Kant es una figura clave en el pensamiento de Occidente. Su criticismo trascendental superó los momentos racionalistas y empiristas en los que se hallaba embebida la filosofía de la Modernidad. Luis Natera repasa algunos de los momentos clave de la filosofía kantiana.
Por Luis Natera Tibari, maestrando en Filosofía Práctica en la Universidad Católica Andrés Bello (Venezuela)
Habitar en un sueño puede considerarse como la utopía perfecta, porque qué mejor lugar para sembrar la vida, pues todo aquello que deseas estará allí para ti. Pero, a veces, el sueño es un placebo que te hace creer que estás bien, que estás mejor, que estás abrazando una verdad; cuando la realidad es que solo estás despierto, pero con ojos cerrados, ya que tu vista está vendada por la suave tela de lo dogmático. Para Immanuel Kant (1724-1804), el residir en un sueño dogmático fue una circunstancia que estuvo oculta en su subconsciente hasta que David Hume le despertó a través de sus obras.
Kant llevó a cabo una categorización de los juicios que puede ser sintetizada de la siguiente forma: «En todos los juicios en donde se piensa la relación de un sujeto con el predicado, es esa relación posible de dos maneras». En virtud de esto, encontramos que existen juicios analíticos y juicios sintéticos. Los primeros «son, pues, aquellos en los cuales el enlace del predicado con el sujeto es pensado mediante identidad», es decir, que son juicios que no ayudan a incrementar nuestro conocimiento, son simples juicios explicativos.
Pongamos un ejemplo para que esto quede más claro. Supongamos la oración «el sol es el astro que ilumina el día». Si nos ponemos a pensar, el predicado es el mismo que el sujeto, por lo que, si transformamos la oración, tendríamos que el astro que ilumina el día (el sol) es el astro que ilumina el día. En sí mismo no estamos ampliando nada, simplemente explicamos algo que es evidente, debido a que el predicado es lo mismo que el sujeto, por lo cual la oración no nos suministra ningún conocimiento nuevo.
Por otro lado, tenemos los juicios sintéticos. Estos son «aquellos… en que este enlace es pensado sin identidad, [estos] deben llamarse juicios sintéticos». Al respecto de estos, Kant refiere que son juicios que aumentan nuestra comprensión con respecto al sujeto desde el predicado. En otras palabras: el predicado no está contenido en el sujeto. Si decimos, por ejemplo, «el sol es la cobija del pobre», estamos dotándole al sol de una característica más, que emite calor, y con ello conocemos algo más de lo que el mismo sujeto nos proporciona.
Kant dividió los juicios en analíticos y sintéticos. Los primeros no aportan conocimiento; los segundos, sí
Hemos visto dos tipos de juicios: analíticos y sintéticos. No obstante, Kant hace referencia a dos más que van a ser utilizados de manera continua en toda su obra. Nos referimos aquí a los juicios a priori (previos a la experiencia) y juicios a posteriori (posteriores a la experiencia).
Habitualmente, ocurre una combinación de los juicios analíticos con los juicios a priori. Digamos, por ejemplo, que en el enunciado «los flacos no son gordos» (un juicio analítico) no se necesita de experiencia para certificar la verdad del juicio. La razón es que el principio de contradicción es suficiente para determinar la verdad de ese juicio. En palabras de Kant:
«Antes de ir a la experiencia, tengo ya en el concepto todas las condiciones para mi juicio, y del concepto puedo sacar el predicado por medio del principio de contradicción, pudiendo asimismo tomar conciencia al mismo tiempo de la necesidad del juicio, cosa que la experiencia no podría enseñarme».
Así pues, podemos decir que normalmente los juicios analíticos van junto a los juicios a priori, sucediendo algo similar con los juicios sintéticos, que metódicamente pertenecen a los juicios a posteriori. Por ejemplo: «todos los miembros de la tribu Yanomami son de baja talla». ¿Cómo alguien podría saberlo? ¿Cómo saber que esa oración es verídica? Esto sólo se puede lograr mediante la experiencia. Se necesita del hecho empírico para determinar que ese juicio es verdadero.
Luego de lo ut supra descrito, podemos llegar a pensar que Kant reflexionaba que los juicios de la ciencia son aquellos que aportan un incremento de conocimiento al individuo, como lo hacen los juicios sintéticos. Pero si pensamos que estos son regularmente a posteriori, nos encontramos con un dilema que resolver, ya que tendríamos que comprobar empíricamente cada juicio y la ciencia se caracteriza precisamente por ser de carácter universal y necesario, esto es, que no admite excepciones.
Al tener este inconveniente ante nuestros ojos, uno se preguntará: ¿cómo hizo Kant para solventar esta precariedad? Siguiendo algunos lineamientos plasmados en su obra de la Crítica de la razón pura, podemos observar que Kant llega a la conclusión de que los juicios de la ciencia deben de ser a priori y sintéticos, de esta manera aumenta el conocimiento y los juicios se hacen universales y necesarios. Así, no se tiene que acudir a la experiencia para comprobar la veracidad de un juicio y se puede llegar a un consenso, pero nos puede surgir una nueva cuestión.
Al pasar del prólogo al primer párrafo de la introducción, Kant dice: «Ningún conocimiento precede en nosotros a la experiencia y todo conocimiento comienza con ella (…)». Con eso afirma que no es un mero racionalista, los objetos tienen que incidir en nuestro conocimiento.
Pensar un conocimiento sin experiencia sería como si una paloma, cansada de la resistencia del viento y la gravedad, pensara que sería más fácil volar en el puro espacio. El problema es que, llegando ahí, se da cuenta de que no puede volar, tan solo flotar, entonces retorna a la atmósfera de la tierra con el viento y la gravedad. Aunque el viento y la gravedad sean una condición del vuelo, no lo son todo; la paloma tiene que aportar algo al batir sus alas, si no lo hiciera, caería sin remedio al suelo.
Es por eso que Kant continúa diciendo: «Más si bien todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia, no por eso originase todo él en la experiencia». El sujeto —como la paloma— tiene que aportar algo, y con esto afirma que tampoco es un mero empirista. Kant supera estas dos grandes tradiciones en una síntesis muy poderosa que se llama idealismo trascendental.
Kant dice: «Ningún conocimiento precede en nosotros a la experiencia y todo conocimiento comienza con ella»
El idealismo de Kant surge con su revolución copernicana que dice, como vimos anteriormente, que los objetos tienen que conformarse a nuestro modo de conocerlos. Por un lado, esto rechaza el realismo de autores como Hume, ya que, para este, si uno tiene conocimiento sobre un objeto, eso se debe a la naturaleza de ese objeto, a lo que el objeto impone.
Para Kant, esta relación de conocimiento es al revés. Lo que mejor explica nuestro conocimiento del objeto no es la naturaleza del objeto, sino la del sujeto; es decir, la forma en que el sujeto constituye el objeto que conoce. Ahora bien, si el idealismo de Kant rechaza el realismo en el que el sujeto es pasivo ante el objeto, tampoco va al otro extremo de autores como el Obispo Berkeley. Al decir que el sujeto constituye el objeto no quiere expresar que lo crea, el único que podría crear objetos al nada más pensarlos sería Dios.
En el racionalismo y el empirismo, la cognición humana tiene cierta estructura cuya operación termina, tarde o temprano, en el dogmatismo y el escepticismo, respectivamente. Kant rastrea estas desagradables consecuencias en la forma errónea en que Leibniz y Hume entendían el papel de los conceptos y de la sensación.
Para evitar estas consecuencias, Kant tendrá que replantear cómo funcionan estas facultades en la cognición. Su primer paso importante lo da en la revolución copernicana; el segundo, con el planteamiento de un nuevo tipo de juicio, el sintético a priori. El hecho de que Kant planteara su reflexión desde el punto de vista de la crítica —etimológicamente hablando— permite que el objetivo primordial sea el discernir la verdad.
Como observación final, se concluye que Kant, más allá de las etiquetas que algunos estudiosos de la materia han resuelto atribuirle —como demoledor de todo o destructor de la metafísica tradicional—, es una figura de la filosofía moderna que generó un quiebre, una forma nueva de observar aquellos objetos que nos rodean, que nos hacen parte del mundo, y cómo interpretarlos, influyendo de manera incuantificable en la ilustración.
La metafísica kantiana de los intereses de la razón no pretende trascender los alcances del sentido común, sino servirle y justificar la existencia de fe del sentido común. Aquí mismo yace la consecuencia, y, tal vez, la novedad de la reorientación kantiana de la metafísica hacia los requerimientos de la razón, lo cual sirve como piedra fundadora de la comprensión «cósmica» que Kant tuvo de la filosofía en cuanto que «ciencia de la relación de todos los conocimientos como fines esenciales de la razón humana».
Esta filosofía, concluye Kant, no «puede llegar más lejos, en lo que se refiere a los fines más esenciales de la naturaleza humana, que la guía que esa misma naturaleza ha otorgado igualmente incluso al entendimiento más común».
Sobre el autor
Luis Natera Tibari es licenciado en Administración de Empresas (Universidad Gran Mariscal de Ayacucho), diplomado en Psicología Laboral (Universidad José Antonio Páez), maestrando en Filosofía Práctica (Universidad Católica Andrés Bello) y CEO de BeUp Venezuela. También es consultor en gestión empresarial y humana.
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