Antes de intentar dar una respuesta a esta pregunta me gustaría hacer alguna observación. La primera tiene que ver con la recurrente cuestión de qué es lo que puede diferenciar a la ética de la moral. Mi respuesta –dejando de lado la etimología, la historia de tales palabras y su uso por distintos filósofos– es que la ética se refiere a aquellos valores universales que creemos que debemos compartir todos, por muy insertos que estemos en cualquiera de las culturas de este mundo. La moral, por su parte, hace referencia a los códigos morales que se dan dentro de la ética. En otros términos, aunque aceptemos éticamente la igualdad como un principio que debe ser base de nuestra conducta, unos se inclinarán, y es un ejemplo, por estar a favor del aborto y otros por estar en contra. Es esta una situación que se da entre los humanos y que solo podría resolverse, en el sentido de llegar a un acuerdo, argumentando y, finalmente, sometiéndolo a votación. La segunda observación consiste en descartar, de entrada, la ética y la moral, como actitudes subjetivas, o reducidas a emociones o, cosa que sucede con harta frecuencia, a palabras y más palabras que luego se recubren con el manto de una supuesta hermenéutica.
La ética como acción
La ética o moral –las tomaremos en conjunto y con las distinciones ya expuestas– consiste, en una formulación muy general, en lograr el mejor modo de vida con uno mismo y con los demás. O lo que es lo mismo, en ser fiel a lo que uno cree y hacer el mayor bien a los otros evitando su mal. Esta fórmula requiere, sin embargo, un cierto desarrollo. La ética se expresa en las acciones humanes. Las acciones humanas, cuando son libres y están orientadas al bien, son las acciones que valoramos como éticas. La libertad, cuestionada hoy como nunca por las neurociencias, es el requisito para que se nos puedan atribuir las acciones y, por tanto, considerarnos responsables. Y el bien o la bondad serían lo que ponen en acto nuestras potencias, obteniendo así la mayor felicidad posible.
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