Contra lo que el título pueda llevar a pensar, ¿Qué sucedió en el siglo XX?, el último libro de Peter Sloterdijk, publicado por Siruela, no es una recopilación o revisión de los hechos o sucesos que tuvieron lugar en los últimos cien años –el siglo que denomina fantasma–, sino una creación o recreación de los mismos por obra y gracia del lenguaje.
Y es que así es Peter Sloterdijk: se inventa las cosas. Mejor dicho, más que inventarlas, les da un nombre nuevo en el que van volcados todos los adjetivos que se le puedan (o quieran dar) a su forma de hacer filosofía: sorprendente, irreverente, provocadora, desconcertante, aleatoria, radical… De todo eso hay en la realidad filosófica que plantea Sloterdijk. Su mecanismo, a menudo, se repite: toma un término, lo lleva a los orígenes, lo descarga de su significado habitual, lo radiografía, lo llena con sus propias teorías y lo lanza a su auditorio o a sus lectores. A ver qué pasa.
Pongamos por caso la globalización que protagoniza dos de los capítulos de ¿Qué sucedió en el siglo XX? Llevan por título El experimento océano y El mundo sincronizado. Sloterdijk comienza hablando del economista Theodore Levitt por ser el primero que usó y acuñó el término en un artículo de 1983. Tras observar, con gracia y acierto, que efectivamente la palabra se globalizó a sí misma “creando un nombre para el acontecimiento más importante de nuestro tiempo”, indica que globalización no viene de “global”, sino de “globo” cuando este se refiere a la Tierra; que la “culpa”, en último término, de esa operación la tienen filósofos y matemáticos que hallaron esa fórmula y esa forma “para tranquilizar a gentes en tiempos intranquilos” porque un globo era el lugar correcto y más seguro: “Donde quiera que estés, estás en una esfera de la que no puedes caerte”.
Así las cosas, surgió el afán de recorrer ese globo a la búsqueda de la fortuna. ¿Sería posible que al otro lado…? La inquietud poseyó a algunos marineros de la Península Ibérica en el siglo XV por huir de la miseria y encontrar la otra orilla del Atlántico, por lo que Sloterdijk concluye que “la auténtica y verdadera globalización es en principio un hecho náutico”. Respecto al porqué, las causas son las mismas que hace seis siglos: “El motor de los motores (…) que vemos que actúa desde el comienzo de la navegación, de la globalización y de la época moderna es el sueño de los bienes de fortuna de la otra orilla, el que impulsa el experimento universal de las culturas emprendedoras modernas”. Él cree un engaño considerar el cibercafé o los buscadores –y todo lo que ellos representan– como la esencia de la globalización. Para Sloterdijk, la esencia de la globalización sigue siendo lenta, sigue “encontrando su momentum en los sistemas de transporte relativamente lentos que abren el mundo por las carreteras, por los raíles y, sobre todo, por las rutas marítimas en las que se mueven las actividades inspiradas por la búsqueda de fortuna”. Sí, sí, hemos cambiado de tercio: estamos hablando de migraciones, de cómo los europeos inventaron el viaje de ida, gozaron de sus privilegios y ahora andan/andamos desestabilizados por el hecho de que “otros han aprendido el viaje de ida y de vuelta (…). Hemos entrado en la época de la contraaccesibilidad (…). Ha comenzado un periodo de revisión autocrítica desde que han tenido que reconocer la injusticia que había en el fondo de unilateralidad imperialista y colonialista. Ahora han de tolerar de verdad el tráfico en contra que ellos desataron y provocaron”.
De forma un tanto distante habla de los europeos (como si él no lo fuera) y prosigue su análisis que va a terminar o a chocar con el nacionalismo y el racismo. Habla de responsabilidad en cuestiones de globalización: “(Los europeos) no pueden hacerse hoy los lloricas después de que durante quinientos años asumieron el papel de los poderosos. Una actitud defensiva y evasiva no sólo sería indigna, sino también falsa”. Sloterdijk explica que, en la sociedad globalizada, los Estados nacionales tienen paredes débiles, permeables, y los ciudadanos la sensación de haber perdido cierta inmunidad que antes procuraba el Estado. Sloterdijk concluye: “Vivimos en una dramática crisis de reformateo” y más allá “de lo que se trata hoy es de reprogramar el comportamiento inmunológico del ser humano, desde la orientación a una amplia protección estatal a la autoprotección y el autocuidado”.
Sloterdijk toma un término, lo lleva a los orígenes, lo descarga de su significado habitual, lo radiografía, lo llena con sus propias teorías y lo lanza a su auditorio o a sus lectores. A ver qué pasa
Recapitulando: se ha hablado de la globalización, de la inmigración, de nacionalismos –¿no son estos algunos de los temas claves del siglo pasado y de lo que llevamos de este?–, pero también de navegación, de descubrimientos, de reformateo y de inmunidad. Ante el auditorio, o el lector, un carrusel de significados y significantes y la posibilidad de fundar un análisis novedosos al hallar nuevos términos o expresiones. ¿Es esto lícito? No solo lícito, sino que cierta dosis de invención, creación e incluso sorpresa son de agradecer en una época en la que el análisis pocas veces consiste en algo más que mera repetición. A todo esto, ¿Qué sucedió en el siglo XX? Porque ese es el título de uno de los capítulos que se ha sacado para dar nombre al volumen. El autor comienza jugando con la posibilidad de que ni siquiera haya existido, constata que ha devenido en fantasma y asegura que no es de esperar “como contestación un informe histórico…”. Eso por si alguien guardaba alguna duda. Para los que sientan curiosidad, ahí está el libro, en edición de Siruela y traducción –seguro que con alguna fatiguita– de Isidoro reguera.
Un libro con destino «oral»
Auditorio. Es una palabra importante. No es baladí, porque la mayoría de los artículos que componen ¿Qué sucedió en el siglo XX? son conferencias o charlas que impartió Sloterdijk. Es decir, su destino es la oralidad. Y es posible que se note en ciertos giros o sorpresas como en el que abre el libro, dedicado al Antropoceno, donde en un momento dado, viene a decir que el ser humano está sobrevalorado en lo que respecta a la destrucción del planeta sobre todo si se compara con el poder destructor de los pedos de las vacas. Para concluir a su manera: “Antropoceno conlleva nada menos que la tarea de comprobar si el organismo ‘humanidad’ es capaz de hacer de un eyecto (expulsión) un proyecto, o de transformar una emisión en una misión”.
Es imposible –y además es un error– leer a Sloterdijk y permanecer impasible. Su filosofía reclama oralidad porque reclama al otro a modo de rompeolas
¿Qué haría entonces ese auditorio? ¿Carraspear, carcajearse, sonrojarse? Del lector sí sabemos más, que por ahí hemos pasado. Puede sonreír, poner cara de sorpresa, de «pero esto qué es»? Lo que está claro es que es imposible –y además es un error– leer a Sloterdijk y permanecer impasible. Su filosofía reclama la oralidad porque reclama al otro, es lanzada contra otro y necesita comprobar que está ahí y que se entera o que no se entera, pero que está a modo de rompeolas. Las suyas son unas maneras ciertamente originales, cuando la palabra significa retornar al origen, donde empezó todo, con un Sócrates quizá deslenguado y despeinado preguntando e interpelando por las calles a uno y a otro para llegar a la conclusión de que él quizá no supiera nada, pero que el auditorio tenía que ponerse las pilas si de verdad quería entenderlo aunque fuera mínimamente.
Deja un comentario