La teoría del significado de Paul Grice (1913-1988) es la última consecuencia del giro que dio la filosofía del lenguaje a partir del (así conocido) segundo Wittgenstein. Según este, lo que importa del lenguaje es nuestro uso. Si esto es así, debemos preguntarnos por la intención que está detrás del uso de nuestras palabras. Con esto en mente, Grice intentó esbozar un tratamiento del significado de las palabras (especialmente de los sintagmas nominales y adjetivales). Este intento es una herramienta que nos permite dislocar conversaciones que han tenido lugar en contextos muy concretos, como por ejemplo la sede parlamentaria, y que al mismo tiempo nos remiten a otros niveles conversacionales.
Para Paul Grice, el significado de algo reside en la intención de producir unos determinados efectos. El significado es más un «querer decir» y no un puro «decir». Así, en las conversaciones ordinarias hay una ruptura entre «lo dicho» (asserted content) y «lo implicado» (implicated content), que no tienen por qué coincidir. Y es precisamente ahí, en esa ruptura entre lo dicho y lo implicado, donde cobra importancia el detector de intenciones que debe tener el oyente para «re-accionar».
Para entender esto mejor, veamos un ejemplo de estos significados no naturales. El protagonista del ejemplo no es ya el «significado del significado», sino el «significado de las intenciones» del hablante. El ejemplo ocurre en el Parlamente español y la conversación se da entre dos diputados, uno de Vox y otro del Partido Socialista Obrero Español, y el vicepresidente primero del Congreso:
«Diputada socialista [habla desde la tribuna]: Recen ustedes cuanto quieran, pero dejen a las mujeres ejercer sus derechos… [Es interrumpida].
Diputado de Vox (V) [grita desde la bancada más alta y alejada]: ¡Bruja!
Vicepresidente primero del Congreso (P): Señor Sánchez García, le llamo al orden y le pido que retire lo que acaba de decir.
V: Esta señora, desde que ha tomado la palabra, no ha dicho… [Le cierran el micrófono].
[Es llamado hasta dos veces al orden e instado a retirar lo dicho].
V: ¿Qué quiere significar cuando me llama al orden y que retire lo que he dicho?
P: Que lo retire para que no conste en el diario de sesiones lo que acaba de decir y que ha escuchado prácticamente todo el hemiciclo. Retírelo, por favor.
[Es llamado al orden por tercera vez y a abandonar el hemiciclo. El pleno se suspende durante diez minutos. El diputado de Vox regresa al hemiciclo].
V: Retiro que la he llamado bruja.
[Finalmente no aparecerá en el diario de sesiones]».
Una vez detectada la intención del diputado de Vox, cabe preguntarse hasta qué punto es posible retractarse de lo dicho. Y más aún en casos evaluativos, es decir, en los casos donde la «proferencia» [utterance, el «decir»] contiene un sintagma adjetival («bruja») que es tomado como insulto por costumbre, al menos en el contexto político español. El vicepresidente exige al diputado de Vox que se retracte de lo dicho en conformidad con el Reglamento del Congreso de los Diputados, donde se explicita que los insultos y las ofensas deben quedar fuera. Pero nosotros —al igual que el diputado—nos preguntamos qué significa exactamente retractarse.
Nuestra primera respuesta podría ser la siguiente: retractarse significa deshacer un acto de habla. De acuerdo con la definición de la Real Academia Española, retractarse es «revocar expresamente lo que se ha dicho», esto es, des-decirse. Ahora bien, desde una teoría pragmática del significado como la de Grice, es posible contemplar más elementos que intervienen en el funcionamiento total de la palabra «retractarse», pues la palabra «retractarse» está anclada en una vivencia interpersonal que abarca infinitamente más que un mero contenido proposicional.
Tomando como punto de partida la retractación como un des-hacer, nos haremos tres preguntas:
—La primera: ¿qué presupone retractarse en el contexto espacio-temporal más amplio en el que se inserta la conversación del ejemplo? Pero aún antes: ¿en qué medida es «bruja» un insulto?
—La segunda pregunta que vamos a hacernos es hasta qué punto estamos comprometidos con lo que decimos.
—Y la última: ¿tiene el mismo efecto deóntico (normativo) el acto de habla si el uso del lenguaje es descriptivo que si es evaluativo? ¿Por qué exigimos la retractación en contextos evaluativos y no así en los descriptivos?
Para el filósofo Paul Grice, las oraciones no solo dicen lo que dicen, sino que también dicen algo más. Este «algo más» tiene que ver con las intenciones del hablante. Así, cuando hablamos podemos decir una cosa y, además, significar otra cosa
¿En qué medida «bruja» es un insulto?
Según Grice, nuestra habilidad para entender expresiones más allá de lo que se dice explícitamente radica en la combinación de dos elementos: las normas conversacionales y el conocimiento compartido del contexto. Entonces, de cara a responder a la pregunta de este apartado, necesitamos conocer el último de estos elementos, es decir, necesitamos conocer el conocimiento compartido del contexto.
Aparentemente, llamar bruja a una persona no parece que sea un insulto, o, al menos, apreciamos de golpe que es diferente a los insultos más soeces. Pero si buceamos en la historia de su uso en España, veremos que ha funcionado como un insulto misógino. No es casualidad que ese día en el Congreso de los Diputados se estuviera debatiendo una moción para penalizar el acoso a las mujeres que van a abortar a clínicas especializadas.
En este sentido, la intención descalificadora por parte del diputado de Vox no se dirigía únicamente contra la diputada socialista (sujeto elíptico), sino contra todas las mujeres, o quizá solo contra las mujeres feministas (sujeto ausente), convirtiéndolas en víctimas. Lo que tal vez no midió es que, consecuentemente, se situaba a sí mismo en el lugar del perpetrador, en el lugar del inquisidor —si se quiere continuar con la referencia histórica1—.
Así, su propia intención se vuelve contra él precisamente en la medida en que ha tenido éxito, es decir, gracias a que los oyentes han reconocido la intención del hablante de provocar un daño. Como veremos, si no fuera un insulto no se le hubiera pedido que se retractara.
Las expresiones incompletas o sin estructura gramatical —como es el caso del sintagma adjetival «bruja»— nos aportan un significado no natural, no literal. Para su extensión a expresiones estructuradas (como, por ejemplo, «las feministas sois unas brujas»2, que es lo que parece querer significar el diputado de Vox), necesitamos introducir la idea del «procedimiento resultante».
En otras palabras, el significado de una estructura como la nuestra adquiere el sentido para los oyentes y es recibida por ellos en la medida en que conozcan el segundo sentido de la palabra «bruja» (el que remite a su noción histórica, el significado no natural), además del significado mitológico (natural). Esta competencia —que se adquiere en un contexto— se sustenta sobre la división entre lo que el hablante quiere decir y lo que intemporalmente significan sus palabras, siendo esto último explicado en función de lo primero.
Hay expresiones que son claramente insultos, expresiones soeces que todos reconocemos como tal. Hay otras palabras, como «bruja», que pueden funcionar como insultos en determinados contextos
¿Hasta qué punto estamos comprometidos con lo que decimos?
Decir de un hablante que está comprometido con un cierto contenido implicado quiere decir que para él está cancelada la posibilidad de retractarse o negar este contenido una vez hecha la «proferencia». Si lo hiciera, cualquier oyente podría desacreditarle de forma justificada por incoherencia con lo dicho y con su pensamiento. En nuestro ejemplo, el pensamiento del diputado de Vox continúa siendo el mismo, tal y como atestigua su ironía al regresar al pleno: «no sabía que la palabra ‘bruja’ removiera a la izquierda».
Aquí la responsabilidad pasa a un primer plano, ya que el diputado de Vox se desliga de lo inferido, negando que se haya tenido la intención de afirmar «x». En su justificación, la oración —por sí sola y en razón de lo que significa intemporalmente— carece de esa implicación (de la implicación del insulto). Por tanto, el auditorio «habría querido entender» eso, pero el hablante se protege bajo la capa externa de la palabra, que de suyo no implica daño, ya que no significa de origen nada que remita a un insulto.
Incluso un intento de subsanarlo por su parte podría haber sido añadir las palabras oportunas para contrarrestar el daño, aun sin retirar lo dicho (por ejemplo, con frases como «… pero no quise decir con ello que deban ser quemadas»). De esta manera, se estaría insinuando que la interpretación del sentido de aquellas habría sido infeliz. Sin embargo, el diputado de Vox contesta: «Retiro que la he llamado ‘bruja’». Esta estrategia logra retirar lo dicho (literalmente del diario de sesiones), pero no lo implicado. Por tanto, no parece ser suficiente con deshacer el acto de habla, sino que también debemos deshacernos del compromiso que adquirimos con el pensamiento que transmiten nuestras palabras.
La «implicatura conversacional» es el metalenguaje del discurso, es decir, es «lo no dicho» a través de «lo dicho». El objetivo de la implicatura conversacional es transmitir información de forma no literal y generar sobreentendidos y presuposiciones que trascienden lo manifestado mediante las palabras. El filósofo Patrick Howard Nowell-Smith (1914-2006) propuso la «implicatura pragmática» con el objetivo de abarcar más que la conversación, como hace Grice.
Dado que las palabras conllevan intenciones e implicaciones, para retractarse no bastará con eliminar lo dicho literal, la palabra en sí misma, sino que se deberá dar explicaciones de las implicaciones, de lo que se sugería (que, en el caso de la palabra «bruja», es lo que conlleva un agravio)
En esta implicatura, el sujeto de la implicación es el propio hablante, ya que «al hacer un enunciado, implica pragmáticamente que cree lo que dice, que posee sus buenas razones para creerlo así y que juzga de interés para su auditorio el decirlo» (como leemos en Principios de filosofía del lenguaje, del filósofo José Hierro Sánchez-Pescador). Estas tres reglas de la implicación pragmática de Nowell-Smith se encuentran recogidas en los principios 2 y 3 de Grice (máximas de calidad y relación), que son los menos problemáticos.
En la implicación pragmática son más bien las convenciones generales del lenguaje las que justifican esta implicación, como que alguien diga lo que cree (la propia ideología de Vox) y, por consiguiente, solamente utilice una expresión de acuerdo con su estado mental («bruja»). Asimismo, la implicación contextual tiene carácter pragmático, pues nos invita a atender a esta ocasión determinada en el Congreso de los Diputados donde la palabra «bruja» se utiliza con un doble sentido.
¿Por qué exigimos retractarse solo en casos evaluativos?
Si retractarse es simplemente retirar algo que se ha dicho, parece que uno puede echarse atrás con respecto de una afirmación, pero también con respecto de una valoración. Lo que determina si las palabras del hablante se lanzan con una intención descriptiva o si lo hacen con una intención evaluativa no son ellas en sí mismas, sino que es la fuerza ilocucionaria. (En pragmática, la fuerza ilocucionaria o ilocutiva hace referencia a la función expresiva de una frase. Así, por ejemplo, una sugerencia puede ser formulada mediante una pregunta indirecta, una oración enunciativa o un imperativo).
De esta manera, es la fuerza ilocutiva la que determina la intención del hablante, pues, por ejemplo, una persona defensora de los derechos de la mujer puede decir «bruja» en una manifestación feminista y que el resto se lo tome como un apoyo y no como una ofensa. Así todo, una vez que en el primer apartado identificamos al insulto «bruja» como contenedor de un valor negativo, se nos abren dos caminos de análisis. El primero tiene que ver con la peculiar dificultad para retractarnos en contextos evaluativos. El segundo es la enorme fuerza con la que se demanda una retractación cuando se exige que alguien retire lo que «ha dicho» y «ha sido tomado como» una ofensa.
En nuestro ejemplo, el diputado de Vox retira haber llamado «bruja» a la otra diputada, pero ¿el daño también se puede borrar del diario de sesiones del Congreso? En los contextos evaluativos no es la verdad o falsedad de las oraciones lo que está en juego, como en los casos descriptivos, sino el daño que puede provocar en los oyentes una valoración negativa. De ahí que sea más difícil retractarse en los casos evaluativos que en los descriptivos. Si, por ejemplo, el portavoz de la NASA se retracta de lo dicho en una entrevista tras comprobar que algo no era correcto, simplemente lo hará y no se le exigirá arrepentimiento.
En las oraciones descriptivas, retratarse no es problemático ya que con la corrección es suficiente para restablecer la situación. Además —y lo que es más importante—, no se ha dañado a nadie. Por el contrario, en el caso del insulto se pide a quien lo emitió no solo que lo niegue, sino que se arrepienta públicamente. Este acto —con evidentes ecos cristianos— sirve para reparar el daño y restituir la dignidad del herido. Así lo atestiguan las expresiones usadas por el Vicepresidente para solicitar arrepentimiento al diputado: «le pido» y «por favor», colocaciones de formas verbales que acompañan al verbo «retractarse» en el conjunto del fenómeno de la retractación.
En las oraciones descriptivas, basta con retirar lo dicho. Pero en los contextos evaluativos, donde lo implicado genera ofensa y dolor a otras personas, retractarse no es tan sencillo
Invocando nuevas conclusiones
La herida, la marca que deja la palabra va más allá de lo escrito en un diario. Alcanza hasta la dignidad de una persona o un colectivo. Así, el daño no queda jamás reparado, sino que hace mella, se instala en nuestra historia. En la era de la «desnarrativización» ha surgido —paradójicamente— un afán por la producción de nuevos sentidos, sin tener esto que ir necesariamente de la mano de la ética. De esta forma, retractarse carecerá de valor en la misma medida en que tampoco tenía valor la afirmación original. Los estándares de evaluación son cambiantes, fluidos, como los gustos y como la identidad.
Notas
1 La «caza de brujas» se ha explotado editorialmente sin límites, pero fue algo muy real. Los cuentos infantiles nos evocan a brujas con escoba y verruga, pero lo que ocurrió con las mujeres acusadas de brujería en Europa fue un auténtico genocidio. La defensa de la diputada fue en esta dirección: «Que te llame bruja un inquisidor es un orgullo, compañera».
2 Vox lanza un contramarco lingüístico, se apropia del utilizado en las manifestaciones feministas («Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar») para insultarlas y no para apoyarlas como lo utilizan entre ellas.
Sobre el autor
Carla Peños Seisdedos es filósofa y politóloga por la Universidad Complutense de Madrid. Escribe sobre feminismos, travesías del lenguaje y paraderos de la sociedad actual. Su debilidad siempre fue el filósofo alemán F. Nietzsche, con quien ahora dialoga a través de Judith Butler. Con corazón y cabeza, en palabras de Ortega, dirige su vida hacia el dulce abismo de la investigación y la docencia. El olvido es para ella una fuerza oculta de la imaginación humana con la que, sin embargo, aún no se emprende la más urgente de las tareas filosófico-políticas: la tarea de construir comunidad.
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