hasta ese momento su presencia había sido tan escasa que, en 1964, la revista Fortune se refería a los futuristas con la expresión wild birds (pájaros salvajes). En el prólogo del libro What Futurists Believe (Lo que creen los futuristas), publicado en 1989 por Coates and Jarratt, Edward Cornish, antiguo presidente de la World Future Society, nos dice que los futuristas han llegado a ser aceptados por la sociedad no «porque tengan las respuestas correctas, sino porque hacen las preguntas correctas».

La tesis de los autores del estudio es que un buen futurista debe, como mínimo, saber reconocer y describir correctamente la situación objeto de estudio, proporcionar una imagen coherente del futuro y una hoja de ruta o descripción de cómo llegar hasta él, mientras que el futurista excelente nos aportará una visión única, tendrá un sentido de la historia y será capaz de producir imágenes del futuro que capturaran nuestra imaginación ancladas en los problemas del presente (Coates and Jarratt, 1989).

Futurismo y futurología son dos términos que hoy utilizamos con frecuencia para referirnos a lo que en su concepción moderna suele denominarse con preferencia estudios de futuro o de futuros, que es como nos referiremos en lo sucesivo a esta laxa disciplina.

¿Podemos ver el futuro?

«Muad’Dib podía realmente ver el futuro, pero hay que comprender que su poder era limitado. Pensad en la vista. Uno tiene los ojos, pero no puede ver sin luz. Si uno está en el fondo de un valle, no puede ver más allá de ese valle. Igualmente, Muad’Dib no podía mirar siempre en el misterioso terreno del futuro. Nos dice que cualquier oscura decisión profética, tal vez la elección de una palabra en vez de otra puede cambiar totalmente el aspecto del futuro. Nos dice: ‘La visión del tiempo se convierte en una puerta muy estrecha’. Y él siempre huía de la tentación de escoger un camino claro y seguro, advirtiendo: ‘Este sendero conduce inevitablemente al estancamiento’».
Frank Herbert, Dune (traducción de Domingo Santos)

1, 2, 3 anticipa 4. Excepto si tienes una larga serie temporal que dice 1, 2, 3, 1, 2, 3, 1, 2, 3… Entonces anticipa 1. Pero podría ser 4 esta vez, ¿no te parece? ¿Se puede predecir el futuro? La respuesta corta es no. Pero esta respuesta no hace justicia a la profundidad de la pregunta, porque lo cierto es que constantemente hacemos predicciones sobre el futuro y en un altísimo porcentaje de las ocasiones nuestras predicciones son acertadas.

¿Y qué podemos predecir?

Un cazador o un jugador de béisbol realizan actividades en las que es necesario proyectar, en este caso, la trayectoria de un móvil a muy corto plazo. El lanzador de béisbol debe calcular la trayectoria que seguirá la bola que lanza sobre el bateador y este anticipar en qué momento y posición golpear con el bate. El cazador que arroja una piedra, una lanza o dispara con una escopeta debe anticipar el movimiento de su presa, dirigir su arma a un espacio vacío que estima que, en un breve instante, con gran probabilidad, ocupará su presa. En el béisbol, el objeto de atención, la bola, es un ser inanimado; en la caza, se trata de otro ser vivo. En ambos casos debe extrapolarse su movimiento. Nuestra mente está proyectando el futuro y lo hace de manera casi inconsciente y automática, como resultado de un entrenamiento que forma parte de nuestro desarrollo y que, de alguna manera, está codificado en nuestra genética.

La hipótesis del movimiento (Solé Ricard et al., 2019) plantea que la exploración activa del entorno espacial de un organismo fue un paso clave en la trayectoria evolutiva que dio lugar al cerebro. Bajo su punto de vista, la predicción es tanto una causa como una consecuencia del movimiento de los animales, y su implementación fue lo que determinó la aparición de la red neuronal responsable del aprendizaje. Pero nuestra capacidad de anticipación va mucho más allá del movimiento de objetos simples en intervalos de tiempo muy limitados.

El portero de un equipo de fútbol debe adivinar la intención del delantero del otro equipo o simplemente jugársela y arrojarse hacia un lado u otro, para intentar detener un penalti. Anticipa un movimiento, pero antes una decisión del delantero. Está realizando un sencillo cálculo de probabilidades. En el caso de un jugador de póquer o un inversor en el mercado de valores, ese cálculo de probabilidades sobre el futuro se complica y al mismo tiempo se convierte en la esencia de la actividad.

Nuestra capacidad de anticipación y cálculo probabilístico nos permite proyectar aún más lejos, podemos anticipar que Madrid, París o Londres continuarán siendo muy probablemente algunas de las grandes ciudades de Europa dentro de cinco o diez años. Sería más aventurado asegurar que lo seguirán siendo dentro de cien años, pero no completamente descabellado. Es plausible, aunque si tuviéramos que apostar seríamos cautos.

Planes de futuro

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Sapiens. De animales a dioses, de Yuval Noah Harari (Debate).

Cuando planificamos nuestra agenda de la semana o cuando decidimos que dentro de un mes nos encontraremos con un cliente en un hotel de una remota ciudad que todavía no conocemos y que hablaremos sobre el desarrollo de un nuevo producto que nuestra empresa planea lanzar al mercado, entramos de lleno en un nuevo ámbito de nuestra capacidad de anticipar el futuro. Lo mismo que cuando compramos una entrada para asistir a un concierto, decidimos que el próximo mes de agosto iremos a la playa, o simplemente cuando vamos a recoger a nuestros hijos al colegio a las 17,00 h y, ¡oh maravilla! allí están, saliendo por la puerta. Aquí ya no hablamos de movimientos predecibles o en breves periodos de tiempo o estimaciones de probabilidad. En todos estos casos somos capaces de dibujar el futuro de una manera bastante razonable y comprometemos acciones a futuro.

En Homo Prospectus (Seligman et al., 2016), los autores argumentan que lo que hace a la especie humana singular no es el lenguaje, las herramientas, la cultura o la capacidad de colaboración a gran escala, como defiende, por ejemplo, Yuval Harari (Harari, 2014). Según ellos, lo que nos distingue es una singular capacidad y una obsesión por contemplar el futuro. Nuestra capacidad de prospección es lo que nos convierte en sabios.

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Una respuesta

  1. Avatar de Maribel Noguera
    Maribel Noguera

    Buenas noches,
    Verdaderamente no estamos a la altura de los retos que se nos presentan, presentes y futuros. En mi humilde opinión, por lo que he observado toda la vida, el principal error ha consistido en la educación, más bien en la falta de ésta, puesto que se plantea, incluso actualmente, como un medio de aprendizaje enfocado exclusivamente para intentar garantizar un futuro sustento ecomómico de la persona. De este modo, se ha ignorado constantemente, desde prácticamente todos los ámbitos, aquéllo que realmente es necesario para evitar cualquier daño: el respeto, a todo: a nosotros mismos, al trabajo ajeno, a la naturaleza, a la existencia… mientras sigamos educando en «la excelencia» «el éxito» y la productividad, imponiendo la creencia en mitos absurdos, no enseñando a analizar la realidad y fomentando el pensamiento crítico, no cambiaremos nada. Un saludo

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