Entiendo la genealogía como un modo de pensamiento relacional orientado hacia el pasado, articulado en un lenguaje político que se interroga sobre lo que heredamos de las otras. La definición del cuidado según Tronto y Fisher abre pautas para profundizar en los alcances restaurativos de una genealogía: «[…] todo lo que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro «mundo», de manera que podamos vivir en él lo mejor que se pueda. Ese mundo incluye a nuestros cuerpos, a nosotros mismos y a nuestro ambiente, aspectos que buscamos entrelazar en una red compleja que sostiene la vida»1.
¿Cómo podemos aplicar esta visión del cuidado a los ejercicios genealógicos? Siendo muy consciente de las diferencias entre los actos de cuidado —el acto físico de sostener la vida y satisfacer necesidades específicas de alguien— y los ejercicios de memoria —reelaboración y reinterpretación del pasado—, quisiera plantear las genealogías feministas como una extensión simbólica del cuidado, una forma de pensar y relacionarse desde el sentido de responsabilidad ante la alteridad. Esto es, que las genealogías feministas surgen de la preocupación por las otras, así como del propósito de «mantener, continuar y reparar» nuestra(s) munda(s), las redes entrelazadas que sostienen nuestras vidas. Para reflexionar sobre cómo los ejercicios genealógicos pueden apoyarnos en esta labor restaurativa, recurrí a dos obras autobiográficas feministas: Zami. Una biomitografía, de Audre Lorde, y El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza.
Lo personal es político
Zami. Una biomitografía, de Audre Lorde
De la mano de Lorde, me inspiro para enfatizar la potencia de las genealogías feministas, de preguntarnos por la fuente de nuestra fortaleza, de nuestro yo relacional: «¿A quién le debo el poder que hay detrás de mi voz? ¿En qué fuerza me he convertido, que leuda como brota de repente la sangre bajo la magulladura de la piel contusionada? […] ¿A quién le debo los símbolos de mi supervivencia? […] ¿A quién le debo la mujer en la que me he convertido?»2. Este ejercicio, simple y profundo a la vez, puede ser reactivado por cada una, a manera de rememoración y práctica cognitiva, haciendo eco de los grupos de autoconciencia feminista.
Las genealogías son sumamente personales, a la vez que tienen alcances sistémicos; en ellas se concretiza la frase «lo personal es político», en la medida en que colectivizan la experiencia vivida. La potencia de dicho recurso consiste en que permite construir lazos comunitarios, expone entramados de relaciones complejas en las que estamos inmersas, a la vez que posibilita otros vínculos que estaban clausurados. Además, la escritura autobiográfica de Lorde parte de una exploración genealógica de las redes de relaciones y alianzas que han dejado huellas afectivas en ella, así como conocimientos indispensables para su supervivencia:
«Pero gracias a lo que ella [mi madre] sabía y a lo que pudo enseñarme, sobreviví en ellas mejor de lo que habría podido imaginar […] encontré a otras mujeres que me apoyaron y de las que aprendí otras formas de amar. Como cocinar alimentos que nunca había probado en casa de mi madre. Como conducir un coche con cambio de marchas. Como abandonarme sin perderme.
Sus siluetas se unen a las de Linda, las abuelas Gran’Ma Liz y Gran’Aunt Anni en mi ensoñación, donde bailan blandiendo una espada y sus pasos lentos y majestuosos recuerdan una época en la que todas fueron guerreras.
Cuando hago mis libaciones, mojo el suelo en homenaje a mis antepasadas»3.
Pensando con Lorde sobre las posibilidades afectivas de las genealogías personales, me centro en las huellas de la violencia sistémica y las respuestas feministas que buscan restaurar la propia «munda». Cuando una corporalidad es significada e interpretada culturalmente desde los esquemas de la Otredad o subalternidad (según género, clase, raza, etnia, etc.), surgen preguntas sobre cómo habitar nuestro contexto de una manera diferente, cómo seguir viviendo, cómo trabajar con la propia imagen y corporalidad.
La exploración de las propias genealogías, desde una mirada y filosofía feminista, es una respuesta posible (y parcial) a las interrogantes sobre cómo mantener la lucha colectiva, cómo continuar resistiendo desde los márgenes, cómo reparar nuestros lazos, cómo sanar las heridas y traumas propios de los sistemas de opresión; incluso, a menudo, dichas genealogías sirven para continuar esas preguntas, planteándolas en un contexto distinto. En suma, pueden caracterizarse como tarea individual y colectiva que permite mantener, continuar y reparar los lazos de los que formamos parte, hacer vivible la cotidianidad, transitables los espacios y respirable el aire.
Las genealogías feministas surgen de la preocupación por las otras. Dichas genealogías pueden caracterizarse como tarea individual y colectiva que permite mantener, continuar y reparar los lazos de los que formamos parte
Las genealogías son recordatorios permanentes de que otras han luchado por las causas que nos atraviesan, que formamos parte de diversos «nosotras», comunidades maleables y en devenir. A propósito de este vínculo, cabe aclarar que no está «dado» espontáneamente, de manera esencialista, sino que se construye a partir de los compromisos éticos y las herencias que asumimos, y tampoco está exento de conflicto y contradicción. En este punto, también retomo a Lorde, quien subraya la importancia de las comunidades de mujeres para su propia supervivencia, así como los conflictos que surgen al negar las diferencias:
«Ser mujeres juntas no era suficiente. Éramos diferentes. Ser chicas gay juntas no era suficiente. Éramos diferentes. Ser mujeres negras juntas no era suficiente. Éramos diferentes. Ser tortilleras negras juntas no era suficiente. Éramos diferentes.
Cada una de nosotras tenía sus propias necesidades y afanes, y muchas alianzas distintas. La autoconservación nos advertía a muchas de nosotras de que no podíamos permitirnos acomodarnos a una definición fácil, a una representación limitada de nuestra individualidad.
[…] Tardé mucho tiempo en darme cuenta de que nuestro lugar era el hogar mismo de la diferencia más que la seguridad de cualquier diferencia en particular. (Y con frecuencia éramos cobardes en nuestro aprendizaje). Tardamos años en aprender a utilizar la fuerza que esa supervivencia diaria puede conferirte, años en aprender que el miedo no tiene por qué inhabilitar y que podíamos apreciarnos unas a otras en términos que no necesariamente tenían que ser los nuestros»4.
En esta línea, las genealogías feministas nos permiten bosquejar esos hogares de la diferencia, tejer alianzas, recuperar legados, aprender de las otras y con las otras. Una genealogía feminista construye lazos éticos a partir de fragmentos de experiencia vivida, a la vez que afirma un compromiso de cuidado de dichos lazos. Estas vertientes éticas y políticas que parten de lo personal, llevándolo a lo colectivo y sistémico, están presentes en algunas de las consignas más conocidas: «Si tocan a una, nos tocan a todas»; «Somos manada»; «Somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar».
Pensamiento para la lucha contra la violencia de género
El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza
Rivera Garza efectúa una investigación genealógica sobre los últimos años de vida de Liliana, su hermana menor, quien fue víctima de feminicidio por parte de su expareja en la ciudad de México en 1990. Esta obra es un texto híbrido entre la genealogía personal a partir de la escritura (notas, cartas, poemas, recados) de Liliana, los testimonios de familiares y amistades que la frecuentaron esos años, y la narración y reflexiones de Rivera Garza. Uno de los recursos más potentes en esta obra es el entrecruce de la genealogía personal como búsqueda de justicia restaurativa para Liliana y la genealogía de la lucha feminista en contra de la violencia de género. En esta línea, un pasaje polifónico mezcla la demanda individual de justicia con la canción de Las tesis «Un violador en tu camino»:
«Busco el expediente, dije, tartamudeando. […] ¿Sólo eso?, preguntó, extrañada, la voz al otro lado del teléfono. Es feminicidio. / Impunidad para mi asesino./ Es la desaparición. / Es la violación. Entonces me di cuenta, en el transcurso de esa llamada, de lo poco que pedía. No, dije, atajando lo que parecía ser el fin intempestivo de la llamada. No. Busco algo más. El violador eres tú. […] Busco que se localice al culpable y que el culpable pague por su crimen. Volví a guardar silencio otra vez. Tragué saliva. Busco justicia, dije finalmente. Y lo repetí otra vez, convirtiéndome en eco de tantas otras voces. Lo repetí una vez más, ahora con mayor firmeza, con absoluta claridad. El Estado opresor es un macho violador. Busco justicia. Y la culpa no era de ella/ ni dónde estaba/ ni cómo vestía. Busco justicia para mi hermana. El violador eres tú»5.
Una genealogía feminista nos puede señalar algunas heridas que llevamos arrastrando por varias generaciones, pero también puede visibilizar los mecanismos de resistencia, las fugas, las estrategias para lidiar con las violencias. Así como Lorde parte de los lazos y aprendizajes heredados que le permitieron sobrevivir, Rivera Garza habla de cómo la tradición de pensamiento y activismo feminista, junto con su lenguaje político, le otorgaron fuerza para luchar por Liliana, treinta años después de su muerte: «Hasta que llegó el día en que, con otras, gracias a la fuerza de otras, pudimos pensar, imaginar siquiera, que también nos tocaba la justicia. Que la merecías tú. Que la valías tú también entre todas las muchas, entre todas las tantas. Que podíamos luchar, en voz alta y con otras, para traerte aquí, a la casa de la justicia. Al lenguaje de la justicia».6
A su vez, el sentido de acompañamiento y pertenencia a una genealogía de lucha también está presente en un pasaje en el que sus huellas se confunden simbólicamente con las huellas de las mujeres que protestan, han protestado y protestarán en contra de la violencia de género:
«Mujeres siempre a punto de morir. Mujeres muriendo y, sin embargo, vivas […] reclamaron el derecho a seguir vivas sobre este suelo tan manchado de sangre […] Aquí mismo, por donde pasamos hoy. Un pie sobre una huella. Muchas huellas. Más pies. Nos confundimos ahora. Los pies que se ajustan a las siluetas invisibles de otros pasos. Las siluetas que se abren para dar cabida a nuestros pies. Somos ellas en el pasado, y somos ellas en el futuro, y somos otras a la vez. Somos otras y somos las mismas de siempre. Mujeres en busca de justicia. Mujeres exhaustas, y juntas. Hartas ya, pero con la paciencia que sólo marcan los siglos. Ya para siempre enrabiadas».7
Las genealogías son recordatorios permanentes de que otras han luchado por las causas que nos atraviesan, que formamos parte de diversos «nosotras», comunidades maleables y en devenir
A modo de cierre, propongo un ejercicio reparativo y genealógico, para conmemorar a las mujeres que luchan contra las violencias (sexistas, racistas, colonialistas, de clase), resistiendo desde sus trincheras: «¿A quién le debo el poder que hay detrás de mi voz? ¿En qué fuerza me he convertido, que leuda como brota de repente la sangre bajo la magulladura de la piel contusionada? […] ¿A quién le debo los símbolos de mi supervivencia? […] ¿A quién le debo la mujer en la que me he convertido?».8
Sobre la autora
Daniela León es profesora en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y doctorante en Filosofía en el mismo centro.
Notas
1 Traducción propia. Cita original: «[…] everything that we do to maintain, continue, and repair our ‘world’ so that we can live in it as well as possible. That world includes our bodies, our selves, and our environment, all of which we seek to interweave in a complex, life-sustaining web.» (Tronto y Fisher, citado en Tronto, Moral Boundaries. A Political Argument for an Ethic of Care, Routledge, 1993, p. 103)
2 Lorde, de Zami. Una biomitografía. Una nueva forma de escribir mi nombre, trad. María Durante, ed. Horas y Horas, pp. 6-8.
3 Ibid, pp. 173-174
4 Ibid, pp. 377-378.
5 Rivera Garza Cristina, El invencible verano de Liliana, Random House, 2021, p. 35.
6 Ibid, p. 43.
7 Ibid, p. 17
8 Lorde, de Zami. Una biomitografía. Una nueva forma de escribir mi nombre, trad. María Durante, ed. Horas y Horas, pp. 6-8.
Deja un comentario