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Filosofía del conocimiento: entre San Agustín y Hume

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La filosofía del conocimiento se encarga de las preguntas sobre el origen, naturaleza y alcance de nuestras ideas. En este artículo, Bernardo García pone en diálogo las posturas de San Agustín y Hume.

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La filosofía del conocimiento o gnoseología es el área de la filosofía encargada de preguntas como ¿cuál es el origen del conocimiento?, ¿de dónde vienen las ideas que tengo en mí?, ¿cómo es el proceso por el cual conozco las cosas?, ¿puedo conocerlas? Bernardo García enfrenta en este artículo dos propuestas gnoseológicas: la de uno de los más destacados padres de la Iglesia, San Agustín de Hipona, y la del influyente y multifacético inglés David Hume.

Por Bernardo García, abogado y estudiante de Filosofía

La filosofía, ejercicio de la reflexión humana, es la madre de prácticamente cada disciplina científica que se puede mencionar en nuestros días, desde la medicina, pasando por la astronomía y la física. Con el pasar de los años, estas se fueron alejando cada vez más en función de cómo fue surgiendo la ciencia en el sentido en el cual lo conocemos en nuestro tiempo. Sin embargo, la filosofía ha sabido perdurar y, lejos de ver como algo negativo la pérdida de diferentes áreas, salir airosa, pues aún con dichas escisiones los campos filosóficos han sido profundizados.

Entre estos campos de estudio de la práctica filosófica se encuentra la inquietud que ha abordado a muy diversos y variopintos pensadores a lo largo de la historia, filósofos que se han dado a la tarea de ejercitar su reflexión en torno a las siguientes preguntas: ¿cuál es el origen del conocimiento? ¿De dónde vienen las ideas que tengo en mí? ¿Cómo es el proceso por el cual conozco las cosas? ¿Puedo conocerlas? Este área se conoce como filosofía del conocimiento o gnoseología.

Dentro del sistema de pensamiento agustiniano es posible encontrar únicamente dos temas principales, a saber, Dios y el Alma. Esto es entendible a partir de la motivación principal de su pensamiento, que es preponderantemente religiosa y en especial católica, considerando además la basta influencia que recibió a partir de su inquietud frecuente (permaneciendo siempre en duda y en búsqueda de la verdad) y de disciplinas como el maniqueísmo y las ideas neoplatónicas. En relación con lo anterior, es claro advertir que, en San Agustín, toda idea girará en torno y su explicación será encontrada en Dios como causa última, incluyendo la propuesta gnoseológica.

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Tratado de la naturaleza humana, de Hume (Editorial Maxtor).

Por otro lado, encontramos a David Hume, quien ejerciera diversas funciones oficiales, así como distintas disciplinas (por ejemplo, la filosofía, economía o historia) en las que resulta ser una figura destacada e influyente en pensadores posteriores. En Inglaterra es Hume el pináculo de la llamada Ilustración. Abanderado del empirismo que desarrolló y llevó hasta sus límites, sistematiza tales ideas, englobando la gnoseología, ética, política e incluso la religión. En cada campo filosófico que analiza, imprime su opinión escéptica, con la cual pone al descubierto aquello que el hombre puede obtener a partir de su existencia.

I.

En el campo gnoseológico, siguiendo la línea empirista, en principio el inglés señala que la mente humana está llena de percepciones, las cuales él identifica como impresiones e ideas. Esto significa que la forma en que percibimos las cosas pueden ser de dos formas. La primera de ellas son las impresiones, que no vienen a ser otra cosa que los sentidos, aquellos que captan cada estímulo exterior, que pueden ser sensaciones, pasiones y emociones, y que tienen como característica particular el hecho de ser la manera desde la que acceder por vez primera a nuestro conocimiento. Por otra parte, el autor expone que, una vez que el hombre ha recibido las impresiones —es decir, el estímulo sensitivo—, son guardadas en nuestro interior y aparecerán posteriormente de una forma mayormente nítida y débil al momento de ejercer la razón. En este primer acercamiento, el autor nos deja ver la primacía de los sentidos que a lo largo de su vida le daría notoriedad.

Es claro advertir que, en San Agustín, toda idea girará en torno y su explicación será encontrada en Dios como causa última, incluyendo la propuesta gnoseológica

Por su parte, el de Hipona manifiesta que, en un primer momento, la realidad penetra a través de nuestros sentidos cualquiera que este sea (olfato, vista, sabor, oído y tacto) y, una vez ahí, es guardada en nuestro interior. Sin embargo, y en contraste con Hume, Agustín dice que no se aprende de ninguna parte, sino que son reconocidos en mí mismo, en el alma.

Siguiendo la propuesta de Hume sobre las impresiones, encontramos el establecimiento de una correlación entre ambas partículas de las percepciones, impresiones e ideas. Es decir, de alguna manera, dependen unas de las otra y ahí destaca como semejanza tal cualidad. A pesar de que no se trata de copias creadas de manera exacta, sí presentan dicha corresponsabilidad, la cual no es otra cosa que el hecho a partir del cual se reciben las impresiones y estas dejan «huella» en su primera aparición. De ahí nacen las ideas, una especie de reminiscencia de aquellas. Ante esto, se entiende que no es posible percibir un estímulo sensorial solamente por tenerlo en el pensamiento.

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Confesiones, de San Agustín (Austral).

En San Agustín debemos pensar en las siguientes preguntas: ¿cuál es el origen? ¿Son primero las ideas o las impresiones (sentidos)? En su obra Confesiones pone de manifiesto que no se trata de tal o cual objeto, sino que es quien entra en contacto con el cuerpo quien deja huella, tal como lo afirma Hume. Es decir, no son ellos quienes logran acceder a la memoria, sino que las imágenes son captadas y, cuando es menester que salgan a flote, entonces es cuando se manifiestan. Sin embargo, San Agustín niega el conocer de dónde provienen las cosas conocidas, pues sus imágenes no son las guardadas en la memoria, sino que se trata de las cosas en sí. Al respecto comenta el de Hipona: «Nombro, por caso, la piedra, nombro el sol, aunque esos mismos objetos no están presentes a mis sentidos».

II.

Sobre las impresiones, Hume establece que, en su corresponsabilidad, son previas a las ideas, pero también que es a partir de ellas que surgen ideas nuevas, así como las impresiones de deseo y aversión. Nos dice, además, que las impresiones son susceptibles de una subdivisión. Por una parte se encuentra la reflexión, una actividad que es inherente a las ideas, donde encontramos la prueba definitiva de la correspondencia que hay entre las impresiones e ideas. En este punto, el filósofo inglés señala, como parte primera, a las impresiones que guardan un copia en el espíritu. En seguida surge la idea, que permanece cuando la impresión ya ha cesado, pero que va a presentarse de nuevo ante el alma. A continuación se presenta una nueva impresión, a la cual se la denominará impresión de reflexión. Al ser la impresión la primera partícula del conocimiento, es en ese punto que hay un proceso de reflexión al respecto, de donde surgen la memoria y la imaginación. Siguiendo el sentido de la corresponsabilidad, después de una impresión —que guarda en todo momento una «copia» en la mente— siempre habrá una idea que sea consecuente.

Ante la importancia que da Hume a los sentidos, es claro en su línea de pensamiento que no es posible aprender algo sin que este hubiere pasado antes por cualquiera de los medios sensitivos. En tal caso ¿cómo es que aprendemos cuestiones como el odio? ¿Es posible llegar a aprender lo que sería una cuestión abstracta como la justicia? Es decir, ¿cómo podemos discernir un acto de justicia de uno de injusticia? Supongamos que nos encontramos ante un hombre sometido a un acto punitivo. Al recibir el estímulo, lo tomará como un acto que le genere aversión. En tal sentido, si el castigo partiera de una situación justa, entonces tendrá a la justicia por algo a lo cual habrá que guardar recelo y rechazarlo en todo momento, pues a partir de ella es que se generarán malas experiencias. Por tanto, ¿se guardará en la memoria como algo negativo?

Hume determina que a partir del «ciclo» de impresiones e ideas se conocen las cosas y se genera experiencia, la cual es entendida como una impresión guardada. Esto quiere decir que, al menos en una ocasión, pudo acceder al espíritu y, por tanto, una vez vuelto a presentarse como idea, puede hacerlo de dos maneras diferentes. Por una parte, en la memoria: una aparición nueva que mantiene determinado nivel respecto de la forma en que fue vivida en la primera ocasión, aunque se mantiene en un punto medio entre impresión e idea. Del otro lado y como segunda forma, la imaginación se manifiesta como una vivacidad intensa; se presenta en forma completa la idea.

¿Cómo es que aprendemos cuestiones como el odio? ¿Es posible llegar a aprender lo que sería una cuestión abstracta como la justicia?

En torno a la reflexión, San Agustín plantea que, para aprender sobre las cosas, habrá que acumular cierta cantidad de elementos que refieran a la cosa aludida. Y no solo eso; hay también que darle cierto orden en la memoria de tal forma que, en adelante, en cada momento que se pueda revivir tal fenómeno, será de una manera más sencilla, accediendo al saber. En la idea del de Hipona, el aprender las cosas refiere a una vivencia reiterada, pues, de otra forma, en ausencia de repaso serán olvidadas.

Encontramos, entonces, que en San Agustín las cosas no se aprenden a partir de los sentidos, al menos no primordialmente. Ellos aportan, permiten el acceso de la realidad, pero se limitan a despertar la idea que vive en la memoria, la cual, en su sistema filosófico, se identifica con el espíritu. Por tanto, toda cosa aprendida proviene en última instancia de Dios mediante el alma. Señala el doctor de la Iglesia que la realidad es captada en el espíritu de forma exacta a como se aprendió, así es como se guarda para que, con posterioridad, cuando sea necesario, ejerza una manifestación a partir del espíritu, pues lo recordado se retiene en la memoria.

La teoría del conocimiento hace énfasis en las formas en que el conocimiento nace en cada uno de nosotros. En este tenor, cada pensador vierte en su propia teoría las propuestas que considera viables, siempre en cuenta de su formación, influencias y experiencias. En este sentido, San Agustín plantea que la causa última del conocimiento será Dios. Ello se comprende en el marco de la primacía que tuvieron las ideas judeo-cristiana, en especial debido a la acogida que a ellas dio el doctor de la Iglesia, quien, si bien hace referencia a la participación de los sentidos y a que todo parte de la memoria, toma la idea de Dios como causa última. Por su parte, Hume no duda en dotar de importancia la función sensorial del hombre que pasa a ser el motor principal del conocimiento, la puerta de acceso al saber.

Sobre el autor

Bernardo García es licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Zacatecas (México), maestrante en Docencia e Investigación Jurídica y estudiante de tercer semestre de la licenciatura en Filosofía por la misma institución.

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