¿Puede el contenido de la historia explicarse por sí mismo? ¿Se dirige la historia hacia algún lugar? ¿Cómo debemos interpretar el progreso moderno? ¿Cuáles son las flaquezas de la respuesta existencial al nihilismo europeo? ¿Qué dependencias encontramos en el pensamiento europeo de su pasado cristiano? ¿De qué forma podemos acercarnos al ser natural del hombre para dar una nueva respuesta a todas las preguntas anteriores?
El pasado mes de mayo se celebraron cincuenta años de la muerte de uno de los filósofos alemanes del siglo XX más conocidos y a la vez menos estudiados. Nos referimos a Karl Löwith (1897-1973), ampliamente citado por sus críticas a Heidegger —del que fue el primero de sus discípulos—, por su retrospectiva del pensamiento alemán del silgo XIX —cuyo libro De Hegel a Nietzche se encuentra entre las lecturas recomendadas de múltiples guías docentes de filosofía— y por el impacto de su tesis sobre las relaciones entre progreso y secularización en su obra Historia del mundo y salvación. A pesar de su notoriedad, su pensamiento ha sido poco trabajado, al menos hasta vivir un cierto florecimiento los últimos quince años.
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