Roland Barthes (1915–1980) es un filósofo, ensayista y semiólogo francés perteneciente a la corriente estructuralista. Esta corriente, influida por los lingüistas Saussure, Benveniste y Jakobson y por el antropólogo Lévi-Strauss, supuso un antes y un después en el análisis de las sociedades. En contraste con el antropocentrismo de muchas posiciones filosóficas, el estructuralismo atiende a las estructuras (lingüísticas, sociales, económicas) y deriva de ellas al sujeto, y no al revés.
La recopilación de artículos presentados en la revista Les lettres nouvelles se convirtió, en 1957, en su libro Mitologías. En este libro, analiza sistemáticamente la influencia de la pequeña burguesía europea para comprender cómo su imaginario y aspiraciones se habían convertido, ya a mediados de siglo, en una aspiración humana universal. Es decir, el objetivo de Barthes consistía en averiguar cómo un pequeño grupo de la sociedad había conseguido hacer pasar sus intereses particulares en el interés de la mayoría. Y en esta operación los mitos tienen un papel clave.
Barthes escribe al comienzo de esta obra que «acababa de leer a Saussure y, a partir de él, tuve la convicción de que, si se consideraban las ‘representaciones colectivas’ como sistemas de signos, podríamos alentar la esperanza de salir de la denuncia piadosa y dar cuenta en detalle de la mistificación que transforma la cultura pequeño burguesa en naturaleza universal». El camino de Barthes otorgó a los mitos, pues, una naturaleza fundamentalmente política: los mitos no son meras representaciones colectivas, sino representaciones que sirven para, es decir, que cumplen una determinada función social.
El punto de partida de Barthes es la mistificación. Lo que consideramos como natural y cotidiano es a menudo interesado, una «mitología», que debemos desvelar para entender el carácter convencional (y, por tanto, transformable) de los significados que nos rodean. En otras palabras: nuestras creencias más instauradas (por ejemplo, que el amor es para toda la vida o que la familia debe primar por encima de lo demás) constituyen mitos, narraciones y creencias convencionales y no verdades evidentes por sí mismas.
En Mitologías, Barthes analizó la influencia de la pequeña burguesía europea para comprender cómo su imaginario y aspiraciones se habían convertido en una aspiración humana universal
Estructuralismo: una revolución en la lingüística
Como hemos señalado, Roland Barthes bebió de la tradición estructuralista. El enfoque puntero en aquel momento del método estructural, según el cual el lenguaje debía ser entendido por un todo compuesto por partes interrelacionadas, fue aplicado a la sociedad por entero. Los hechos sociales se explican desde esta corriente no desde instancias externas a ellos, sino desde su organización interna. Visto de esta forma, el todo no es la suma de las partes, sino que las partes adquieren una significación particular por su participación en el todo.
Los hechos sociales tienen significados para los seres humanos que se ven involucrados en ellos. Por «significado», el estructuralismo entendió que, más allá de lo que implican en su literalidad, los hechos sociales tienen sentidos para el ser humano que emergen del hecho de haber sido construidos intencionalmente. Los hechos sociales (es decir, todo aquello hecho, configurado o modificado por el ser humano) no son algo natural que el ser humano absorbe, sino que en ellos hay intereses, relatos y conflicto. Existe todo un sistema subyacente de convenciones sociales por desvelar que hace posible la emergencia de significados.
El objetivo del estructuralismo es, por tanto, hacer explícito el conocimiento implícito y desmitificar lo social, y mostrar que los significados que consideramos naturales son producto de un sistema cultural. Para ello, esta corriente redujo los fenómenos sociales a un sistema de signos. Barthes apuntó que la sociedad de masas estructura lo real precisamente a través del lenguaje, de los signos.
La noción de «significado» será central para el estructuralismo, porque involucra una intencionalidad en los hechos sociales: no son algo natural, sino que en ellos hay intereses, relatos y conflicto
Todo lo que nos rodea tiene un carácter mitológico
La noción de mito surge para describir el carácter de ocultamiento que imprime la sociedad sobre determinados hechos. Es un habla que justifica un cierto discurso dominante (aunque puede justificar cualquier discurso). Para Roland Barthes, el mito puede estudiarse a partir de sus elementos, que constituyen un todo interrelacionado.
El primer elemento del mito es el significante o forma. Se trata de aquello que el ser humano percibe y ha de interpretar, ya sea un hecho, una imagen, una acción o un objeto. Es el objeto en su literalidad, desprovista de interpretaciones. El significante nunca aparece aislado. De hecho, solo podemos aislarlo como ejercicio intelectual, porque siempre se nos aparece en relación con los otros dos elementos.
El segundo elemento del mito que identifica Barthes es el significado o concepto. Se trata de aquello que no está presente en la literalidad del objeto dado y que el sujeto que lo percibe añade a la interpretación. Por ejemplo, el dibujo de un animal nos puede referir a algunas de las asociaciones que se hacen en la sociedad con él, más allá de la naturaleza de ese animal en abstracto.
El tercer elemento es la significación o signo. Este es el mito como tal y es la síntesis de los otros elementos. La significación es la combinación entre la literalidad de lo percibido y las interpretaciones que se añaden a esa literalidad.
Con este esquema, podemos alcanzar ciertas conclusiones. En primer lugar, un mito es un habla, pero no cualquier tipo de habla, sino aquella cuyos signos y símbolos sirven para justificar un cierto discurso velado que tiende, a menudo, a asentar unos roles sociales preexistentes.
El paso del mito al logos
Un elemento interesante del análisis del mito de Roland Barthes es que permite desvelar la irracionalidad de los valores contemporáneos. Estos no son la síntesis perfecta de una historia siempre progresiva y cada vez más racional, sino estadios en que operaban diferentes mitologías.
A menudo, la historia de la filosofía abre con una discutible afirmación: su origen se debe al paso del mito (conocimiento irracional y deísta) al lógos (conocimiento racional científico). Sin embargo, esto es profundamente falso. El mito no es un momento previo y negativo, sino que se encuentra inmerso en todo tiempo y lugar de la historia humana, bajo diferentes manifestaciones y de forma más o menos explícita.
Por tanto, el mito y el logos han convivido durante siglos y siglos. El origen de la filosofía en Grecia no puso punto y final al mito, sino que lo subsumió dándole una nueva forma.
La filosofía incorporó el mito, pero rechazándolo; es decir, ocultándolo bajo una pretendida racionalidad. Esto fue así de dos formas: en primer lugar, los filósofos utilizaron y utilizan explícitamente mitos e historias, como Platón con el mito de la caverna. Pero, además, utilizan discursos interesados y basados en supuestos sobre los que cabe interpretación subjetiva.
Un mito es un habla, pero no cualquier tipo de habla, sino aquella cuyos signos y símbolos sirven para justificar un cierto discurso velado que tiende, a menudo, a asentar unos roles sociales preexistentes
Ejemplos y conclusiones
Roland Barthes analizó algunos ejemplos de mitos actuales, a los que se podrían sumar muchos otros. Desveló, por ejemplo, el carácter mitológico de los juguetes infantiles, que sitúan al niño como usuario de un producto y no como creador, de forma que lo prepara así para su futura vida adulta.
Estos mismos juguetes, además, reproducen una mitología relativa a los roles de género, enseñando a niños y niñas algunas de sus funciones en la vida adulta. Se desvela así que, para el adulto, el niño solo es una persona de menor tamaño y necesita, por tanto, juguetes que recreen objetos adultos, pero de forma reducida.
Barthes señaló también el carácter mitológico del espectáculo de la lucha libre, donde lo de menos es el resultado del combate. La gesticulación exagerada de la lucha libre desprende significados agregados a los que caben en el propio combate como tal. La gestualidad y los disfraces refieren al viejo combate entre el bien y el mal.
Roland Barthes nos invita a preguntarnos qué otros mitos recorren la sociedad actual. Cabría preguntarse, por ejemplo, qué significados subyacen a los realities en los que se separa a una pareja para «tentarla» por separado con tener relaciones extramatrimoniales. Mientras el significado implícito es el que refiere a la historia de estas personas (¿resistirán a la tentación o caerán en ello?) si atendemos a su carácter mitológico desvelan unos discursos concretos de defensa de un cierto tipo de amor, se sexualidad y una mentalidad del sacrificio y represión del deseo.
Sin duda, el mayor aporte de Roland Barthes fue dar herramientas para el análisis de un presente en el que abundan los discursos ideológicamente marcados. Las mitologías siguen permeando en nuestras sociedades, tan pretendidamente racionales.
El mensaje inserto en las imágenes que vemos cada día se genera al entrar en contacto con nosotros y nos pone en relación con las intenciones del emisor de ese mensaje. No hay significados inherentes a lo real, sino relativos a la percepción humana y construidos por ella. Tanto es así que, para Roland Barthes, una práctica es social precisamente cuando libera mensajes, no necesariamente de forma verbal. El público privilegia de los objetos, no su utilidad o valor de uso, sino, según el autor, su valor semiótico.
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