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Javier Gomá: «La filosofía es literatura, literatura conceptual»

«He intentado en toda mi obra cumplir una tarea de elevación: la ejemplaridad, el ideal, la recuperación de lo sublime». Javier Gomá.

«He intentado en toda mi obra cumplir una tarea de elevación: la ejemplaridad, el ideal, la recuperación de lo sublime», dice Javier Gomá.

Entrevistamos al filósofo, jurista, filólogo y director de la Fundación Juan March Javier Gomá. Hablamos con él de su último libro, Dignidad (Galaxia Gutenberg), en el que profundiza en uno de los temas más básicos, y extrañamente olvidados, de la naturaleza actual.

Por Jaime Fernández-Blanco Inclán

Javier Gomá es uno de los filósofos más reconocibles del panorama nacional. Cara habitual en buena parte de los medios de comunicación de nuestro país y con nombre en el ámbito editorial, es autor de varios libros (Filosofía mundana, la imagen de tu vida, Inconsolable, etc.), entre los que destaca su famosa Tetralogía de la ejemplaridad, obra magna que le llevó 10 años de trabajo y que agrupa los siguientes títulos: Imitación y experiencia, Aquiles en el gineceo, Ejemplaridad pública y Necesario pero imposible. A todos ellos ahora hay que sumar el que nos trae aquí, Dignidad. Una obra en la que el filósofo bilbaíno ofrece una mirada más profunda a un fenómeno que, pese a estar en boca de todos, ha sido prácticamente ignorado a nivel teórico en el mundo filosófico.

Con motivo de su publicación, hablamos con Javier Gomá para conocer su postura respecto a algunos temas relacionados con el concepto de la dignidad.

Tres razones para un libro

Dignidad, de Javier Gomá Lanzón (Galaxia Gutenberg)
Dignidad, de Javier Gomá (Galaxia Gutenberg).

Usted ya trató el tema de la dignidad en varios volúmenes de su Tetralogía de la ejemplaridad. ¿Qué le motivó a retornar a él? ¿Qué faltaba por decir al respecto?
En el capítulo introductorio apunto tres razones. La primera es personal. La filosofía es literatura, literatura conceptual. Quien escribe filosofía toma conciencia de su papel literario, es decir, de la importancia de la literalidad. En la mía, la palabra «dignidad» fue asumiendo un protagonismo creciente, que me sorprendió incluso a mí mismo. Cuando ocurre eso, uno se plantea dedicarle a la palabra y al concepto una monografía. Entonces empecé a estudiarlo y vino la sorpresa, que constituye la segunda razón. Es el concepto de mayor influencia del siglo XX, pero no ha sido estudiado por la filosofía. Está vacante, así que decidí ocuparlo y recuperarlo para la disciplina. Y, por último, la tercera razón. He intentado en toda mi obra cumplir una tarea de elevación: la ejemplaridad, el ideal, la recuperación de lo sublime. La dignidad como concepto y enunciar un programa de dignificación, como el que el libro contiene, se acompasaba muy bien a ese intento primitivo. La dignidad no como descripción del mundo, sino como militancia frente a una cultura dominante que invita a una vida libre, lúcida, pero triste, indigna, miserable. El libro quiere retomar, en el siglo XXI, el antiguo género de la consolatio: acopiar razones para hacer que la vida sea vida humana, digna de ser vivida.

Por delimitar el campo de juego: Dignidad es, ni más ni menos, que una «teoría de la dignidad», esto es, una reflexión filosófica sobre un concepto que, aunque todo el mundo cita y dice practicar, estaba abandonado. De hecho, usted dice que se apropió de ella, «como se hace con las cosas sin dueño». ¿Cómo es posible que «la dignidad» estuviera ahí, tirada en el barro, sin perro que le ladrara?
Petrarca quiso escribir sobre la dignidad en el siglo XIV pero encontró que disponía de abundantísima bibliografía sobre la miseria de la condición humana, pero apenas nada sobre la dignidad. ¿Por qué?, se preguntó. Y se contestó que para hallar la miseria basta abrir los ojos, tan manifiesta es, pero para hallar la dignidad es necesario cavar hondo. Luego es la propia naturaleza de las cosas la que hace más evidente la tristeza. Pero por si no fuera suficiente, en nuestro tiempo la sentencia de la naturaleza es confirmada por la cultura. Durante milenios la cultura fue un instrumento de socialización, guiaba el tránsito el pequeño salvaje recién nacido hasta su conversión en ciudadano. Desde el origen de la subjetividad moderna, la cultura es concebida sobre todo como dominación, peligrosa para dicha subjetividad. Ser culto, ser ciudadano, es sospechar de la cultura, recelar de ella. El deber es ser libre y lúcido, pero también triste, desconfiado. Esto nos hace bizcos ante el poder transformador, movilizador y positivo de la dignidad.

«Ser culto, ser ciudadano, es sospechar de la cultura, recelar de ella. El deber es ser libre y lúcido, pero también triste, desconfiado. Esto nos hace bizcos ante el poder transformador, movilizador y positivo de la dignidad»

Ejempliaridad pública (Tetralogía de la ejemplaridad), de Javier Gomá (Taurus).
Ejempliaridad pública (Tetralogía de la ejemplaridad), de Javier Gomá (Taurus).

Los límites positivos de la libertad

«Un ciudadano elegante es el que ha instruido su corazón de manera tal que siente una inclinación natural por una sociabilidad civilizada sin expectativa de premio y una repugnancia paralela que los comportamientos incívicos sin temor al castigo, y obra lo correcto en cada caso, incluso cuando nadie lo observa, sin mira de retribución, sólo por el respeto debido a sí mismo y a su dignidad». ¿Es ese ciudadano elegante una especie en extinción?
Al contrario, es el ideal futuro. La cultura moderna ha sido una cultura romántica, consciente de su dignidad infinita y celosa de su libertad. Todos los brazos de la cultura, la filosofía crítica, la transgresión moral, la experimentación de las vanguardias artísticas, contribuyeron a ensanchar los espacios de esa libertad subjetiva. Cualquier límite a la libertad era sentido como opresión. A mi juicio, esa expansión libertaria llegó hace unas décadas a un máximo. La nueva tarea moral ya no consiste en ser libres, sino en ser libres-juntos, lo que implica la aceptación (por primera vez) de algunos límites positivos a la libertad, límites que nos constituyen como individuos completos y hacen posible la convivencia. Hay que tener en cuenta que la libertad en sí misma no es ética, sino sólo la condición de la ética, de un comportamiento ético. No se trata sólo de ser libres, sino de hacer un uso civilizado y virtuoso de esa libertad. Es decir, no sólo ser libres, sino elegir bien. Y elegir tiene la misma raíz que elegante. Es en ese sentido, elegancia como uso civilizado de la libertad, que implica la aceptación de determinados límites a la libertad, en el que propongo el ideal futuro de un ciudadano elegante, que no hace sus elecciones personales por razones jurídicas –miedo al castigo establecido por la ley en caso de desobediencia–, sino motivado por un corazón educado, que prefiere lo correcto por propia convicción, por estilo, por educación. 

«La nueva tarea moral ya no consiste en ser libres, sino en ser libres-juntos, lo que implica la aceptación (por primera vez) de algunos límites positivos a la libertad, límites que nos constituyen como individuos completos y hacen posible la convivencia»

El libro ofrece una mirada introspectiva de España desde el punto de vista de la dignidad, materializada en la Transición y la posterior andadura democrática de nuestro país. ¿Somos los españoles conscientes del trabajo realizado en aquellos años? ¿Está poco glosada la, llamémosle así, «gesta» que significó la Transición?
La gesta es tan evidente que muchos la dan por supuesto, y luego está la tentación de los espíritus mal informados o caprichosos de negarla. Para apreciarla, además, hay que adoptar la perspectiva correcta, como ante un cuadro. No ponerse demasiado cerca, porque sólo aprecia hilos manchados, ni demasiado lejos, porque el cuadro vuelve a ser una mancha confusa. Incurre en el peligro de ver la Transición demasiado cerca quien la estudia y destaca las mil imperfecciones y defectos del detalle, completamente previsibles tratándose, naturalmente, de una obra humana y no de cíclopes ni de semidioses. Y la ve demasiado lejos quien es incapaz de percibir su esencia, las líneas y los colores que la convierten en obra maestra, quien desconoce la creatividad, la novedad, la originalidad sin precedentes de esa acción colectiva, quizá por ignorancia simple, quizá por falta de sensibilidad, quizá por incapacidad para establecer comparaciones. Para admirar Las meninas, de Velázquez, hay que tomar la distancia justa: sólo entonces se aprecia la obra maestra que es.

Usted matiza que cuando habla de dignidad, a secas, se refiere a la dignidad individual. Es decir, al valor intrínseco que cualquier persona tiene por el hecho de ser persona. ¿Cree que hoy es necesaria la reivindicación de la dignidad desde este punto de vista? ¿Necesita la gente que le recuerden el valor mismo de su propia existencia?
Sí, precisamente porque hay bibliotecas enteras razonando sobre la dignidad del animal, del cadáver, de la obra de arte, del globo, de los pueblos, pero, como decía antes, no hay un libro de filosofía de la dignidad. Así que ha quedado desatendida escandalosamente la dignidad entendida como resistencia, como lo que estorba, como principio contramayoritario, la dignidad asociada al arte de vivir exclusivamente humano. Este libro quiere contribuir a llenar esta laguna.

«(La dignidad) Es el concepto de mayor influencia del siglo XX, pero no ha sido estudiado por la filosofía. Está vacante, así que decidí ocuparlo y recuperarlo para la disciplina»

La imagen de tu vida, de Javier Gomá (Galaxia Gutenberg)
La imagen de tu vida, de Javier Gomá (Galaxia Gutenberg).

«Ese vulgar ilustre contemporáneo que deseamos para nosotros depende, en último término, de la recuperación del perdido apetito de grandeza, entendida esta no en el sentido meramente cuantitativo (…), sino cualitativo, como lo excelente digno de admiración, imitación y larga perduración en la memoria de muchas generaciones». ¿Ha perdido lustre la excelencia? ¿Podríamos decir que un buen lema para hoy sería este: «La mediocridad es bella»?
No es exactamente que haya perdido lustre la excelencia como que se considera de otra época distinta de la nuestra. Se la adora, pero sólo como obra del pasado. Dediqué un estudio al concepto de lo sublime: hacía un recorrido histórico y acababa preguntando si en el presente nuestro, postmoderno y multicultural, es o no posible lo sublime, entendido como grandeza, no grandeza cuantitativa, del mayor número (el rascacielos más alto, el puente más largo, la paella más gigante), sino cualitativa, sinónimo de algo grandioso, memorable, digno de perdurar y recordar, digno de imitación. Muchos opinan que eso fue posible en Grecia, Renacimiento o siglo XIX, pero ya no en nuestras democracias contemporáneas niveladoras. ¿Puede una cultura merecer ese nombre sin un ideal de lo sublime? Yo creo que no. Debemos encontrar un sublime contemporáneo y democrático.

Usted define la indignidad como «el resorte de una revolución moral permanente». La duda sería cómo reconocer la indignidad «real», por decirlo así, y distinguirla de las reivindicaciones que, bajo su apariencia, tratan de aprovecharse de ella. ¿Podemos diferenciar una de otra? Y si es así, ¿cómo lo hacemos?
En la ciencia hay un criterio de verdad: la verificación empírica. En el ámbito moral no existe tal cosa. ¿Quién ha verificado empíricamente qué es bueno, justo, decente o bello? En este ámbito funciona el consenso de la mayoría (y de los mejores, según Hume). Se extiende una evidencia, ampliamente compartida, sobre lo que es justo. Por ejemplo, la evidencia de cambio y progreso, que es la misma hoy que en la época griega, aunque en aquella se consideraba natural la esclavitud. Así ocurre también con la dignidad. De pronto, comportamientos que habían sido normalizados por cierta situación de dominación, son sentidos como intolerables, ofensivos de una dignidad primaria. Es el escándalo, el modo de reconocer la dignidad, que se manifiesta normalmente en grado de ausencia, cuando se quebranta. Presupone la evidencia de que esa persona –ese niño, esa mujer, ese obrero, ese preso– posee dignidad. Hay un acto previo de reconocimiento. ¿Que ese proceso de reconocimiento puede manipularse? Claro que sí, pero ¿qué excelencia no está sujeta a la corrupción? En mi libro defino qué entiendo por dignidad con rasgos precisos. Una dignidad sin esos requisitos correría el riesgo, para mí, de degeneración.

«No todo lo técnicamente posible es éticamente deseable, sino lo que es conforme a la dignidad»

Necesario pero imposible, de Javier Gomá Lanzón (Taurus).
Necesario pero imposible, de Javier Gomá (Taurus).

Cada día está más presente el transhumanismo, la capacidad de transformar la especie humana mediante le técnica. Algo que, en principio, nos permitirá tener una longevidad extraordinaria, unos avances médicos capaces de curar cualquier enfermedad y una biología regulada y adaptada a nuestras deseos. Obviamente, por su tremendo potencial, la ética juega un papel vital en el desarrollo de estos avances. ¿Qué tiene que decir la dignidad a este respecto?
Lo diré con una frase: no todo lo técnicamente posible es éticamente deseable, sino lo que es conforme a la dignidad. Por eso son tan importantes las humanidades: porque nos obligan a pensar no sobre lo nuevo (la técnica), sino de nuevo sobre lo mismo (la condición humana, su dignidad).

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