Se suele atribuir a Alfred North Whitehead la frase que dice que toda la historia de la filosofía —y quizá de todo el pensamiento occidental— es una serie de notas a pie de página de los Diálogos de Platón. Numerosas cuestiones e interrogantes pueden plantearse frente a esta controvertida idea. Por ejemplo, en primer lugar, se puede pensar si es realmente Platón quien merece ese lugar privilegiado o si, en cambio, se podría hablar de más de un gran maestro a quien el resto de los sistemas filosóficos intentan respaldar, responder, refutar o disolver.
En segundo lugar, por poner otro ejemplo, podría pensarse que esta caracterización de la práctica filosófica le confiere cierta banalidad. Por decirlo de otra manera, ¿de qué podría servir que una gran cantidad de personas se ocupen en la actualidad de Platón, de responder a las ideas de alguien que murió hace más de dos mil años?, ¿cómo podría ser eso relevante para nuestra vida hoy?
Con respecto a esto, se podría responder que este corpus de problemas filosóficos y de modos de abordarlos se ha ido actualizando en cada momento: es una caja de herramientas que se reconvierte históricamente. Por ello, la adjudicación de anacronismo no sería adecuada. También se podría señalar que, incluso en esa tarea de actualización, una y otra vez nos ocurre que las formas de plantear los problemas filosóficos del pasado nos sorprenden. La actualidad de Platón tendría que ver con esa sorpresa permanente.
Ahora bien, una tercera cuestión que se puede plantear ante la frase mencionada es la siguiente: si la filosofía es solo una serie de notas al pie de lo que dijo Platón, parece que estamos ante el riesgo de dedicarnos a una disciplina con un enorme grado de arbitrariedad. A fin de cuentas, ¿qué pasaría si Platón, en vez de haberse ocupado de la naturaleza de los conceptos, los mejores modos de gobernar o el vínculo entre lenguaje y realidad, hubiera dedicado su tiempo a otras cuestiones que hoy consideramos irrelevantes?
En algún punto pareciera que esta pregunta es trivial: se responde señalando que, si Platón no hubiera planteado estas cuestiones (en muchos casos, condensando adecuadamente preguntas planteadas por otros filósofos, más que inventándolas), no hubiera sido tomado en cuenta por la historia del pensamiento occidental como ha ocurrido.
Si la filosofía es una serie de notas al pie de Platón, estamos ante una disciplina con un enorme grado de arbitrariedad. ¿Qué pasaría si Platón, en vez de haberse ocupado de la naturaleza de los conceptos, los mejores modos de gobernar o el vínculo entre lenguaje y realidad, hubiera dedicado su tiempo a otras cuestiones que hoy consideramos irrelevantes?
Creo que en esta pregunta aparentemente trivial y su respuesta algo banal hay una cuestión relevante: la actualidad de Platón y el hecho de que su pensamiento haya llegado hasta nuestros días no es mérito exclusivo de Platón, sino también de todos aquellos que lo leyeron, lo comentaron, lo criticaron y lo retomaron. Extrapolando términos de la biología evolutiva: no es solo mérito de la mutación extraordinaria (el pensamiento de Platón), sino también de la acción del proceso de selección: los pensadores que decidieron conservarla.
Un rasgo distintivo de la filosofía es el reconocimiento de una tradición. La filosofía ha sido y es una tarea colectiva, no solo debido a las interacciones sincrónicas, como las que se han dado en las calles de Atenas, en salones de clases, en congresos, entre otros, sino también por su continuidad asincrónica. Retomamos lo que grandes filósofas y filósofos del pasado nos han legado con el objetivo de intentar comprender el mundo en el que vivimos.
En ocasiones, un valioso instinto adolescente nos lleva a pensar que la tradición siempre está ligada a la autoridad y, por ende, al capricho o la arbitrariedad. En otros términos, se cree que el único fundamento que legitima ciertos conocimientos es la imposición forzada y la costumbre. Sin embargo, hay áreas en las que la supervivencia de ciertas ideas y problemas a lo largo del tiempo sugiere que es muy probable que estas sean una buena caja de herramientas para interpretar la realidad.
Esto no significa que alguna idea sea incuestionable, o que no sea una buena práctica poner en duda tesis o teorías bien establecidas. Pero sí creo que debemos tomar ese valioso tesoro entre las manos y pensar dos veces antes de descartarlo. Se trata de una lujosa caja de herramientas que otros grandes pensadores han elegido conservar y nos han legado. El presente puede ser desconcertante, pero es posible que para pensarlo no sea necesario reinventar completamente la rueda.
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Sobre la autora
Malena León es investigadora posdoctoral en la Universidad de Córdoba (Argentina).
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