Desde el ensayo y desde la novela, las voces del filósofo Diego S. Garrocho y del escritor Juan Miguel Contreras reflexionan sobre la nostalgia. Bien mediante la investigación o echando manos de tramas y personajes, ambos autores sintonizan con uno de los puntos fuertes de discusión y reflexión de la época contemporánea. Un tiempo proclive a este sentimiento que Garrocho denomina nostalgia mood.
Por Pilar G. Rodríguez
«¿Cómo contemplar la imagen de lo que fuimos sin tomar conciencia de lo que nunca seremos?». «Nunca podré ser el tipo de persona que una vez imaginé». «¿Dónde están las cosas que ya no están?». «¿Cuántas cosas hemos dejado por el camino». Podría ser una especie de juego adivinar a qué libro de los dos que se revisan aquí pertenecen cada una de las frases anteriores. La segunda lleva la pista incorporada de la primera persona, pero, por lo demás, Sobre la nostalgia, de Sergio S. Garrocho, y Canciones de cuna y de rabia, de Juan Miguel Contreras, proponen caminos paralelos o cruzados alrededor de este sentimiento.
El de Garrocho es explícito desde el mismo título, pero la novela de Contreras tendrá que justificarse. El argumento, a grandes rasgos, es la historia de un profesor de literatura que escribe un artículo sobre un pasado incómodo para la localidad donde creció y fatal para su trabajo: lo pierde y vuelve a ese mismo pueblo donde le espera la casa con sus recuerdos, viejos amigos y sus historias y un presente reactivo al contacto con todas aquellas vivencias del pasado. En uno de los capítulos, Abel, el protagonista, en pleno nostalgia mood, reúne a su círculo más cercano de amistades del colegio. Uno de ellos
–curiosamente ninguno de los protagonistas– afirma, animando a un brindis: «La nostalgia es lo único que tenemos».
«¿Dónde están las cosas que ya no están?», escribe Diego Garrocho en Sobre la nostalgia. «¿Cuántas cosas hemos dejado por el camino?», se pregunta el protagonistas de la novela de Juan M. Contreras
Animales de nostalgia
Pero más que de tener, como señalaba ese personaje de Canciones de cuna y de rabia, se trata de ser. Que el ser humano es un animal de nostalgia es una de las tesis que Garrocho justifica en su ensayo. A la pregunta por quiénes somos, el ensayo responde: «Un animal que añora». Entre todos los matices de lo humano, esta particular percepción del tiempo sería el rasgo definitivo. Y se remonta hasta Aristóteles, quien en el tratado Acerca del alma ya lo advirtiera: «Vivimos, amamos, pensamos y sentimos naturalmente en tiempo presente, pero ese instante viene siempre determinado desde un pasado y hacia un futuro», recuerda Garrocho.
Cierta conciencia de tiempo no es preceptiva solo del ser humano; también los animales la poseen. Exclusivamente humana es la reminiscencia, concepto sobre el que Platón había armado, si no toda, buena parte de su obra y que Aristóteles recupera en algunos escritos con aportaciones «singularísimas –en palabras de Garrocho– como, por ejemplo, el hecho de que para el estagirita la anámnêsis o rememoración se realiza, no solo con el alma o la mente (psyché), sino con el cuerpo, como en el poema de Borges, con todo el cuerpo». Habla de la línea final de El amenazado: «Me duele una mujer en todo el cuerpo». La poesía está presente en diversos puntos del ensayo y lo estuvo aún más en la presentación del libro la pasada primavera en Madrid, gracias, sobre todo, a los comentarios del profesor de literatura hispanoamericana Jesús Cano Reyes, que salpicó su charla con numerosos versos, además de reveladoras anécdotas sobre la amistad con el autor y la gestación del libro. Por ello y porque la nostalgia es un tema que capitalizó la literatura en especial del siglo XIX, la libertad de unirlo en esta revisión con una novela con la que se cruza en diversos puntos. Este de echar de menos con todo el cuerpo es otro de ellos: «La añoro porque es real (…). Porque su cuerpo huele, duele y se deja tocar aun en su ausencia. Porque su olor y su tacto son experiencias que mi biología reconoce con insólita naturalidad. Porque cuando no está no puedo defenderme con la poesía. Porque cuando no está no puedo revocarla con la memoria», se lee en Canciones de cuna y de rabia.
Por las referencias literarias del ensayo y porque la nostalgia es un tema vital en la literatura, la libertad de unirlo, en esta revisión, con una novela con la que se cruza en diversos puntos
Otra de las claves a la hora de examinar es justamente la que apuntaba ese personaje: la imposibilidad de clausurar la memoria, su terquedad, especialmente cuando uno se empeña en olvidar… Es inútil. No funciona y, de hecho, funciona al revés, llevando la contraria, como recuerda Garrocho con la anécdota de Kant y su criado Lampe de las líneas que siguen en el recuadro.
¿Hay cura para la nostalgia, Diego S. Garrocho?
«Esta es otra de la paradojas fascinantes de la nostalgia. La pregunta solo tendría sentido si, en efecto, concediésemos que la nostalgia es una enfermedad. Desde la segunda mitad del XIX no solo no se considera una patología, sino que llegó a asumirse como un rasgo de distinción, como antes lo fue la melancolía. En cualquier caso es más que interesante preguntarnos cómo querríamos reparar la nostalgia: con una cura de memoria o con una terapia de olvido. Si existiera algo así como una memoria objetiva y fehaciente podríamos confiar en que esa memoria terapéutica nos demostrara que los días pasados no fueron tan felices como los imaginamos. Otra opción sería recurrir, como señalara Nietzsche, al olvido como fármaco, como un recurso defensivo. En tal caso se haría enormemente difícil ejecutar dicho recuerdo porque nadie puede ni enseñarnos ni obligarnos a olvidar. Cuentan que el propio Kant fijó en su escritorio el imperativo de ‘olvidar el nombre de Lampe’ , su mayordomo. El problema es que cada vez que nos recordamos la conveniencia de olvidar estamos haciendo imposible ese olvido (…). Una universidad que enseñara a olvidar tendría mucho más éxito que ese entrenamiento de la memoria al que se ha consagrado nuestra tradición pedagógica desde Simónides hasta nuestros días».
Nostalgia de la historia: trauma y leyenda
Así visto, y ante la disyuntiva trauma o nostalgia, pudiera parecer que esta última es más sana. Pero esto no tiene por qué ser así y se ve más claro sacando la nostalgia del ámbito personal y llevándola de paseo por las calles de la ciudad. Para ilustrar con un ejemplo la mencionada dicotomía, Garrocho se va a Berlín, porque allí donde «Speer proyectó su eje Norte-Sur en la capital mundial de la Germania nazi (…) –en este punto el autor manifiesta estar en deuda con las aportaciones de A. Huyssen– descansa el memorial de los judíos asesinado de Europa». Es decir, aquello que cumple el deber de memoria con lo que nunca puede ser olvidado cumple de igual manera esa función con el proyecto de conmemoración del sueño totalitario. La nostalgia no es buena ni mala, ni admite valoración moral, sino que siempre depende de sobre qué se vuelca. Si se acerca el foco, ¿no puede también representar el conflicto entre trauma o nostalgia un monumento como el Valle de los Caídos? ¿No es la historia reciente de este país, Transición incluida, un buen ejemplo de juego de ambos mecanismos?
«Es más que interesante preguntarnos cómo querríamos reparar la nostalgia: con una cura de memoria o con una terapia de olvido»
En el capítulo titulado Políticas del mito, la memoria y el olvido, Garrocho se retrotrae al año 403 a. C. en Atenas, cuando, tras la derrota de los Treinta Tiranos, explica que tuvo lugar el primer intento formal y explícito de cancelación del pasado mediante una orden de olvido. El victorioso general Trasíbulo fue el encargado de hacerla expresa: «No recordar las desgracias». Y sobre esas palabras y sobre el castigo de quienes intentaron o quisieron recordar se asentó la nueva ciudad.
En la novela de Juan Miguel Contreras, la pareja de amigos que forman Abel y Roberto tienen abundantes conversaciones sobre su pasado y sobre el pasado del país y la forma en que a ambos les constituye. Están en los cuarenta y tantos, proceden de familias de distinto ámbito y suerte –tomando como referencia la Guerra Civil– y andan obsesionados con ese tiempo si no perdido, sí de limbo y engaño que les pareció la Transición; vitalmente, su juventud. «Realmente los 80 fueron asquerosos. Los antaño antifranquistas estaban mudando la piel, igual que los franquistas. Y nosotros lo que queríamos era ligar, pasarlo bien, pillar de vez en cuando algo que nos volase la cabeza, más libros e ir a vivir donde hubiera conciertos. La vida, en definitiva, no la política». No había un Trasíbulo tras ellos prohibiendo, que eran los 80; pero sí una exhortación a mirar hacia delante –y no hacia atrás–; a divertirse, a colocarse… Y prosigue Abel: «Nos vendieron lo de la Transición, que en el fondo no era más que otra vez lo mismo, pero con más colorido y menos represión». ¿No fue este periodo un nuevo intento político, en versión moderna y patria, de asentar el futuro de un país sobre la premisa de la desmemoria? Los dos amigos hablan largamente, muchas veces están de acuerdo y otras no. Una de ellas es cuando Roberto hace este reproche a su amigo: «Sin embargo, a los perdedores sí que les reprocho algo. Y a ti también, Abel (…), lo que os reprocho es haberos dejado robar la memoria».
En el ensayo de Garrocho se recuerda al general Trasíbulo, encargado del resurgir de Atenas bajo la premisa de no recordar las desgracias. En la novela de Contreras, hablando sobre el franquismo y la Transición, un personaje le reprocha a otro «haberos dejado robar la memoria»
Artefactos de memoria
En Canciones de cuna y de rabia los personajes en no pocas ocasiones enfrentan el pasado acompañados de recuerdos, objetos apilados en estanterías o simplemente acumulados en cajas y cajones: «Entradas de cine, servilletas de papel de bares que imagino cerrados pero que siguen abiertos y luminosos en mi cabeza, postales más o menos llenas de palabras escritas por gente a la que amé, aprecié y quise (…) Cartas, fotos, notas manuscritas en amarillentos papeles…». Para este batiburrillo silvestre que surge en los rincones de las casas y los corazones, Contreras encuentra una expresión certera: artefactos de nostalgia. De un artefacto afirma la RAE que es un «objeto,
especialmente una máquina o un aparato, construido con
una cierta técnica para un determinado fin». Más que construido, en este caso se trataría de ser almacenado o guardado, pero el fin está claro: la nostalgia, hacer saltar el resorte que desencadene la memoria y los sentidos implicados en las historias que condensan o simbolizan. A los artefactos de nostalgia les viene bien la primera definición de la RAE y la tercera también: «carga explosiva»; y bien que lo son también, detonadores de sensaciones que parecían perdidas, pero que gracias al estallido de nostalgia que provocan vuelven y revuelven.
¿Hay cura para la nostalgia, Juan M. Contreras?
Abel y Roberto (los amigos de las conversaciones interminables) creo que contestarían que no. Silvia –la pareja de Abel– diría que claro que la hay. Lorena –la de Roberto– dudaría un segundo, preguntándose si está fuera de lugar dar una respuesta irónica. ¿Y por qué tendría que haberla? ¿La nostalgia no es consustancial al hecho de contar algo? Todos nos contamos cosas, hablamos, soñamos, afirmamos, dudamos… y, sobre todo, añoramos. La nostalgia es echar de menos a Ronnie Lane; no es solo la música de Ronnie Lane, sino echarle de menos a él; no es desear haberle conocido pero sí haber soñado con ello, que no es más que el momento en el que su mundo se metió en el tuyo y ya nada fue igual. Cambiemos Lane por otra cosa, lo que cada uno quiera. Un beso antes de dormir de mamá, una costra, un olor, esa risa, esa película, el gesto con el que cerramos aquel libro y no otro, tomar un café en la Malvaloca a pesar de saber que es imposible, sobrevivir a los golpes y a las victorias, luchar, odiar y amar. Nostalgia es saber que lo que te traspasó una vez ya nunca jamás volverás a vivirlo igual. La nostalgia es quizá la vida cuando uno es consciente de ella. De la nostalgia uno no puede escapar porque sucede cuando el tiempo se acelera y comprendemos que la vida pasa. Saber que para un niño el verano es eterno, pero para ti, que miras a ese niño o niña que late y con ello tú también, ese mismo verano no es más que un suspiro que trae el recuerdo de esa eternidad en la que ya crees no estar; o tal vez sí, tal vez sigas ahí, pero nadie puede asegurártelo.
Todos aquellos objetos guardados como tesoros escondían la marca secreta y personal de lo inolvidable. Esa se constituía en un criterio para la nostalgia, pero en la actualidad dicha marca de nostalgia se bate en retirada. ¿Cómo se maneja ahora la nostalgia? ¿Cómo se crea en tiempos en los que todo parece ser registrable o, en cualquier caso, se registra de igual modo? Garrocho, citando al filósofo alemán Hermann Lübe, habla de «museificación permanente gestionada y posibilitada a través de la capacidad de registro omnisciente de nuestros móviles». En el terreno personal, solo a ellos se confía por entero la capacidad de recordar: la apuesta por la nostalgia futura ha dejado de ser un gesto íntimo y se ha convertido en algo delegado, confiado a agentes externos, memorias externas que realmente le hacen honor a su nombre, de modo que ¿quien añorará por nosotros? ¿Dónde se depositará la nostalgia? ¿Qué nuevos artefactos nos devolverán los antiguos –míticos y por descontado mitificados– «tiempos en que fuimos mejores y más felices de lo que somos ahora», escribe Garrocho. En eso consiste la nostalgia básicamente en manipular lo inmanipulable, lo que pasó, se diría con contundencia. Y es que, como sentencia Garrocho hacia el final de su ensayo, «podrán arrebatarnos el futuro, pensarán algunos, pero lo que nunca nadie podrá arrebatarnos es la capacidad de fabular retrospectivamente con lo que un día fuimos».
Frases para la nostalgia
Sobre la nostalgia es un ensayo, pero, además de referencias literarias, tiene frases, como la que acabas de leer cerrando el texto, con espíritu literario e incluso ambición de aforismo. Estas son algunas más:
– Solo la palabra antigua puede hacernos creer en un tiempo nuevo.
– No hay nada más modernos que la nostalgia porque no hay nada más antiguo que el futuro.
– Conocer es invadir.
– (…) el presente nunca es suficiente.
– (…) el tiempo y el miedo son, necesariamente, una y la misma cosa.
– Añorar es resistir.
– La memoria, qué duda cabe, es una forma de olvido.
Deja un comentario