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Oliver Sacks: cuando el psiquiatra se vuelve detective

El psiquiatra Oliver Sacks admiraba al Padre Brown (de Chesterton) más que a Sherlock Holmes (de Arthur Conan Doyle). Su motivo es que el método intuitivo y empático del cura capturaba mejor la naturaleza del trabajo clínico que las racionalizaciones de Holmes. Sacks se convirtió en un «neuroantropólogo» que intentaba adentrarse en el paciente, no estudiarlo desde fuera.

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A la hora de investigar la clínica, Oliver Sacks apostó por investigar la vida del paciente fuera de su consulta. Diseño realizado a partir de elementos de Freepiks (licencia CC).

A la hora de investigar la clínica, Oliver Sacks apostó por investigar la vida del paciente fuera de su consulta. Diseño realizado a partir de elementos de Freepiks (licencia CC).

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El psiquiatra Oliver Sacks menciona a Sherlock Holmes y al Padre Brown en sus Cartas (publicado en Anagrama este año 2025). El 14 de junio de 1975 escribe a Luria y trata de explicarle su propio método. Entonces le dice que Holmes pretende ser enteramente científico, racional, y cuando se explaya sobre su propio método, expone sus razonamientos de una forma sistemática: analizando datos y calculando probabilidades. Pero…:

«… esto es un auténtico disparate; solo es una racionalización post factum. No es en absoluto la forma en la que [Holmes] trabaja en realidad, como tampoco es la forma en la que lo hacen los científicos creativos […] En mi opinión —afirma Sacks—, las historias del Padre Brown de Chesterton […] ofrecen una imagen mucho más divertida (penetrante y verdadera) de los motivos y métodos del maestro-detective, y de su forma de trabajar, profundamente irracional y paradójica (¡a veces disparatada!)».

La editora, Kate Edgar, podía haber introducido una nota a pie de página (coloca otras muy buenas) recordando que veinte años después de decir esto, Sacks vuelve a mencionar a Chesterton en el prólogo a su libro más conocido, Un antropólogo en Marte (de 1995), donde afirmaba:

«El estudio de la enfermedad exige al médico el estudio de la identidad, de los mundos interiores que los pacientes crean bajo el acicate de la enfermedad. Pero las realidades de los pacientes, las maneras en que construyen sus propios mundos, no puede comprenderse totalmente a partir de la observación del comportamiento exterior. Además de la aproximación objetiva del científico, debemos [saltar], como escribe Foucault, ‘al interior de la conciencia mórbida, [e] intentar ver el mundo patológico con los ojos del propio paciente’. Lo mejor que se ha escrito sobre la naturaleza y la necesidad de tal intuición o empatía se lo debemos a G. K. Chesterton, a través de su espiritual detective, el Padre Brown)».

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Después de decir esto, Sacks no dio muchas vueltas y reprodujo (sin dar referencias) el famoso pasaje de un cuento del padre Brown donde el cura se pregunta qué se quiere decir exactamente cuando se dice que la criminología es una ciencia: ¿que hay que salir del hombre y estudiarlo como si se tratara de un enorme insecto bajo una luz imparcial? En la página 20 de Un antropológo en Marte, leemos:

«No niego que esa árida luz pueda ser de utilidad alguna vez… pero es como fingir que algo familiar es algo remoto y misterioso. Es como decir que un hombre tiene una trompa entre los ojos… el ‘secreto’ es justamente lo opuesto. No intento salir del hombre. Intento adentrarme en él».

(Para más detalles sobre el método del padre Brown, véase mi libro Divinos detectives, publicado en el Círculo de Bellas Artes en 2023.)

La forma en la que Sacks tradujo este método a la psiquiatría no está tan clara (Sacks también describió su trabajo como el de un naturalista que estudiaba extrañas formas de vida), pero tuvo que ver con su padre, un médico de medicina general que seguía activo a los noventa. Cuando los hijos le aconsejaron que al menos dejara las visitas a domicilio, dijo: «No, mejor dejo todo lo demás…, pero sigo visitando a domicilio».

Siguiendo el ejemplo de su padre, Sacks pensó que para entender a sus pacientes no debía observarlos solo en la consulta, en clínicas, sino que debía compartir sus vidas todo lo posible: «Con esto en mente, me quité la bata blanca, abandoné los hospitales donde había pasado 25 años, y me dediqué a investigar las vidas de mis pacientes tal como son en el mundo… como un médico que visita a domicilio, unos domicilios que están en los límites de la experiencia humana».

En el prólogo a Un antropólogo en Marte, Sacks se comparó a su padre, pero también admitió que a veces se sentía como un «neuroantropólogo que realiza trabajo de campo». La gente que habla del libro de oídas pasa por alto que la idea que da título al libro no fue de Sacks, sino de una autista a la que visitó en su propio mundo: Temple Grandin, famosa por sus estudios sobre animales y sobre autismo.

Inspirado por su padre médico, Sacks abandonó la bata blanca y los hospitales para convertirse en un «neuroantropólogo» que visitaba a sus pacientes en sus propios mundos, en los límites de la experiencia humana

Durante ese memorable encuentro, Grandin le explicó sus dificultades para entender las emociones de los personajes de ficción, sus intrincadas idas y venidas, sus cambiantes motivos e intenciones. También por qué le era fácil empatizar con las personas. Podría comprender las emociones simples y fuertes —le dijo—, pero «le confundían las emociones más complejas y los juegos que practica la gente». «Casi siempre —dijo a Sacks— me siento como un antropólogo en Marte».

Sacks añadió más adelante: «Entonces ella podía verme a mí como una especie de antropólogo que investigaba el autismo, un antropólogo que la investigaba a ella… Al principio no se le ocurrió que yo pudiera verla con los ojos comprensivos de un amigo, además de como antropólogo». Al final las cosas cambiaron, pero no vamos a contar ni cómo ni por qué, porque así, además de sumergirse en la sorprendente correspondencia de Sacks que se publica ahora, los lectores pueden volver a leer aquel otro libro que le hizo famoso.

Solo una idea final: Sacks leyó a Borges y disfrutó especialmente con sus fantasías sobre el tiempo. Le habría encantado saber que el argentino consideró a Chesterton como uno de sus grandes inspiradores, pero quizás le habría reconfortado saber lo que Borges pensaba sobre Holmes. Como dijo a Osvaldo Ferrari, sus aventuras no son solo demostraciones de superinteligencia. En realidad, la intriga, dice en Los diálogos, «casi no importa; lo que importa es la amistad entre los dos personajes y su relación […] el hecho de que sean amigos, y de que se quieran, de que uno siente esa amistad, es más importante que lo que sucede». Después de todo, doctor Sacks, el mundo de Holmes y del doctor Watson no era tan elemental.

Sobre el autor

Ramón del Castillo (1964) es catedrático de Filosofia en la UNED, donde enseña estudios culturales, filosofías de la naturaleza, filosofías del siglo XX y corrientes actuales de pensamiento. Doctor en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, su trabajo ha versado sobre el pragmatismo y el hegelianismo americano, y sobre viejos y nuevos marxismos. También ha escrito en medios culturales sobre humor, literatura y música. Entre sus publicaciones, ensayos sobre Ray Bradbury, Raymond Williams o Guy Debord, y los libros El jardín de los delirios. Las ilusiones del naturalismo (2019), Filósofos de paseo (2020) y Divinos detectives. Chesterton, Gramsci y otros casos criminales (2022). Acaba de publicar Otra broma infinita (Pron vs Prompt, 2025) sobre la inteligencia artifivial y los sueños de la literatura artificial. Su próximo libro trata sobre filosofía y demencia.

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