Sabemos, por ejemplo, que uno de nuestros textos fundacionales, el Poema de Parménides, puso en boca de la diosa innombrada una exhortación que sonaba a mitad de camino entre la condena y la bendición: «Es preciso —le dijo al de Elea la que algunos dicen que es Perséfone— que lo conozcas todo: el corazón inconmovible de la Verdad bien redonda y las opiniones de los mortales».
La historia de la filosofía es, de algún modo, la historia de nuestra relación con lo que en cada época distinguimos como verdadero. Existen, por supuesto, connotaciones intraducibles. Las muchas y distintas corrientes mantienen su recíproca sospecha al concebir y nombrar aquello que en nuestra lengua reconocemos bajo el nombre de «verdad». Alétheia, Veritas, Emeth, Wahrheit, Truth… son los títulos con los que intentamos referir aquello que guía la investigación y rige nuestro oficio.
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