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La enfermedad mental desde dentro

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«Mi esquizofrenia» es un libro fundamental para entender esta enfermedad mental no solo desde un plano médico, sino desde el complejo entramado vivencial del paciente. Ilustración perteneciente al test de Rorschach.

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La salud mental está en el centro del debate público por el profundo impacto que la pandemia ha tenido sobre nuestra vida psicológica. En Mi esquizofrenia, editado por Herder, Klaus Gauger nos relata un largo viaje a través de su enfermedad mental: desde sus paranoias y delirios hasta el establecimiento de una vida estable, pasando por la aceptación de la esquizofrenia. Un libro más necesario que nunca contado narrado desde la vivencia más personal.

Por Julieta Lomelí

«Tomé un tren a Estrasburgo. Charlé con un africano de cierta edad, lo que volví a interpretar como una señal de que Barack Obama me protegía. En la Estación Central de Estrasburgo me senté en un café y esperé al ‘milagro cibernético’. Pero esta vez no aparecieron protectores. […]

Decidí viajar esa misma noche a Basilea. Quería ver allí a un terapeuta con el que había estado en octubre de 2010. Cuando me presenté allí, zarrapastroso y maloliente, comprendió al momento lo que me ocurría: «Ahora no tengo tiempo, por desgracia —dijo— pero vaya al hospital psiquiátrico de aquí». […] Allí, una médica de guardia habló un momento conmigo. «Sufro persecución cibernética y busco refugio en Suiza», le dije. La psiquiatra comprendió de inmediato de qué se trataba y me pidió que me quedara en la sala de espera…».

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Mi esquizofrenia, de Klaus Gauger (Herder).

Las líneas anteriores son uno de los párrafos del libro Mi esquizofrenia, editado por Herder, del autor alemán Klaus Gauger. Gauger, padeciendo múltiples síntomas psiquiátricos sin la atención médica constante durante dos décadas, escribe su encarnada vivencia junto al huésped incómodo de la esquizofrenia paranoide. El libro muestra el arduo esfuerzo y la maratónica travesía de un paciente de esquizofrenia que —recorriendo miles de kilómetros— busca desesperado, aunque fuera de manera inconsciente, una respuesta a ese abismal malestar que lo supera.

El libro enseña el incuantificable sufrimiento que puede cargar a cuestas un paciente —y su familia— al estar mal diagnosticado y medicado. La obra es una denuncia a los sistemas sanitarios, que no por pertenecer al mal llamado «primer mundo» aseguran un trato más humanista o certero que los pertenecientes a países en desarrollo. La obra de Klaus Gauger exhibe la herida que sarpulle en una sociedad que estigmatiza los trastornos psiquiátricos y por ello no sabe tratarlos de la manera más adecuada.

Reconciliarse con la enfermedad mental

Mentiría si dijera que las letras que Klaus nos lega sobre su experiencia infernal con la esquizofrenia son ligeras; al contrario, sus relatos queman como el hielo el alma de quien logra tejer empatía con sus palabras. Lo que el lector no deja de preguntarse es: ¿cómo es posible que desde la primera crisis de psicosis y las subsecuentes ideas delirantes y paranoides el autor no haya optado por tomar sus medicinas?

Pero ello parece tener una respuesta compleja. Gauger intercala en sus relatos reflexiones alrededor de lo pesado que pueden llegar a ser los efectos secundarios de los psicofármacos. Escribe Klaus: «Una razón decisiva para el incumplimiento de muchos pacientes esquizofrénicos son los medicamentos de los que hoy se dispone, los llamados neurolépticos o antipsicóticos, que tienen, casi sin excepción, efectos secundarios como cansancio crónico, pérdida parcial o total de la libido y con frecuencia gran aumento del apetito»

En otros casos, los efectos secundarios no son solamente transitorios, sino que dejan secuelas de por vida. Algunos pacientes —escribe Klaus— «tienen un enorme sobrepeso y han de luchar con las enfermedades que de ello se derivan, como la diabetes». Algunos otros, por el uso prolongado de la medicación, sufren a largo plazo «trastornos del movimiento, por lo general irreversibles: a menudo en la zona facial (temblores) y en la región bucolingual, o movimientos involuntarios de las extremidades (hiperquinesia)», entre otras secuelas. Esto orilla a quien padece un trastorno tan grave como lo es la esquizofrenia a preferir padecer los síntomas de la enfermedad antes que tolerar los efectos secundarios y posibles secuelas de la medicación.

Otro de los motivos por los cuales Klaus no lograba reconciliarse con su enfermedad, la esquizofrenia, tuvo mucho que ver con las políticas del sistema sanitario alemán, el cual, prefiriendo evitar conflictos legales, otorga a los pacientes plena libertad de aceptar o no el tratamiento —a menos que ponga su vida o la vida e integridad de otro ser humano en riesgo (como si eso pudiera saberse tan fácilmente)—. Esto es así incluso cuando el paciente esté considerablemente grave.

La obra de Klaus Gauger exhibe la herida que sarpulle en una sociedad que estigmatiza los trastornos psiquiátricos y por ello no sabe tratarlos de la manera más adecuada

Contra esa libertad que privilegia el derecho artificial antes que el derecho natural a una vida digna, muchas veces no se permite que el paciente se rehabilite cuanto antes si él, aun estando obnubilado por un trastorno psiquiátrico grave, no lo desea así. Sin embargo, el problema anterior —el incumplimiento del paciente hacia el tratamiento— también tiene su origen en previas experiencias en las que los pacientes se enfrentan por primera vez —y de manera traumática— a una consulta médica en algún hospital psiquiátrico.

Escribe Gauger que, cuando eso pasa, se debería tratar al enfermo así:

«Con sensibilidad y respeto, disponerlo y prepararlo para ello, también mediante los cursos de psicoeducación que se ofrecen ahora de modo sistemático. A pesar de esa perspectiva, el paciente ha de abandonar la clínica con la sensación de ser un miembro de la sociedad perfectamente válido a quien le queda, a pesar de su grave padecimiento, una perspectiva profesional y social digna y adecuada».

Pero al no ser así, al ser tratados de manera rápida, poco humana, como si fueran meros contenedores de psicofármacos y, en ocasiones, con encierros casi forzados, los pacientes tienden muchas veces a rechazar cualquier tipo de tratamiento. No solo por lo raquítico de los efectos secundarios de las medicinas psiquiátricas, sino porque se les priva de un trato si no especial, sí profundamente humano. Se le «despoja con demasiada frecuencia al paciente de la perspectiva profesional y social adecuada».

Un motivo más de incumplimiento del paciente hacia el tratamiento, como explica Klaus, tiene mucho que ver con el estigma social, con los prejuicios que existen alrededor de las enfermedades psiquiátricas como padecimientos que inhabilitan o vuelven sobradamente disfuncional, violento o intratable a quien las sufre.

Visto así, Klaus nos cuenta lo difícil que le resulta a un paciente aceptar su enfermedad por temor de ser excluido socialmente, a la par de que exhibe lo difícil que resulta —después de no haber aceptado tratarse adecuadamente por años— encontrar un trabajo estable, una pareja o formar una familia. De ahí la importancia de luchar contra la adjetivación negativa y la estigmatización de las enfermedades psiquiátricas en general y la esquizofrenia en particular, que es la enfermedad que sufre nuestro autor.

Otro paso importante para combatir los estigmas y que el paciente no evada el tratamiento de su enfermedad, es ser consciente de la importancia que tiene la ayuda e involucramiento de la familia en el tratamiento. O como escribe el padre de Klaus en las últimas páginas del libro sobre el hermetismo de los médicos:

«La situación de los familiares está caracterizada por un factor determinante: la falta de ayuda. Empezando por los médicos. Muy pocas veces tuvimos la oportunidad de hablar con ellos (…) Cuando insistíamos en hablar con el médico, enseguida empezaban a explicar que la relación de confianza entre el paciente y el médico no debía peligrar».

Sobra decir que, cuando uno de los nuestros más cercanos padece una enfermedad mental, toda la familia en algún sentido también habrá de hacerse corresponsable de la misma. El tratamiento obliga una óptica más integral, en la cual la medicina e involucramiento familiar son ineludibles para lograr la rehabilitación del paciente enfermo.

Al ser tratados de manera rápida, poco humana, como si fueran meros contenedores de psicofármacos y, en ocasiones, con encierros casi forzados, los pacientes tienden muchas veces a rechazar cualquier tipo de tratamiento

El sufrimiento es una patria sin nacionalidad

Klaus Gauger nos transporta, así, al angustioso y largo viaje que hizo buscando «escapar» de una creencia de la cual él estaba completamente convencido: que Angela Merkel lo perseguía mientras que los servicios secretos norteamericanos lo protegían mientras él lograba «entrar al sistema cibernético» de alguna u otra forma. Klaus estaba convencido de que este sistema tenía que existir porque él «lo sentía y veía por todas partes». También estaba convencido de que todas sus actividades y viajes por Europa y Norteamérica estaban concentrados en una sola meta: «conseguir el anhelado ingreso en el sistema».

Klaus, en sus delirios, se creía «Neo, el protagonista de The Matrix, que se movía en una especie de realidad virtual, y esta reaccionaba a lo que él hacía o pensaba». Esto hacía que todos los vínculos hechos a lo largo de sus viajes fueran vínculos superficiales, relaciones que Klaus confundía entre la realidad y lo ficticio, entre el aislamiento y la ruptura social que conlleva todo padecimiento de la esquizofrenia y la preocupación real, pero fugaz de quienes se cruzaban en sus infernales viajes.

Klaus cuenta que después de muchos años, y de muchos intentos fallidos de ingresar al mentado sistema cibernético, logró reconciliarse con su enfermedad mental en Huesca. Aceptando su esquizofrenia a partir de 2014, gracias a la ayuda y al humanismo del doctor Rodríguez Huesca y a la apertura en la normativa legal española que «ofrece a los psiquiatras un mayor margen de maniobra cuando comprueban que un paciente está preso en su delirio (…) Basta con que un psiquiatra diagnostique una enfermedad mental grave. Entonces puede obtener una disposición judicial que permita el tratamiento forzoso».

Dicha normativa permitió que Klaus pudiera ser, por fin, atendido de una manera más certera, obligatoria y efectiva. Al mismo tiempo que logró un acompañamiento más humano y cálido por parte de los doctores españoles, que lo ayudaron a él y a su familia a luchar contra la esquizofrenia.

Así fue como Klaus, después de muchos años de huida, de evasión de la medicina y del acompañamiento psicológico necesario para combatir su enfermedad mental, la esquizofrenia, logró renacer a la vida, logrando por fin superar los delirios de grandeza, la tormentosa paranoia, la angustia y esos delirios y voces que lo acosaban en todo momento debido a su padecimiento. Pero, sobre todo, fue gracias al humanismo y a la consciencia de todo un sistema sanitario lo que le dio la posibilidad a Gauger de recuperar su vida, porque en el momento en que un paciente es privado de un tratamiento humanista y farmacológico, se le es clausurada la posibilidad de un futuro, le es privada la dignidad de vivir.

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2 respuestas

  1. Avatar de Greta
    Greta

    El cuerpo humano es un transporte que envejece, el cerebro es una computadora con memoria.. reiniciarse, meditar, cuidarse, y llenar la memoria con creencias religiosas o no, buscar la razón o no.. es una necesidad del hombre.. nadie sabe quien tiene razón o no.. quien tiene la verdad o no.. cada ser busca su identidad… no daré la mia pero es lo que me sienta bien y me llena con respuestas a la búsqueda de la supuesta verdad..

  2. Avatar de Anonimo
    Anonimo

    Ni romantización de la locura ni dramatización de la locura. Humanizar la locura, y por ende al sujeto loco para convertirlo en un ciudadano de pleno derecho es el motivo de este comentario.

    Llevo la mitad de mi vida con un diagnóstico de salud mental y puedo decir que gestionar esta enfermedad ha sido una las tareas principales de mi vida. Mi psicóloga me decía que no es lo mismo decir soy bipolar a decir tengo bipolaridad. Y es muy cierto. Y aunque el Ser es algo filosóficamente complejo si me gusta corregir a mi apreciada psicóloga y decir como ella bien sabe que mi Ser se identifica, se siente y se sabe loco como un atributo del que puedo sentirme orgulloso. Aunque lo siga ocultando para sentirme a gusto frente al estigma.

    El sujeto que de repente se descubre como enfermo mental no tiene por qué tener la sensación de vivir una losa a sus espaldas si ponemos en el foco del debate otros aspectos como, los GAM (grupos de apoyo mutuo), la eutimia, los primeros auxilios frente al brote psicótico, la tolerancia y empatía hacia los comportamientos socialmente no apropiados, la importancia de la medicación, la terapia y los buenos hábitos.

    Puesto que el loco no sólo es un sujeto torturado y desvalido, es sobre todo una persona que deberá aprender gestionar su enfermedad y reincorporarse a la sociedad.

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