La filósofa y activista ambiental australiana Val Plumwood (1939-2008), conocida por su trabajo sobre el antropocentrismo, vivió en 1985 en primera persona el duro ataque de un cocodrilo mientras navegaba en canoa por el Parque Nacional de Kakadu, en Australia. Esa experiencia, de la que salió milagrosamente viva pero herida de gravedad, le hizo reflexionar sobre las respuestas culturales a la muerte, la depredación, la naturaleza, la superioridad e inferioridad entre especies… Este suceso lo narró en el libro The eye of the crocodile, en el que también expone las ideas filosóficas que elaboró a partir de él. Cuando murió, Plumwood no había terminado el libro. A sus textos ya escritos se añadieron otros ya publicados que dan una visión general de las ideas de la filósofa. El artículo Mi encuentro con el depredador, que ofrecemos a continuación, se publicó originalmente en inglés en la revista Terra Nova.
Trate de mirar fijamente a ese ojo del cocodrilo que acecha desde justo por encima de la línea del agua de una marisma. ¿Detecta en él su propia humanidad? Usted le será completamente indiferente si él está satisfecho, pero será una presa lista para devorar si tiene hambre. El ojo del cocodrilo es una metáfora del mundo; no la única, pero quizá una metáfora que merece mayor atención de quienes reclaman que Dios o la naturaleza han sido concebidos para ellos y solo para ellos.
William E. Connolly, Voices from the whirlwind, Jane Bennett y William Chaloupka, eds., In the Nature of Things (Minneapolis, University of Minnesota Press, 1993, p. 205).
Mi historia comienza y termina en la región de clima tropical del norte de Australia, en la zona conocida como Stone Country de la Tierra de Arnhem. Es un terreno rocoso esculpido por el cielo, el viento y el agua hasta hacerlo adquirir formas monumentales y fantásticas. La fuerza abrasadora de los vientos de la estación seca lleva aparejado el poder erosivo de las tormentas de la estación húmeda, cuyas lluvias golpean la tierra desde el mes de diciembre hasta el de abril. Formas de piedra veladas y grandes cabezas de arenisca sobresalen en un terreno formado por mil millones de años de enérgica lucha conyugal entre la madre tierra y el padre cielo. La energía de ese combate entre la arenisca y la atmósfera caliente e hiperactiva, amoroso y duro a la vez, ha molido aquella inmensa meseta hasta convertirla en unas curiosas ruinas con forma de laberinto, revelaciones siempre nuevas de la infinita variedad de la narración de tierra que conforma la piedra erosionada.
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