Se publica en la editorial Trotta, en nueva traducción de Jesús Padilla Gálvez, una de las obras cumbre de la historia de la filosofía del lenguaje, las Investigaciones filosóficas de Ludwig Wittgenstein. Un texto que sirvió, además, para que el pensamiento del autor vienés diera un giro de ciento ochenta grados respecto a su primer gran texto, el Tractatus logico-philosophicus. ¿Qué decimos cuando decimos las cosas? ¿Es el lenguaje algo más que su uso, algo más que sus juegos?
Por Carlos Javier González Serrano
En 1921, Ludwig Wittgenstein (1889-1951) publicaba el Tractatus logico-philosophicus, obra llamada a cambiar los derroteros de la filosofía del lenguaje. Wittgenstein se interesó fundamentalmente por el problema de la naturaleza de la lógica, tratando de resolver la cuestión que giraba en torno a la noción de «representación simbólica» (qué representa el lenguaje), fundamental en el ámbito lingüístico. A partir de ello ideó una teoría lingüística que se correspondía, a su vez, con una teoría ontológica.
Wittgenstein se refirió a dos nociones ontológicas fundamentales. Los objetos, que son esencialmente simples, indestructibles e inmutables, y constituyen la base para el análisis de las entidades complejas, aunque en la realidad no existen (tan sólo poseen un valor instrumental).
Los objetos tienen dos tipos de propiedades: externas (estar combinados con los objetos con los que de hecho están combinados) e internas (la posibilidad de combinarse con otros objetos). A cada una de estas posibilidades las denominó «forma», y en su conjunto constituyen la forma lógica del objeto, su naturaleza.
La segunda noción ontológica es la de «estados de cosas», es decir, combinaciones de objetos en las que el modo de combinación es esencial y en el que no es suficiente con enumerar los entes simples que componen el ente complejo. Por ejemplo: la relación aRb no es igual a bRa. Por tanto, se podría decir que, en sí mismas, las relaciones y propiedades también constituyen objetos.
Estas nociones ontológicas se correspondían para el Wittgenstein del Tractatus con nociones lingüísticas: los entes complejos son denotados por descripciones definidas, los estados de cosas son denotados por proposiciones y los objetos simples son designados por nombres propios. Existen además otras nociones ontológicas: hecho (estado de cosas existente), mundo (totalidad de los hechos) y realidad (totalidad de los estados de cosas, ya sean existentes o no).
Así pues, el Tractatus concluyó que el objeto de la lógica es el de investigar los límites del pensamiento en su relación con los límites del lenguaje. A través de las reglas de la sintaxis lógica se lograría limitar el conjunto de las proposiciones con sentido. De este modo, la filosofía consistiría en un análisis lógico de esas proposiciones con sentido que arrojaría como resultado final la mostración de la forma lógica de este tipo de proposiciones: aquello que las proposiciones muestran. La filosofía como mostración de lo que queda dicho en las proposiciones con sentido.
El primer Wittgenstein se interesó fundamentalmente por el problema de la naturaleza de la lógica, tratando de resolver la cuestión que giraba en torno a la noción de «representación simbólica»
El llamado «segundo Wittgenstein», el que escribió las Investigaciones filosóficas, presenta una ruptura total respecto al primero. Todo el edificio lógico construido a lo largo del Tractatus desaparece; no hay ahora un solo camino, el del análisis lógico, sino muchos y diversos desde los cuales se enfoca el propio uso del lenguaje. Incluso se habla de una «pluralidad de lenguajes». Abandonó así tanto el concepto de análisis lógico como la restringida concepción de la filosofía como un método eminentemente descriptivo.
Jesús Padilla Gálvez, traductor de la nueva edición de Trotta, lo explica de este modo:
«El empleo que hacemos del lenguaje oculta toda una mitología que dificulta nuestro avance en el conocimiento. Este hecho invierte el orden y altera el funcionamiento de ámbitos tan dispares como pueden ser la filosofía de la mente o la resolución de problemas matemáticos».
De hecho, según Wittgenstein, «muchas de las confusiones conceptuales que se han ido generando desde hace miles de años se asientan sobre el uso y abuso de nuestro lenguaje natural y originan, a su vez, ciertos pseudoproblemas filosóficos». Y concluye Padilla Gálvez: «Desenmascarar las tergiversaciones estructurales incrustadas en el lenguaje con las que se producen ciertas imágenes reiterativas y distorsionantes es uno de los fines de este libro».
Para el Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas cada lenguaje es una forma de vida; aparecen lenguajes nuevos, otros desaparecen. De continuo. El lenguaje depende del contexto donde se dé el «juego lingüístico», de la circunstancia en la que se emplea; importa, pues, conocer el contexto determinado, que a su vez nos dará el uso que los juegos lingüísticos tienen en un momento determinado, para acceder al conocimiento de la realidad. Por supuesto, de una realidad determinada, particularizada, en la que el lenguaje se pone en juego.
Una palabra no tiene tan sólo un significado, ni el lenguaje (lógico) es un modelo figurativo o mostrativo de la realidad, como se defendía en el Tractatus. El lenguaje se hace mucho más complejo, mucho más líquido y abierto. De esta manera, las proposiciones no son nada cerrado y determinado, lógico, sino que están abiertas y su sentido depende del uso y del contexto en el que se encuentren. No hay ya hechos que describir, sino que, a lo más, podemos enunciarlos.
Para el Wittgenstein de las Investigaciones solo hay juegos del lenguaje. Tales juegos están íntimamente relacionados con determinadas formas de vida. De este modo, el lenguaje en su uso queda definido como una actividad comunitaria, contextualizada. El lenguaje se da en un contexto, y el contexto produce el significado, el sentido.
Para el segundo Wittgenstein el lenguaje depende del contexto donde se dé el «juego lingüístico», de la circunstancia en la que se emplea
Si bien las Investigaciones filosóficas se presentan como un escrito fragmentario, casi aforístico, Wittgenstein orientó todo su esfuerzo a demostrar que la mayor parte de los problemas filosóficos —por no decir todos— son pseudoproblemas que aparecen cuando el lenguaje «sale de vacaciones», en sus propios términos. Con ello, Wittgenstein quiso significar que el filósofo emplea numerosos términos fuera de su contexto habitual, fuera de su uso corriente en el lenguaje ordinario, de tal manera que, al plantear sus problemas, el especialista abusa del lenguaje, forzando a los propios términos a decir lo que no dicen en el uso habitual que hacemos de ellos.
Un libro que nos expone a una de los mayores interrogantes de la historia del pensamiento: ¿es la filosofía algo más que un (mal) juego del lenguaje?
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