Editorial Avant publica La extraordinaria aventura de ser uno mismo, del filósofo, profesor, pintor y poeta Rafael Bascuñana Benítez. Una apuesta por el pensamiento propio, único e individual, bajo la guía de la razón para alejarnos de las creencias y costumbres predeterminadas. Y un axioma moral: que nadie tiene derecho a impedirnos ser nosotros mismos.
Por Jaime Fdez-Blanco Inclán
Rafael Bascuñana Benítez, filósofo, profesor, pintor y poeta, firma este libro: La extraordinaria aventura de ser uno mismo. ¿Y qué podemos encontrar en él? Resumiéndolo muy mucho, la obra es básicamente una apología de la razón. O, mejor dicho, una apología del razonar. Son muchos los que se limitan a seguir pautas marcadas por quienes les precedieron sin someterlas a análisis crítico alguno, sin darse cuenta de que ello implica renunciar a ser quienes son realmente y permitir que otros sean los que deciden su camino. Demasiados son todavía los millones que creen en algo porque así lo creen los demás, los que están sometidos a la presión social del grupo y que se escandalizan cuando escuchan a alguien que no comulga con aquello que parece ser aceptado “por todos”. Pensar, razonar, es aquello que nos permite ser nosotros mismos, de ahí que Bascuñana anime al lector a hacer uso de esa virtud fundamental que solo nosotros, los humanos, parecemos poseer.
“La tarea de sacar del callejón sin salida de las creencias predeterminadas y estimular la libertad de pensamiento es, precisamente, el objetivo fundamental que ha guiado esta actividad del intelecto humano que denominamos filosofía”. Rafael Bascuñana
Confianza en la razón
Nos guste o no, como individuos, no tenemos otra salida que hacer uso de la razón. Es la herramienta primordial que tenemos para vivir, amén de la única manera que nos queda para no ser parte de los mecanismos que nos convierten en juguetes de los poderes que dirigen el destino del mundo. Nuestra vida es nuestra, con lo bueno y lo malo. Un territorio abierto a una reformulación ética que ha de ser hecha de manera individual mediante el arma que la naturaleza nos ha proporcionado: la razón. Es indiscutible la obligación moral que tenemos de hacernos a nosotros mismos. Hemos de asumir nuestra responsabilidad personal e intransferible.
Como animales racionales que somos, los humanos tenemos la ventaja de poseer una facultad intelectiva mucho mayor que el resto de las especies, lo que nos ha permitido hacer uso de los datos de nuestra experiencia sensible y desarrollar teorías a partir de ellos. Así, hemos creado las ciencias, la cultura, las artes y la cúspide del saber abstracto, la ética: indagación racional sobre la moral, las responsabilidades y los derechos, a donde hemos llegado por la peculiaridad de que nos sentimos responsables de nuestros actos, de distinguir qué es el bien y qué es el mal.
Es esta responsabilidad en la que se basa Bascuñana para tratar de desentrañar la maraña del determinismo. Si no dispusiéramos de libre albedrío, si las personas estuviéramos sometidas a las leyes naturales y sus mecanismos fisiológicos, toda la responsabilidad moral caería por su propio peso y habríamos de admitir que esa carencia significa reconocer que no somos más que meros autómatas. Sin embargo, nos sabemos responsables de nuestros actos… y esa conciencia solo puede ser posible si sé cuál es mi obligación y que cumplirla o no depende por completo de mí mismo.
“La responsabilidad es incompatible con un determinismo estricto en el que cada acto está condicionado mecánicamente por algo ajeno a mi voluntad. El sentimiento de ser responsable no cesa, ni me deja en paz. Algo en mi interior me hace saber que gobierno mi vida”. Rafael Bascuñana
El enigma de la felicidad
¿Y qué es aquello que buscamos mientras hacemos realidad nuestra vida? ¿Será ese enigmático concepto que llamamos “felicidad”? A fin de cuentas, mientras que todo lo demás se desea por algo, la felicidad se desea por sí misma. Queremos ser felices hoy, mañana y dentro de 10 años. Y lo queremos porque parece que en el concepto de felicidad se concentran todos nuestros deseos. Pero, ¿cómo la alcanzamos?
El método científico ha resuelto muchas incógnitas a la humanidad a lo largo de los siglos. Nos ha permitido hacer grandes descubrimientos y avanzar asombrosamente. Pero no ha conseguido resolver todas nuestras dudas debido a sus limitaciones y deficiencias. Intentemos pesar o medir un deseo, una responsabilidad, o un derecho… La ciencia no puede responder a todas las cuestiones, algunas de ellas verdaderamente cruciales para el hombre, porque es esclava de los datos empíricos y muchos de los rasgos reguladores de la moral quedan fuera de su radio de acción. La ciencia puede centrarse en las cosas tal y como aparecen, pero no en el reducto psíquico del que deriva el comportamiento. Es útil para resolver problemas, pero no parece capaz de resolver El Problema (con mayúscula): encontrar referencias para la vida, hacernos una idea de lo que somos y saber en qué mundo nos toca vivir.
La convivencia implica que nuestra actividad repercute continuamente en los demás. Los actos realizados por seres humanos merecen ser calificados moralmente, porque, por un lado, los humanos tenemos conciencia de ese beneficio o perjuicio que nuestras acciones pueden ocasionar en los demás, y por otro, somos conscientes de la responsabilidad que adquirimos al tomar cada una de nuestras decisiones.
Los conocimientos técnicos son útiles para desentrañar situaciones materiales, pero no pueden resolver las cuestiones éticas –dice Bascuñana–, porque los asuntos con ella relacionados están fuera de su competencia. Cuando lo que queremos investigar es la vida en sentido estricto, las relaciones, los sentimientos, las pasiones y, en suma, todo aquello de lo que depende íntimamente nuestra felicidad, solo podemos optar por una herramienta para hallar respuestas: la reflexión racional. La ciencia nunca podrá establecer la moralidad humana.
Pero existen aún hoy algunos prejuicios respecto a la razón y la filosofía que es necesario combatir: por un lado, los que consideran que la razón no es más que un sistema de divagaciones difusas, abstractas y alejadas de la realidad, sin posibilidad de afrontar los problemas reales que nos encontramos en nuestro día a día; por otro, todos aquellos que ven en la filosofía algo abstruso, complejo y difícil; llena de términos y jerga insulsa que parece más destinada a agradar el ego de los académicos (los únicos que parecen entenderla) que a atraer e interesar al ciudadano normal y corriente. Y es necesario entender que esta vertiente no es en modo alguno la única. Hemos de recordar que, cuando nos acercamos a estas cuestiones inmateriales, lo hacemos como filósofos, no como científicos. Todo ello a pesar de que, como Kant, aceptemos que nuestra capacidad de conocer tiene sus limitaciones.
Cuando lo que queremos investigar es la vida en sentido estricto, las relaciones, los sentimientos, las pasiones, todo aquello de lo que depende nuestra felicidad, solo podemos optar por una herramienta para hallar respuestas: la reflexión racional
Yo, aquí, ahora
¿Dónde hemos de aplicar esa razón? Al presente. Nada parece más evidente que mi existir en el ahora. Si miramos al futuro, es obvio que no es (Todavía). El presente es lo más fiable, pues la máxima expresión de la plenitud existencial.
No hay nada más real en la vida que el instante en que nos encontramos. En el momento presente lo verdadero no es más que subjetividad –tal y como sabemos desde Protágoras–, porque todo lo que conocemos hasta este momento no es más que el fruto de nuestra experiencia individual: lo que hemos sentido, visto, oído, etc. Es decir, aquello que hemos sido capaces de extraer por nosotros mismos desde los datos que nuestros sentidos han recogido. Este subjetivismo ha sido el gran enemigo que batir de muchos filósofos modernos, que han decidido negar la realidad. Al hallar problemas para resolver la cuestión, han optado por negarlos, negar la realidad, para no tener que lidiar con ellos.
Estamos demasiado solos y excesivamente condicionados, pero eso no significa que no podamos aspirar a la libertad. «Tenemos derecho, como seres racionales, a planificar nuestras vidas sin restricción externa alguna. Ciertamente es enriquecedor hacer uso del rico patrimonio cultural recibido para tratar nuestro camino, siempre que no nos dejemos obnubilar por cantos de sirena». Parece lógico, e incluso necesario, adoptar ante la vida un punto de vista propio y estrictamente racional.
Un libro que llamará la atención al mirar a sucesos cotidianos desde una nueva luz o perspectiva, con pensamientos y teorías ya existentes pero que son en la actualidad excesivamente olvidados o ignorados. Y, sobre todo, una invitación a hacer uso de nuestra razón para ser aquello que todo el mundo parece empeñarse en lograr y que viene de serie: nosotros mismos.
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