¿Cuál es el principal reto de la filosofía, o sus principales retos, en estos tiempos de zozobra, inseguridad e incertidumbre en todo el mundo?
Luciana Cadahia. Filósofa argentina
Luciana Cadahia, nacida en Buenos Aires, es doctora en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, centro del que fue profesora, así como de la Pontificia Universidad Javeriana, en Bogotá, y de FLACSO-Ecuador (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales). Ha sido investigadora invitada en el Instituto de Filosofía de la Universidad Friedrich-Schiller Jena, en Alemania, y en la Universitè Paris Sorbonne-Paris I.
«Ernesto de Martino es un pensador italiano de mediados del siglo XX cuyos trabajos etnográficos consistía en mostrarnos ciertas supervivencias arcaicas en el corazón de la modernidad capitalista. Allí descubre formas de negociación de la existencia, es decir, mecanismos plebeyos y femeninos que nos permitían tramitar las crisis de nuestra existencia en el mundo. A él le interesaba hacer esas exploraciones porque consideraba que nuestra actualidad se había olvidado de algo fundamental, a saber: que nuestra presencia en el mundo no está garantizada. Es decir, la arrogancia de las formas de vida capitalistas han configurado la ficción de que nuestro yo en el mundo (y el mundo tal y como lo conocemos) funciona como una evidencia irrefutable. El yo se sitúa como una presencia garantizada y mantiene una relación extractiva con todo lo que lo rodea. Dicho en otros términos: asume al mundo como un ‘útil a la mano’ del que puede extraer cosas. Lo que nos enseña la lección de Martino es que esta relación ‘extractiva’ con la naturaleza termina siendo el reflejo de cómo el ser humano se relaciona consigo mismo. El juego de dominio y explotación, por tanto, termina por convertirse en el vínculo predominante de sociabilidad. Desde el ángulo del feminismo, a esta relación de dominio hacia la naturaleza y los demás le hemos dado el nombre de patriarcado. Un tipo específico de figura masculina cuyo deseo se ha materializado como una relación de opresión en los términos de clase, raza y género.
Ahora bien, la filosofía lleva mucho tiempo pensado todos estos aspectos, es decir, lleva mucho tiempo pensado el misterioso vínculo con eso que hemos dado en llamar ‘naturaleza’ de formas alternativas al extractivismo. Sin embargo, el saber filosófico es un saber marginal. Eso se debe a varios factores. Por un lado, porque no es de fácil acceso. Exige mucho tiempo y paciencia para lidiar con ‘la dificultad de la cosa’. Por otro lado, porque la filosofía cada vez ocupa un lugar más marginal en las sociedades. La retiran de los currículos de las escuelas y la configuran como un saber de las alturas al que pocos pueden acceder.
«El saber filosófico es un saber marginal; no es de fácil acceso, exige tiempo y paciencia para lidiar con la dificultad, la retiran de las escuelas y la configuran como un saber al que pocos pueden acceder. Uno de los desafíos más importantes es cómo democratizar hoy la filosofía. Crear un deseo hacia la filosofía, un deseo por la dificultad. Necesitamos políticas públicas que estén a favor (y no en contra de) la filosofía»
En ese registro, uno de los desafíos más importantes es cómo democratizar hoy la filosofía. Y eso supone dos cosas. En primer lugar, se trata de crear un deseo hacia la filosofía. Que no es otra cosa que crear un deseo por la dificultad. Es importante deshacer varios de los mitos relacionados con el lugar ‘elevado de la filosofía’ y mostrar que la dificultad radica en una relación más pausada con las cosas. Leer filosofía es poner un freno de mano. Es detenerse en el objeto, que en este caso es el lenguaje, hasta empezar a experimentar cierto placer por el misterio que supone la lengua, lo que hace el lenguaje con nosotros y con el mundo. En segundo lugar, para que este deseo y disposición hacia la filosofía pueda tener lugar es importante crear las condiciones materiales para que vuelva a tener un papel importante en nuestras escuelas. Necesitamos políticas públicas que estén a favor (y no en contra de) la filosofía. Finalmente, me parece que la gente filosofa todo el tiempo, eso que Gramsci daba en llamar ‘filosofía del sentido común’. El problema es que hay una desconexión muy profunda entre esa filosofía de sentido común y la filosofía como disciplina de estudios. En gran medida los mismos filósofos somos responsables de haber alimentado esa separación. Pero, al mismo tiempo, desde el Romanticismo hasta nuestros días, no hemos dejado de pensar en la necesidad de su vinculación.
En momentos como los actuales, donde la pandemia ha creado una grieta dentro del sistema, no sería mala idea que la filosofía se esfuerce por intervenir más en la construcción del sentido común. Y esa intervención apunta a deshacer la ficción de que podremos volver a la normalidad. Porque volver a la normalidad es volver a caer en el error patriarcal de que nuestra presencia estaría garantizada. Se trata, por el contrario, de asumir esta fragilidad colectiva que estamos experimentando como un nuevo lugar de lo humano. Un lugar desde el cual asumir la responsabilidad ético-política de repensar nuevas negociaciones de la presencia. Negociaciones que parten no ya de la certeza de nuestra presencia, sino de la certeza de nuestro carácter contingente. Se trata de un nuevo cuidado de sí que repiense el vínculo con la naturaleza y, por tanto, de lo humano consigo mismo. Necesitamos, siguiendo a De Martino y Gramsci, un nuevo humanismo capaz de materializarse en nuevas negociaciones con lo arcaico. Necesitamos reactivar y articular de otra manera el corazón ilustrado y la religiosidad estético-romántica de lo humano. Necesitamos, a fin de cuentas, una vez más volver a disputar el sentido de la modernidad».
Deja un comentario