Un acercamiento al grupo de intelectuales que promovió las luces de la razón y la libre circulación de la cultura, creyendo en la libertad como valor supremo. Fueron ellos los que pusieron la base para que, en 1789, se produjera la Revolución francesa y diera comienzo el mundo moderno, entre proclamas de igualdad, fraternidad y libertad.
Por Carlos Javier González Serrano
Desde muy antiguo, quizá desde Parménides y, más tarde, con Platón, la luz quedó asociada al terreno de lo inteligible, de lo casi inalcanzable por nuestro conocimiento, e incluso se asoció a la idea de Dios. Como leemos en La República, texto platónico, todo lo sensible proviene de lo inteligible, de la misma forma que toda claridad en la Tierra tiene su origen en un fuego celeste que no puede corromperse, que es eterno, inmortal e increado. En última instancia, la metáfora de la luz hace alusión a lo inasible por nuestras potencias cognoscitivas, a la trascendencia, a un más allá de lo real que, sin embargo, podemos imaginar. Mucho después, con la llegada de Nietzsche, este componente metafísico caería en descrédito y, hasta hoy, ha sufrido un continuo desprestigio que solo la ciencia (y con ella, la técnica), con su —aparente—omnímodo poder, ha podido suplantar.
Desde la Grecia clásica, y dando un salto en el tiempo, nos plantamos en pleno siglo XVIII y caminamos de la mano de dos «ultras» de las Luces: el barón d’Holbach y Denis Diderot, editor de la gran Encyclopédie. Fue en el salón de la casa del barón, en el número 10 de la rue des Moulins de París, a unos pasos del Louvre, donde se dieron cita las grandes mentes de aquella Francia en plena efervescencia intelectual y revolucionaria, y donde se urdieron los grandes planes para llenar Europa, y el mundo, de las luces de la razón.
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