Cristian Novoa Morales reflexiona, a partir de una vivencia personal, sobre la beligerancia de cierto ateísmo que intenta convencer a quien se declara religioso de su supuesto error. ¿No cabe en este caso reivindicar respeto? Como recuerda el autor al final del texto –y son palabras del coronel Kurtz en Apocalypse now–, «juzgar es lo que nos derrota».
Por Cristian Novoa
Hace unos años, junto con un grupo de amigos, tuve la oportunidad de conocer a un chaval algo menor que nosotros que estaba preparándose para convertirse en cura de la iglesia católica: en pocas semanas, lo sería de manera oficial. En ningún momento trató de adoctrinarnos acerca de su religión, y aún así, fuimos varios los que le bombardeamos a preguntas orientadas no a saciar la curiosidad que pudiera despedir lo que nos contaba, sino a cuestionar su decisión, así como su fe en Dios. Ante eso, no reaccionó defendiéndose, sino explicando con toda naturalidad la firmeza de sus creencias. Con el tiempo, el recuerdo fue evolucionando en mi memoria, hasta el punto de avergonzarme de la reacción que tuve ante esa persona que demostraba más seguridad de la que yo podía haber poseído en veinte años de vida.
No es sorprendente recalcar que, al menos en los países del primer mundo (y especialmente Europa), la religión es un agente cuya presencia se ha ido reduciendo tanto en la vida privada como pública. Podemos achacarlo a la mayor cultura de la población, a que la gente ha ido sustituyendo a Dios por otras cosas en las que creer o a las que entregarse o a que existen más religiosos de boquilla, sin ser practicantes. El mundo y sus habitantes ha cambiado más durante las últimas décadas que en varios cientos de años.
La cuestión es que, al mismo tiempo, se ha ido creando un estigma hacia aquellas personas que siguen siendo religiosas y lo manifiestan abiertamente. Aquellos que (como yo) nos consideramos ateos, solemos creernos con la autoridad de refutarles sus creencias, aunque no hayan tratado de invalidar nuestra no creencia. Lo preocupante es que lo he llegado a ver más en gente joven que en personas adultas. No creo que diga nada bueno de nosotros, dado que cuestionamos los valores de los demás sin saber del todo cuales son los nuestros aún (si es que tenemos). Sea esa persona religiosa de edad joven o adulta (y sin importar el tipo de la misma), ahora existe la costumbre de atacarla por sus creencias, rebatirla y tratar de convencerla de que su dios no existe y su fe es ridícula. Y aquí viene en lo que nos equivocamos.
Aquellos que (como yo) nos consideramos ateos, solemos creernos con la autoridad de refutar otras creencias, aunque quienes las tienen no hayan tratado de invalidar nuestra no-creencia
La fe de una persona es algo que deberíamos respetar e incluso admirar, dado que es un atributo que no nos ha sido concedido. No somos quienes para boicotear algo de ese calibre. Las creencias de las personas cambian con el tiempo o van variando. Pero la fe es algo que todos tenemos. No importa que la deposites sobre un dios en el que creas, en el ser humano, el karma, el destino etc. La fe es inherente al ser humano. Lo que resulta indigno es tratar de menospreciarla. Si te cuestionas la fe de un ser humano, te estas metiendo con su manera de pensar, sus valores, sus metas, aspiraciones Y no se le hace ningún favor ni se logrará que cambie sus creencias por ti.
Muchas veces, por el hecho de no creer en un dios, nos creemos en posesión de una verdad clarividente que hace que nos sintamos más libres. Pero ¿en qué se diferencia esta actitud de los fanáticos religiosos que trataban de imponer su dogma? Se trata de estar por encima de esas tácticas. La iglesia ha sido la que ha utilizado como excusa la religión para usarla en su provecho y causar barbaridades a lo largo de los siglos. Hoy vemos que cada vez reculan más en sus declaraciones (por ejemplo acerca del aborto u homosexualidad) con tal de no verse obsoleta (y de paso purgar su no tan lejano pasado, que algunos de sus representantes tratan de que sigan vigentes). Pero volviendo a lo anterior, el hecho de que la religión se haya usado con fines horribles, no significa que las personas que la practican están en un error al tener esas creencias, mientras no traten tampoco de imponer nada o discriminen a otras personas.
A veces, no creer en un dios hace que nos creamos en posesión de una verdad clarividente que hace que nos sintamos más libres. Pero ¿en qué se diferencia esta actitud de los fanáticos religiosos que trataban de imponer su dogma?
Un gran ejemplo se encuentra en San Manuel Bueno, mártir, de Miguel de Unamuno, donde teoriza sobre que una persona no tiene necesariamente que creer en un dios para adoptar una religión, ya que esta puede servir como código de conducta que guíe el espíritu y acciones de las personas. Al igual que la escritora Margaret Atwood (El cuento de la criada) ha declarado que su libro no va en contra de la religión, sino contra aquellos que la usan para someter a las personas en contra de su voluntad o para lograr sus propios fines a cualquier precio.
Es decir, que una persona sea religiosa no significa que sea más ingenua, ignorante o tenga más prejuicios. Se trata de todo lo contrario, ya que puede llegar a tener cualidades que los no religiosos no tenemos, además de una fe que no podemos llegar a comprender en su totalidad. Y cuando hablo de respetar a las personas religiosas, también incluyo las prácticas que lleven a cabo en su vida, siempre y cuando no afecten de manera negativa a terceras personas o en contra de su propia voluntad. ¿El mejor ejemplo? El velo islámico. Aunque cuesta entender que una mujer quiera ir tapada la mayor parte del tiempo, si a esa mujer nadie la ha obligado a llevarlo, no somos quienes para tratar de convencerla de la manera que sea de que debe quitárselo (aunque lo digamos por su propio bien). Básicamente porque volvemos a que, de esa manera, tratas de socavar sus creencias y asumes que la tuya es la verdadera y única, sin mencionar que atentas contra su libertad individual. Y la libertad de cada uno acaba donde empieza la del otro, como nos recalcó John Stuart Mill. Mientras nadie está obligando a esa mujer a llevar el velo, no tenemos derecho a decir que debe quitárselo, por muy injusto que nos parezca o pensemos que si lo lleva es porque la han sometido a un lavado de cabeza desde temprana edad. A lo máximo que podemos aspirar es a tratar de razonar con ella, sin menospreciar sus creencias ni dirigirnos desde un pedestal que solo nosotros vemos.
Por tanto, cabe recalcar que no se debe confundir a la iglesia con la religión en sí. La iglesia tendrá de por vida las manos manchadas, por muchas buenas obras que haga. La religión es llevada a cabo por muchas personas que no necesitan una institución que les guíe. No resulta disparatado afirmar que aquellos/as que usan la religión para discriminar, en muchos casos, si no la hubieran tenido habrían buscado otra excusa para mantener sus prejuicios hacia lo que desconocen. Igual que otros, de no haber tenido la religión de guía, quien sabe las atrocidades que habrían llegado a cometer. Ante eso, cabe reflexionar con las palabras que el personaje de Rust Cohle (en la serie True detective) suelta al ver una congregación religiosa que se entrega con fervor a las palabras de un sacerdote: «Si lo único que hace que una persona sea buena es la esperanza de una recompensa divina, entonces esa persona es un trozo de mierda. ¿Tienes que sentarte con otros para contarte historias que violan cada norma del universo para superar el día?».
Las conclusiones que se pueden extraer entonces, es que aquellos que profesen una religión no merecen el desprecio de nadie si no tratan de adoctrinar a terceras personas y son respetuosos con sus iguales. Aunque no logremos entender sus motivaciones, si que podremos aprender algo, entre lo que se encuentra algo fundamental como es la empatía. Porque, aunque puede resultar un tópico insertado en nuestra cultura, no es por ello resulta menos cierta la frase que sale de la boca del desesperanzado coronel Kurtz en Apocalypse now al declarar que «juzgar es lo que nos derrota». Y ello se aplica tanto para religiosos como para los no religiosos.
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