En su libro Hegel y el cerebro conectado, el filósofo esloveno Slavoj Žižek no plantea algo completamente nuevo, pero sí lo es la forma de abordarlo. ¿Qué sucede con la esencia del ser humano cuando una máquina puede leer y procesar nuestros pensamientos? El autor reflexiona sobre el mundo de hoy desde una perspectiva hegeliana, trayendo a este filósofo a nuestro siglo.
Vivimos y recorremos una época del mismo modo que recorremos las páginas de Hegel y el cerebro conectado: sin un aparente hilo conductor. Una época en la que parece suceder todo y nada en un tiempo simultáneo. La actualidad no puede ser explicada cabalmente porque nos rebasa y avanza a paso veloz en sus productos culturales, tecnológicos, científicos y sociales.
El presente ha dejado de ser presente para convertirse en algo confuso, en un tiempo acelerado, un futuro sin certezas, voraz y de índole desconocido. Del mismo modo pasamos por Hegel y el cerebro conectado, sin una idea clara de lo que pretende el autor, en una obra que puede ser leída de atrás hacia adelante o de en medio hacia el final.
La sensación que nos deja Hegel y el cerebro conectado es parecida a la forma en que experimentamos el tiempo hoy: amanecemos con muchas ideas nuevas, con nuevas guerras al otro lado del mundo, con conflictos sociales y económicos de los que nos enteramos de forma inmediata gracias al uso de internet; mientras, la tecnología, el uso de la inteligencia artificial (IA) y de la ciencia nos arrojan innovadores objetos e inventos que abren nuevos retos morales y bioéticos sobre los cuales reflexionar.
El transhumanismo en «Hegel y el cerebro conectado»
Hegel y el cerebro conectado, del filósofo Slavoj Žižek, puede parecer, como tantos de sus libros, una obra compleja, un pensamiento laberíntico. Con el exceso de información y las ideas que viajan de una coordenada del mundo a su otro extremo en microsegundos, perdemos un poco la brújula de nuestra realidad, sintiéndonos aturdidos por un montón de opiniones que quedan en el tintero mental o bien se expulsan, como lo ha hecho de una lúcida manera Slavoj Žižek en sus páginas.
Ahora bien, el libro de Žižek tiene su centro en el análisis de un asunto muy contemporáneo: el transhumanismo. Y aunque sus reflexiones broten de manera caótica y libre hacia múltiples temas, como si fueran un rizoma, el corazón de su obra advierte sobre el desarrollo de la inteligencia artificial. Desarrollo que vemos materializado en un montón de mercancías tecnológicas y médicas que ahora también intentan, o mejor dicho, podrían intentar, legislar lo más profundo de nuestro propio cuerpo: la consciencia, los pensamientos.
Para esbozar esta preocupación, el filósofo analiza a lo largo de sus páginas dos ideas principales: la llegada de la «singularidad», concepto de Roy Kurzweil, y cómo se puede ver objetivada en el neuralink, un proyecto liderado por Elon Musk que desarrolla «interfaces cerebro-ordenador (BCI) implantables, también llamadas interfaz de control neural (NCI), interfaz mente-máquina (MMI) o interfaz neural directa (DNI); todos estos términos indican la misma idea de una vía de comunicación directa, primero entre un cerebro mejorado o conectado y un dispositivo externo, y luego entre los propios cerebros».
Hegel y el cerebro conectado tiene su centro en el análisis del transhumanismo y advierte sobre el desarrollo de la inteligencia artificial, que vemos materializado en mercancías tecnológicas y médicas que podrían intentar legislar sobre lo más profundo de nosotros mismos
Este proyecto ambicioso, no exento de polémica, es el que intenta analizar Žižek desde la ética, que es la característica más crítica de su mirada filosófica. El autor de Hegel y el cerebro conectado considera que lo que se está intentando desde ya con el neuralink podría ser el primer episodio para llegar a la «singularidad», la que el futurólogo Raymond Kurzweil definió en 2005 —en su peculiar libro The Singularity is near— como la que se «caracterizará por el rápido ciclo de la (cada vez menos biológica) inteligencia humana, capaz de abarcar y de impulsar sus propias capacidades».
Sería, entonces, una gran máquina que podría leer los procesos mentales e incluso transferirlas a otras mentes humanas. Una «singularidad» humana moldeada por un «dominio de experiencia mental global compartida que funcionará como una nueva forma de divinidad: mis pensamientos estarán directamente inmersos en un pensamiento global del propio universo».
La inteligencia artificial y el proyecto de Elon Musk son el parteaguas para llegar a dicho momento en el cual la inteligencia humana no solo podría ser superada por las máquinas, sino que también sería revertida por las mismas, siendo las máquinas quienes configuren los deseos y pensamientos del ser humano.
En términos históricos, ¿esto significaría el fin de la humanidad como la conocemos hoy en día? ¿Sería la llegada de una época poshumana, una época que inició con el estado policial alentado por el avance de la IA y el control de los datos biométricos y que devendría hasta la programación y el control total de la consciencia individual?
Posiblemente sí, contestará Žižek, pensando en el estado actual de nuestra libertad social:
«La perspectiva de la digitalización exhaustiva de nuestra vida cotidiana, combinada con el escaneo de nuestro cerebro (o el seguimiento de nuestros procesos corporales con implantes), abre la posibilidad realista de que una máquina externa nos conozca, biológica y psíquicamente, mucho mejor que nosotros mismos: registrando lo que comemos, compramos, leemos y vemos, y discerniendo nuestros estados de ánimo, miedos y satisfacciones, la máquina externa obtendrá una imagen mucho más precisa de nosotros mismos que nuestro Yo consciente que, como sabemos, ni siquiera existe como entidad consistente».
Lo que se está intentando con el neuralink podría ser el primer episodio para llegar a la «singularidad», la que Raymond Kurzweil dijo que «caracterizará por el rápido ciclo de la (cada vez menos biológica) inteligencia humana, capaz de abarcar y de impulsar sus propias capacidades»
Los habitantes vigilados por el Estado
Para entender lo anterior no hace falta ir tan lejos, basta con mirar lo que sucede en algunas ciudades chinas y el cada vez más creciente control y vigilancia que el Estado ejerce sobre sus habitantes, con el uso de la IA y la recopilación de sus datos biométricos.
Concluye así Žižek su primer capítulo con la reflexión sobre cómo la policía, cuando el poder del Estado parece decaer, le ayuda a no perder el control aparentando no ser una milicia antagónica a la sociedad civil, sino cercana a la ciudadanía, para entonces insertarse en la sociedad civil, volviéndose algo así como una milicia emanada desde el pueblo, una milicia popular que sea la intermediaria entre el Estado y sus habitantes, una que logre devolverle al Estado su poder sobre la comunidad.
Escribe Žižek:
«Aquí deberíamos plantear la pregunta: ¿se está marchitando realmente el Estado en el capitalismo global actual? ¿No se está haciendo más fuerte que nunca, no solo regulando la sociedad civil, sino interviniendo directamente en ella y colaborando con (partes de) ella?»
Colaborando desde lo más íntimo del individuo, desde el aporte que este mismo hace desde su privacidad al control público: «Hoy, la milicia adquiere una nueva forma en la red de control digital bautizada por Shoshana Zuboff como capitalismo de la vigilancia».
Sin embargo, a pesar de esta actualización policial que va trazando el uso de las IA y de la tecnología, parece ser que Žižek concibe cierta esperanza de no sucumbir por completo al control, derivada de la naturaleza ambigua, subjetiva y compleja que la conciencia y el pensamiento humano consignan. Esto podría ser un obstáculo para el desarrollo tan rápido del neuralink y, por ello, podría retardar la llegada de la «singularidad».
Como escribe Žižek, las palabras «expresan demasiado poco porque nunca pueden captar adecuadamente nuestra intención interior: siempre fallamos en poner en palabras lo que queríamos decir. Simultáneamente, expresan demasiado porque en y a través de este mismo fracaso expresan más de lo que queríamos decir, la verdad de lo que subjetivamente queríamos decir».
A través de la imprecisión y el fallo es como se logra decir algo, sobre todo en el momento de querer expresar lo que sentimos. Por ejemplo, muchas veces fallamos al asegurar a los demás que no sentimos nada romántico por una persona, cuando en realidad el deseo nos quema por estar con ella.
La expresión y comunicación de los afectos siempre se han caracterizado por no tener una concordancia directa con las palabras. El amor y el odio, el sufrimiento y la alegría, superan las fronteras del lenguaje objetivo, volviéndose materia de las metáforas y del arte, de la poesía y de eso que da cabida a un excedente de sentido: uno que quizá escapa a la concordancia de todo lenguaje discursivo.
La expresión y comunicación de los afectos siempre se han caracterizado por no tener una concordancia directa con las palabras
El lenguaje, las palabras
Para explicar esta imprecisión entre lo exterior y la exuberancia de lo que se siente interiormente, Žižek retoma a Hegel, quien, en su Fenomenología del espíritu, afirmaba que las palabras…
«… expresan demasiado lo interior como que lo expresan demasiado poco; demasiado: porque lo interior mismo brota en ellas, y no queda ninguna oposición entre ellas y él; ellas no solo dan una expresión de lo interior, sino que lo dan inmediatamente, en ellas mismas; demasiado poco: porque, en el lenguaje y en la acción, el lenguaje se hace otro, se abandona así al elemento de la trasmutación que tergiversa la palabra hablada y el acto ejecutado, y hace de ellos algo distinto de lo que son en y para sí en cuanto acciones de este individuo determinado».
El lenguaje muchas veces naufraga en el momento en que intenta recuperar la vastedad oceánica que es el mundo subjetivo de cada uno de nosotros. Por ello, sucede en momentos que decimos algo cuando finalmente deseamos todo lo opuesto. Este «fracaso» quizá dé un atisbo de esperanza al voraz desarrollo del neuralink que en algún momento podría llegar hasta el lugar más recóndito del individuo y fecundar, en sus propias contradicciones, una nueva forma de pensamiento, una alineada al rigor de lo político, al control de determinados agentes, a la alineación del Estado al que se suscriba.
Escribe Žižek:
«El fracaso del sujeto en decir lo que realmente quería decir puede sacar a la luz una dimensión de su deseo de la que no era consciente. Así pues, en lugar de preocuparnos por la pregunta: ¿puede el neuralink captar el verdadero sentido de nuestro flujo de pensamientos?, deberíamos centrarnos en otra cuestión: ¿puede captar la superposición de lo poco y lo mucho indicada por Hegel, puede captar el exceso producido por el propio fracaso?».
Es quizá muy pronto para saber cuándo la IA llegaría a ese momento de la «singularidad», pero Žižek, al igual que muchos de los lectores, sabe que dicho momento llegará y se pregunta cómo podremos definir a lo humano cuando ello suceda. ¿Será posible conservar algo de lo humano en una época que amenaza con volver toda subjetividad en algo alienable a una objetividad común?
El lenguaje muchas veces naufraga en el momento en el que intenta recuperar la vastedad oceánica que es el mundo subjetivo de cada uno de nosotros. Por ello, sucede en momentos que decimos algo cuando finalmente deseamos todo lo opuesto
En este pos o transhumanismo, se pregunta el filósofo esloveno, «¿qué pasa con las consecuencias sociales del paso a la ‘singularidad’? ¿Qué tipo de orden social implica su ascenso? Está claro que la democracia liberal contemporánea, con su individualismo, está condenada en este caso, así que ¿qué la sustituirá?»
Podría ser que —imaginándolo desde un tipo de distopía o utopía dependiendo desde la lente del poder en que se mire—, la perfección del neuralink y la llegada de la «singularidad» reviente el capitalismo, tan aborrecido por muchos contemporáneos, volviéndonos partícipes de un neocomunismo neuronal, fundado en el compartimiento total de los pensamientos de unos hacia otros, y, por supuesto, en el control de tales pensamientos si no son adecuados al régimen o al orden social en turno.
Escribe Žižek:
«Así que, por decirlo de nuevo en hegeliano, el neuralink promete promulgar su propio juicio infinito en el que lo más bajo (la realidad material de las redes neurales y digitales) y lo más alto (la mente) coinciden. Se abre así la perspectiva del pensamiento puro: un pensamiento que será puro en el sentido preciso de un vínculo directo entre las mentes sin necesidad de ninguna mediación comunicativa. ¿No es esto también una versión del comunismo en el sentido de un espacio de pensamientos directamente compartidos?».
No sé si realmente nos gustaría ver realizada esa gran obra de la IA dibujada, o, mejor dicho, advertida, desde algún tipo de sueño distópico, por Žižek. Lo que advierte el autor de Hegel y el cerebro conectado no es algo completamente nuevo, sin embargo, la manera de abordarlo sí lo es. El libro de Žižek es una precisa —o imprecisa, aún no lo podemos saber— exhortación que realmente vale la pena tomarse en serio, más en un mundo en el cual el futuro de la humanidad no es el futuro de la ética ni de la bioética.
El desarrollo de la reflexión filosófica no parece caminar a la par que el desarrollo de la tecnología ni mucho menos de la inteligencia artificial. Si la filosofía no logra volar a la par de los nuevos avances de la IA, posiblemente se volverá un tipo de nueva Inquisición que mire con desprecio y de forma reaccionaria al desarrollo tecnocientífico. O, por otro lado, al verse rebasada por una muy acelerada actualidad, será desaparecida convenientemente en esa nueva época liderada por las máquinas, de la misma forma en que podría ser borrado también el último resquicio humano y humanista. La amenaza sigue presente.
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