«Meta» es un prefijo griego (μετά) sobre el que todavía existen debates en torno a la pertinencia de sus traducciones al español: se puede traducir como «más allá de» o «después». Ya en el Apocalipsis se maneja la noción μετὰ ταῦτα para hablar de lo que hay después «de las cosas», es decir, el juicio final que decide el destino del alma humana.
Lo que está claro es que «meta», se traduzca como se traduzca, refiere a algo más. Por eso, a los filósofos a los que se les acusaba peyorativamente de «meta-físicos» son aquellos, como dice Heidegger, «de los que se ríen las sirvientas», porque enfrentarse al más allá es completamente innecesario: como si tuviéramos ya pocos problemas en nuestro más acá. La expresión de Heidegger viene de que las sirvientas se rieron de Tales de Mileto porque mirando a las estrellas y los grandes astros se cayó en un pozo. Sea lo que sea el «meta», este pasa a ser visto como un lujo innecesario, como un capricho de aquellos que pueden disfrutar de pensar en cosas raras porque tienen demasiado tiempo libre.
Han pasado muchos años desde que estos autores hablaron de la importancia del ir más allá —que es un ir más profundo—. La última vez que se ha hablado de «meta» es debido a un proyecto promovido por Facebook. Su propuesta: dentro del nuevo nombre de la red social, Meta, crear un mundo virtual llamado Metaverso.
Ya sabemos de dónde viene «meta». «Verso» hace referencia a «universo», que viene de universum, es decir, unus (uno) y versum (de vertere, que significa verter). En otras palabras, el lugar donde se vierten las cosas y su existencia. Por supuesto, cuando Facebook, Tesla o Amazon piensan en este proyecto, no lo hacen pensando en Aristóteles ni en las sirvientas que se rieron de Tales. Estas grandes empresas buscan crear un espacio donde desarrollar nuestras vidas al margen de este mundo que ya tenemos.
Aquellos que han probado el Metaverso, que han probado este mundo virtual, sufren una inmersión descomunal. Una inmersión de tal grado que, aunque al comienzo eran capaces de hablar con los demás, mientras entraban en el «Nuevo Mundo» y a medida que pasaban más tiempo dentro, poco a poco se olvidaban de la distribución del espacio real en el que estaban: se chocaban con las mesas, las lámparas y sus amigos.
Muchas veces, lo «meta» se ha visto como algo innecesario, como un lujo, pero ese más allá es también un ir más profundo
Hay teorías de filosofía de la ciencia y filosofía de la mente que consideran que esto se debe a que el cerebro deja de poder distinguir la realidad de la virtualidad. Esto haría que la virtualidad fuera también realidad, lo que, además de a los filósofos, mantiene preocupados a los psiquiatras (¿es esto equivalente a una esquizofrenia?).
1 ¿Un lujo innecesario?
La primera pregunta que se le tiene que hacer a un proyecto como este, alejado del purismo conservador por un lado y del fanatismo tecnológico por otro, es —siguiendo con el origen del prefijo «meta»—: ¿el Metaverso se ha promovido como un lujo innecesario? ¿Se ha promovido como algo que hace que nuestra vida disfrute de un ocio más, al igual que otros tipos de realidad virtual como OculusRift, el porno 360º o la PS5? ¿O, más bien, este proyecto aspira a ser un «universo» paralelo, esto es, un universo con su ocio y su diversión, pero también con sus preocupaciones y dolores?
El hecho de que las gafas de realidad virtual que se necesitan cuesten apenas 175€ hace pensar que quieren que sea lo más accesible posible para todo el mundo. Hay deportivas Nike más caras que poder vivir un mundo nuevo. Cada vez más gente lo tendrá y más gente verterá su existencia allí, o al menos una parte de ella.
El mito platónico de la separación del alma y el cuerpo, ahora en clave de avatar y cuerpo que la filosofía tanto desprecia, empieza a tener una realidad material cuando una familia tenga 175€ para gastar. Es decir, no nos encontramos ante un fenómeno que brille por ser especialmente excluyente, no se mueve en las brechas económicas como la que hay entre quienes pueden permitirse los nuevos tacones de Versace y quienes no.
Se trata de un proyecto que se salta todos estos inconvenientes porque el proyecto no está pensado para generar nuevas clases sociales que no existan ya en el mundo que vivimos: no pretende lo mismo que las marcas de alta gama de moda. Estas rodean a los que se lo pueden permitir de un aura de glamur y ornamento que les hace verse distintos de la gran mayoría de la población a simple vista.
En principio, esto parece hacer del proyecto Metaverso un proyecto si no más justo, sí no tan injusto como otros proyectos, al menos desde una perspectiva política y social desde la cual nos preocupan las condiciones de vida de toda la población humana y no solo un porcentaje.
Efectivamente, no parece, según apuntan sus precios y su propuesta, que el Metaverso vaya a querer quedarse entre nosotros como un complemento más. Tiene una ambición más sólida. Esto es lo que debería preocuparnos, en el fondo, como seres humanos.
2 ¿Sustituto del mundo real?
La segunda pregunta que hay que hacerse al respecto tiene que ver con lo que nos preocupa por dentro: ¿hasta qué punto un nuevo universo virtual y paralelo va a cancelar lo que había ya en el mundo real?
Y más aún: ¿con qué derecho lo haría? ¿Es que la historia de la existencia humana de los veintisiete siglos a. M. (antes de Metaverso) va a perder su sentido? ¿Va a saltarse todas esas cosas que han hecho de nosotros lo que somos?
¿Aspira este proyecto a ser un «universo» paralelo, esto es, un universo con su ocio y su diversión, pero también con sus preocupaciones y dolores?
Viendo que el Metaverso ha venido con la idea de quedarse, lo único que podemos pedir desde una perspectiva filosófica es que no nos mientan. Ni el Metaverso ni aquellos que lo odian a priori, ni aquellos que ven en él un signo de progreso humano. La vida real tiene un punto de partida que, aunque no es muy alentador, es lo único que tenemos: que nuestro universo ha sido el que ha contenido nuestra existencia durante toda la historia y toda ella de acuerdo con una sola ley.
Que el tiempo esté pasando y que no se pueda volver al pasado y se avance inevitablemente al futuro (la ciencia lo llama principio de entropía y flecha del tiempo) es la ley que nosotros en nuestra existencia llamamos crecer, envejecer, morir. Las cosas, por tanto, pasan solo una vez en la vida y, por eso, nos cuesta tanto vivir sin arrepentirnos. Lo máximo que podría hacer un universo paralelo virtual es fingir que el tiempo ahí no pasa, pero eso no nos va a quitar la carga que de verdad le pesa al ser humano (su insoportable levedad del ser): tomar decisiones en su día a día, intentar hacer las cosas bien.
Probablemente quienes odien la tecnología y piensen que el mundo va a peor, ya viven inmersos en el desastre: no les hace falta el Metaverso para darse cuenta de que, como dice el compositor de tangos Enrique Santos Discepolo, «el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el 510 y en el 2000 también». Quienes adoren la tecnología solo sueñan con que ella mejore el mundo en el que vivimos. Bastaría, por tanto, con que nosotros, autores del Metaverso, consumidores del mismo, no nos mintamos a nosotros mismos y seamos honestos con lo que hay: que el problema nunca ha sido el Metaverso, sino el mundo en el que vivimos.
Es en ocasiones como estas, en lugares y temas polémicos, donde encontramos la posibilidad de reflexionar, pensar, ser críticos y, sobre todo, como dice Foucault, oportunidad de cuidar nuestro mundo, en el que estamos vertidos. Ojo, no hace falta solo llegar a conclusiones ecologistas. Me refiero más bien a lo que dice el filósofo francés cuando habla del «cuidado de sí y el cuidado de los otros». Dice: «El cuidado de sí es ético en sí mismo, pero implica relaciones complejas con los otros, en la medida en que este ethos de la libertad es también una manera de ocuparse de los otros. Nos encontramos así también con el arte de gobernar».
3 ¿Cuidará del mundo?
Por ello, la tercera y última pregunta ha de ser: ¿hay en el Metaverso la estructura adecuada para cuidar del mundo (éticamente) y de los otros con quienes convivimos (políticamente)?
De la respuesta que salga de aquí saldrán conclusiones importantes sobre la existencia de los humanos. Si la respuesta es sí, deberíamos preguntarnos por qué no se nos han ocurrido antes (un antes de más de dos milenios, quizás llevamos mucho tiempo mintiéndonos). Si la respuesta es no, que no cunda el pánico: el Metaverso solo es algo más yendo mal en el mundo y nosotros estaremos aquí para darle vueltas, porque, a fin de cuentas, el mundo siempre será asunto nuestro.
Sobre la autora
Paula Campo Chang es doctoranda en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Ha realizado estancias en la Universität von Konstanz, Alemania, y en la Universidad Nacional de Colombia, esta última gracias a la beca Santander. Forma parte del grupo de investigación «La deducción trascendental de las categorías: Nuevas perspectivas», de la Universidad Complutense.
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