El filólogo Walter Otto se da cuenta de la importancia de Ariadna, pero como elemento esencial del culto del dios y así queda disminuida en su análisis. Es Nietzsche el que atisba su importancia como compañera del dios y clave para entender su pensamiento del eterno retorno.
Literatos latinos como Ovidio muestran rasgos de Ariadna y complementan lo que señalaron los griegos, que sintetizo en tres: laberinto, lamento y baile. Ariadna es la aristócrata por excelencia, lo inalcanzable. Es la que puede crear laberintos, pero también puede morir de amor por el abandono de su amado. Y, sin embargo, como una ménade, no deja de bailar junto a su toro divino, y esto muestra la alegría que da sentido a la polis.
Los laberintos de Ariadna
Ariadna genera, como una araña, laberintos que nos pierden y traicionan, un amor radical al otro hasta el delirio de su propia muerte y un bailar que, en su voluptuosidad, en donde el dios es un alfeñique a su lado, actualiza los cuerpos de unos con otros, en un aquí y ahora inmanente que abre la posibilidad de crear sentido.
Ariadna es la distancia radical. Su «inactualidad» se nos aparece como algo necesario en tiempos de laberintos. Y en esa distancia no solamente pensamos lo femenino, sino lo humano. El animal humano está perforado en sí mismo, en su propio cuerpo, de una distancia constitutiva que lo vuelve mortal, sexual e histórico entre unos con otros. Y así Ariadna nos expresa en su mito un modo especial de lo real: eso real estudiado y nombrado con muchos términos desde los griegos.
«Es Nietzsche el que atisba la importancia de Ariadna como compañera del dios y clave para entender su pensamiento del eterno retorno»
Se pensó que lo real era un tipo de sustrato constitutivo de las cosas. Con los modernos, como Kant, se reflexionó que ese sustrato lo era ante un sujeto, y más que sustrato, lo que opera es una cierta relación que tiene modos de mostrarse. Hegel, Heidegger, Derrida… se dan cuenta de que toda relación era expresión nunca acabada de la libertad, de la diferencia, la que no se deja atrapar. Pero esa diferencia, como muestra Butler contra Žižek, está tomada unilateralmente en un decir «caído del cielo» en donde acontece una absolutez que impide pensar la vida misma en su precariedad.
Es una «diferencia» pensada por los filósofos que tiene el «tufillo patriarcal» de ser una diferencia que solo opera en las cabezas de ellos, pero que no es expresión de la vida en su dolor y alegría. Y de ese tufillo de lo real bebe el actual Realismo especulativo, como en Meillassoux.
Nietzsche y «Así hablo Zaratustra»
¿Cómo expresar eso real en su contingencia que nos constituye? Nietzsche dio la clave: se trata de la experiencia del cómo escribe Así habló Zaratustra. Ese escribir pensante, abierto y por hacer, que se inscribe en nuestros cuerpos nos permite ver eso real en su radicalidad, como distancia. Y en ella somos y podemos expresar una vida como un modo de ser de unos con otros. La mortal Ariadna expresa lo real en distancia y es, a la vez, un modo de escritura pensante y creadora nos permite filosofar y amar en estos tiempos de reproducción ideológica estúpida y mortífera. Nos permite dejar abierta nuestras heridas y en ellas decir: ¡sí, otra vez!
*Este artículo fue publicado originalmente en el número 3 de la revista impresa FILOSOFÍA&CO.
Ricardo Espinoza Lolas Académico, escritor y teórico crítico. Doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, catedrático de Historia de la Filosofía Contemporánea de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y miembro del Center for Philosophy and Critical Thought (Goldsmiths. University of London). Entre los libros escritos o coeditados, Zubiri ante Heidegger, Capitalismo y empresa. Hacia una revolución del NosOtros y Hegel Hoy.
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