La biografía de Emily Dickinson está tan llena de interrogantes que no ofrece ninguna pista sobre su poesía. Una poesía que es pura posibilidad: «Habito en la Posibilidad», dice –de hecho– uno de sus versos más conocidos. Solo dos certezas hubo en la vida de la misteriosa poeta: la naturaleza omnipresente y querida y una habitación llena de versos por descubrir cuando murió, el 15 de mayo de 1886.
En verso: “Yo – Gorrión – ahí construyo/ Dulce de enredaderas y de ramas /Mi perenne nido”. En cartas: “Antes de que estas noticias te lleguen, probablemente seré un caracol”. En sus estudios junto a los reputados biólogos a los que impresionan sus conocimientos de botánica, geología, zoología y astronomía, la naturaleza siempre fue una parte nuclear de la vida y la obra de la poeta norteamericana Emily Dickinson. ¿Extraño para alguien que apenas viajó? ¿Que vivió recluida gran parte de su vida, especialmente los últimos años? No tanto. Para Emily Dickinson las grandes expediciones eran al interior de ella misma: ahí estaba el volcán y el oleaje, la playa en calma y el torrente, la dulce brisa, la sal. Todo concentrado en el interior de la muchacha menuda que era y que destilaba poemas a buen ritmo con la posteridad como único destinatario.
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