Hablar de honestidad debería ser un tema sencillo. Gracias principalmente al psicoanálisis de Sigmund Freud, la verdad, la sinceridad, es vista no ya como una virtud primordial –algo que se ha mantenido a lo largo de buena parte de la historia, pues ya en la Biblia y otros libros anteriores se hace referencia a ella– , sino también como una actitud de salud mental: la represión de las tendencias instintivas puede llevar a producir ciertas neurosis y sólo la liberación de nuestros instintos nos devolvería la salud.
Esta es la teoría más aceptada actualmente entre psicólogos y psiquiatras. La gente honesta es libre. Sencillamente porque describe la realidad tal como es. El lenguaje descriptivo tiene, entre muchas otras ventajas, el hacer florecer los sentimientos de afirmación del propio ser y el gusto por vivir en el mundo «real». Además, aquellos que dicen la verdad suelen convencer y conmover a los que les rodean. Siendo honesto y franco, el ser que ha tomado la palabra se hace cargo de su situación, en lugar de dejarse utilizar –como nos pasa a muchos– por la propia mente que en él habita y que a menudo escapa a nuestro control.
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