Pocas facultades han marcado nuestro desarrollo como especie como lo ha hecho el lenguaje. Nuestras relaciones sociales, nuestra forma de pensar, entender y explicar el mundo han estado determinadas por nuestras palabras, y la filosofía, interesada siempre por todo y por todos, no podía ser ajena a él. En este dosier analizamos el fenómeno desde su perspectiva filosófica, pero sin olvidar también la histórica, la psicológica y la propiamente lingüística.
Decía el psicólogo austríaco Paul Watzlawick que «los seres humanos no podemos dejar de comunicar». Y es que las personas, incluso cuando mantenemos la boca cerrada, estamos transmitiendo mensajes. De hecho, toda nuestra vida parece ser un gigantesco acto de comunicación; y dentro de tal actividad, la clave de nuestro desarrollo no es otra que el lenguaje, la piedra angular de esa capacidad comunicativa.
El lenguaje es una herramienta de vital importancia para nosotros como especie, que ha marcado como ninguna otra lo que hemos sido, lo que somos y lo que seremos. Y es que la comunicación conlleva siempre consecuencias, y del uso que de ella hagamos depende en buena medida el curso que recorre nuestra historia tanto en lo colectivo como en lo particular. Aunque no podamos dejar de comunicar —tal como decía Watzlawick—, lo cierto es que sí está en nuestra mano el hacerlo de la mejor manera posible, tratando de transmitir a nuestros interlocutores el mensaje más certero que podamos elaborar.
El valor del lenguaje
En Filosofía y lenguaje, el filósofo Emilio Lledó explica que «el lenguaje es el vehículo de transmisión y medio donde se produce la interpretación de nuestra experiencia». Es decir, que sin el lenguaje no habría permanencia o continuidad. No podríamos comunicar el antes en el ahora. De este modo, nuestra misma historia se puede atribuir al lenguaje, pues, a lo largo de la misma, nuestros actos y vivencias han determinado de manera poderosa nuestra forma de hablar, pero ha sido esta a su vez la que ha permitido que esas experiencias quedaran de algún modo solidificadas y se hicieran permanentes, que se convirtieran en hechos que poder transmitir, estudiar y enseñar. Sin el lenguaje los seres humanos quedaríamos privados del instrumento más importante para determinar nuestra afirmación, y sin su vertiente especulativa veríamos indefectiblemente frustrado nuestro progreso moral.
Lledó explica que el desarrollo de la inteligencia humana se ha sostenido siempre sobre tres patas: el quién, el qué y el a quién, siendo tres factores primordiales dentro de la dinámica del lenguaje. El lenguaje siempre habla a alguien o sobre alguien. La forma de hablar de una persona no solo pone en evidencia a quién nos estamos dirigiendo, o qué es lo que queremos decir, sino que habla —y bastante alto— de quiénes somos nosotros o del valor que estimamos respecto de nuestro/s interlocutor/es.
No es menos importante su influencia en nuestra educación, la cual puede tanto formarnos como deformarnos como individuos y, por extensión, a nuestras sociedades. No es posible la educación humana sin el lenguaje, sin la comunicación lingüística. Como muestra, un botón: nada ejemplifica mejor la falta de educación de alguien que su propio lenguaje.
Es quizá por todo ello que intelectuales de todas las ramas se han interesado por el lenguaje. Teólogos, historiadores, sociólogos, médicos, lingüistas y maestros de todos los ámbitos han querido reflexionar sobre esta herramienta y sus posibilidades, con la certeza de que, sin su existencia, los seres humanos habríamos quedado privados del instrumento más importante de nuestra naturaleza para afirmarnos a nosotros mismos y poder avanzar.
«Los latidos del corazón marcarán siempre el acompasado medir del tiempo humano, y es desde él desde donde se han levantado las palabras». Emilio Lledó
Obviamente, la filosofía no se iba a quedar fuera, sumándose también al carro de estudiar en profundidad el lenguaje a lo largo de los siglos, tanto desde una perspectiva general como desde sus principales ramas: la semántica (que se ocupa de la relación entre el lenguaje y el mundo que nos rodea), la pragmática (que se ocupa del estudio del lenguaje y sus usuarios: las reglas que hacen posible la comunicación), la gramática (que estudia la estructura de las palabras, sus accidentes y la manera en que se combinan para formar oraciones) y un larguísimo etcétera.
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