La búsqueda insobornable de la verdad, la exploración del dolor o el conflicto de identidad cargan la obra de Ingeborg Bachmann de filosofía. Algo natural en alguien con una sólida base filosófica que, en ocasiones, no se ha subrayado lo suficiente. Este es el punto de partida de este artículo sobre la gran escritora austriaca, cuya obra recupera en español la editorial Tres Molins.
Por Pilar G. Rodríguez
El contexto es el siguiente: una autora de veintitantos años que arrasa con su primer poemario, El tiempo aplazado. Ella se retrae y huye de donde y de quienes la han convertido en una «celebridad». Su segunda obra poética la confirma literaria y socialmente como una de las grandes, pero ella ¿quién es? ¿Cuál es su relación con las palabras? Después de Invocación a la Osa mayor, Ingeborg Bachmann (1926-1973) constata que ella es alguien que sabe hacer poesía, la domina. Sabe también que quien domina la poesía, a menudo, deja de ser poeta para convertirse en burócrata del verso. Entonces huye de nuevo y deja una declaración: «Dejé de escribir poemas cuando sospeché que ‘sabía’ hacerlos», afirma en una entrevista.
Sospecha, sospechar. En filosofía no es que existan tres filósofos de la sospecha (Marx, Nietzsche y Freud), es que la filosofía es sospecha pura, distancia respecto de lo dado, exigente criba personal ante lo externo, navaja y filo a lo exterior, muerte a las primeras impresiones, reacciones y a lo primero que se viene a la boca. Bachmann sospecha. Sospecha que en esa sospecha reside lo poco o lo mucho que pueda ella saber. No habla de filosofía, sino de poesía, que es lo suyo, pero sus palabras suenan como las de aquel maestro partero de la filosofía que sospechaba que él poco o nada sabía: «Sigo sabiendo poco de poemas, pero entre lo poco está la sospecha. Sospecha de ti lo suficiente, sospecha de las palabras, de la lengua, me he dicho muchas veces, ahonda esta sospecha para que un día, quizás, pueda originarse algo nuevo o que no se origine nada más».
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