El Discurso de la servidumbre voluntaria, de Étienne de La Boétie, es la exclamación estupefacta ante el juego del poder despótico y su mansa aceptación. Rebautizado posteriormente como El contra uno, se trata, sí, del grito contra el tirano, pero también contra quienes lo promueven y contra quienes no se cuestionan las razones de lo anterior. Eso ya es mucha gente, eso ya hace que El contra uno pase a ser casi El contra todos.
Por Pilar G. Rodríguez
El discurso empieza con ánimo sosegado y erudito, partiendo de una cita de la Ilíada, deteniéndose en la anomalía de «ver a un millón de hombres servir miserablemente, con el cuello bajo el yugo, no forzados por una fuerza mayor, sino de algún modo (eso parece) como encantados y fascinados por el solo nombre de uno, del que no deben ni temer su poder, pues está solo, ni amar sus cualidades, pues es con ellos inhumano y salvaje». Como si a la vuelta de página no fuera a desencadenarse una tormenta de interrogaciones retóricas y exclamaciones indignadas ante lo apenas esbozado.
«Mas ¡oh Dios!, ¿qué puede ser esto, cómo diremos que se llama, qué desgracia es esta? ¡Qué vicio, o más bien qué aciago vicio, ver a un número infinito de personas, no obedecer sino servir (…), sufrir los saqueos, los desenfrenos, las crueldades no de un ejército (…) sino de uno solo! ¡Y no de un Hércules ni de un Sansón, sino de un solo homúnculo (…)!». Es un joven de entre 16 y 18 años quien escribe así de profunda y airadamente. Un joven cultivado, respetuoso con las leyes, «amante del orden, enemigo de los tumultos», como lo calificará su amigo Michel de Montaigne en su conocido ensayo De la amistad. Entonces, ¿qué le puede llevar a alguien de esas características a levantar la voz con esa contundencia en contra del más poderoso? ¿Cuáles eran sus intenciones? Y, quizá antes que todo eso, ¿quién es Étienne de La Boétie?
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