Hay dos libros en este que acaba de presentar la editorial Debate. Uno es la biografía de José Luis Sampedro, firmada por Andrés Sorel, el volumen que cada año –desde 2013, cuando murió el economista renacentista, el 8 de abril, hace ahora seis años– recuerda que Sampedro fue río en estas tierras. El segundo es la historia de la amistad entre ambos, recordada por el autor meses antes de morir.
Por Pilar G. Rodríguez
Los ríos aparecen en la primera página de José Luis Sampedro. Un renacentista en el siglo XX, encauzando la narración, porque también estuvieron presentes y fueron esenciales en su vida. Tanto que acabaron saltando a su obra en novelas como El río que nos lleva, de forma explícita en el título, pero también implícita –en Real Sitio y otros muchos textos–, hasta llegar a encarnarse e identificarse plenamente: «El río José Luis» se llama la primera parte de la obra Sala de espera, donde Sampedro cuenta cómo se encontró y se unió al «río Olga Lucas» para el tiempo que le quedaba por vivir. Lo que no estaba previsto era que la muerte esperara también al «río Andrés Sorel» desde el último meandro del camino, impidiendo que llegara a ver publicada la obra en la que había trabajado meses antes.
Es una biografía atípica, comentada y errabunda como son las conversaciones. ¿Qué sentido tendría a estas alturas haber hecho una lectura escrupulosamente biográfica de quién fue y qué dijo José Luis Sampedro? Además, él ya la había hecho mejor que nadie en Escribir es vivir. Sorel puso aquello con lo que contaba: libros, materiales, estudios previos que habían servido para preparar conferencias y homenajes, el monográfico de la revista República de las Letras o las entradas que le dedicó en su blog, La antorcha del siglo XXI. Y también textos más personales, dedicatorias, cartas firmadas por el propio Sampedro a lo que añadió recuerdos, trabajo y la vida que le quedaba.
Es una biografía atípica, comentada y errabunda como son las conversaciones. ¿Qué sentido tendría una biografía escrupulosa cuando se ha sido buen amigo de Sampedro?
Cuarteto incompleto para un hombre sabio
El libro que acaba de publicar Debate surgió tras un congreso celebrado en 2017 en Santa Cruz de Tenerife, organizado por la Fundación Caja Canarias. En él se recordaba a José Luis Sampedro en el centenario de su nacimiento. Tenía un bonito título: Cuarteto para un hombre sabio, en referencia a la querencia musical de Sampedro y al libro, escrito con Olga Lucas, Cuarteto para un solista. Carlos Taibo y Alonso Fernández del Castillo integraban aquel cuarteto junto a Olga Lucas y Andrés Sorel. Tras trabajar intensamente el último año de su vida, Sorel murió en los primeros días de 2019. En los titulares de los obituarios, referencias y etiquetas a sus orígenes y su compromiso político. Dejó entregados dos libros (y el guion de un documental sobre José Martí) en los que se definía como lo que fue: novelista, en uno de ellos, y escritor, amigo y admirador de José Luis Sampedro en Un renacentista en el siglo XX.
Un renacentista piensa en Montaigne
De ese maremágnum, Sorel rescata dos facetas de Sampedro, quizá las menos tratadas u olvidadas, quizá con intención. Una es la imagen de un joven educado, cosmopolita, de refinados gustos que ama la música y la estudia y la toca. Un veinteañero que lee a Montaigne y piensa en él: quiere ser como él, pero no encerrándose en su torre, sino abriendo esta para que todos puedan acercarse a los libros y hacerse más sabios. Al primero de los ensayistas le dedica Sampedro su revista UNO, en la que hace –escribe, más bien– de todo: poesía, teatro, ensayo, crítica… También la ilustra y la publica. No tendrá continuación. «Escribir, pensar, ser un humanista desde sus veinte años en el convulso siglo XX. En aquel pequeño folleto ya se intuía lo que iba a ser su vida: la creación literaria, el pensamiento científico, la bondad revolucionaria, el compromiso con lo explotados y desahuciados de todo el mundo, la búsqueda del amor, la belleza y la ética», explica Sorel en el libro.
Pero resulta que a este joven desenvuelto, culto, viajado, que se maneja con soltura en los elitistas círculos del Santander de los años 20 y que tiene un prometedor futuro como economista y funcionario, le va a dar por mirar al sur, por patearlo y conocer a sus gentes, preguntarles, escucharles… Y nunca los dejará. «Hacer menos pobres a los pobres», denunciar el capitalismo y la explotación en todas sus vertientes –incluida la de la naturaleza– son mensajes revolucionarios que hacen diana en el corazón de la política y de la economía. Insistir en ese discurso, extenderlo mediante sus enseñanzas e intentar llevarlo a la práctica con su actitud hubieran debido convertir a Sampedro en un sujeto potencialmente peligroso. No fue así. En lugar de eso encontró el favor del público, e incluso el fervor, en los últimos tiempos. Que esto no fuera más que un mecanismo para desactivar sus contundentes y pertinentes análisis políticos fue una obsesión de Sorel. Neutralización por simpatía ante neutralización por silencio, que era de lo que él entendía más. Por eso, en el retrato de Sampedro que traza Un renacentista en el siglo XX, están bien presentes algunas de esas denuncias. Y que su mensaje no calle. Y que su legado más puramente político se difunda más allá de la foto con su semblante risueño y la frase de turno.
La lucha de Sampedro contra un capitalismo desalmado podría haberlo convertido en alguien conflictivo. No pasó: encontró el favor –y el fervor– del público, pero ¿quizá fuera esa la manera de desactivar su mensaje?
Palabras desde la frontera
Los éxitos literarios sin duda contribuyeron a fabricar cierta imagen pública de Sampedro, que –por otro lado– seguía impasible a lo suyo. ¿Y qué era lo suyo? Ideas como estas tan inusuales para ser expresadas en el discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua. Lo tituló Desde la frontera y algunos párrafos decían cosas como: «Lo fundamental (del capitalismo) es su creencia de que, gracias a la competencia privada, cuanto más egoístamente se comporte cada individuo, tanto más contribuirá al progreso colectivo. Por tanto, es deseable que cada uno aumente al máximo su beneficio a costa de quien sea y a partir de esa creencia se pasa insensiblemente a pensar también que en la vida solo importa lo que produce ganancia monetaria». Y recordaba la famosa frase de Machado: «Cualquier necio confunde valor y precio». Para rematar: «Hablando en general, nuestra civilización padece esa necedad».
¿No son palabras extrañas para un discurso académico? En el libro, Sorel recuerda la impresión que se llevó Saramago después de ser invitado a Brasil tras recibir el Nobel. Habló sobre los peligros de la destrucción del medio ambiente a quienes lo destruían o se beneficiaban… «Lo habían agasajado, pero no le escucharon, pese al silencio y el respeto que pretendían mostrar, ni les importaba lo que les decía (…), para ellos aquella conferencia no era sino un ritual más, recibir, acoger a un Premio Nobel que hablaba su idioma y hacerse fotografías con él». El vivo al bollo y el muerto al…
En su discurso de ingreso en la Real Academia, Sampedro habló del error de equiparar egoísmo individual y progreso colectivo
¿Libertad de elegir, señor Friedman?
Al contrario de estos seres trasnacionales, intercambiables a quienes no les importa el futuro porque solo les importa el presente (el suyo, en concreto), Sampedro no dejaba de hablar del porvenir: le importaba el futuro y por eso le importaba el presente. En Escribir es vivir se lee: «La cuestión es ¿quién va a mandar en la economía? (…) La producción futura depende de lo que hoy decidamos hacer. Es fácil comprender que el futuro será distinto si hoy invertimos en parques temáticos que si invertimos en hospitales, universidades, investigación científica. Por eso es importante que el futuro no lo decidan las empresas con la lógica del beneficio, lucro y enriquecimiento rápido, sino las personas que, aunque no sean mejores que nosotros, no tienen más remedio que tener un poco en cuenta nuestras necesidades. Pese al desprestigio actual de los políticos, es mucho peor que mande el dinero».
No hablaba un cualquiera. Hablaba un economista que había llegado a lo más alto de la academia, a la subdirección del Banco Exterior de España, al Senado. Hablaba, eso sí, un economista que no hablaba como los demás economistas ni atendía al mismo público ni a los intereses de aquellos. Justo por eso son más valiosas aún sus respuestas al evangelio friedmaniano y su Libertad de elegir: «¿Libertad de elegir, dice usted? ¡Ay, mister Friedman de nuestros pecados! Si, en vez de moverse por cenáculos de cinco estrellas hubiera usted pernoctado en chabola suburbana, ¿se hubiera atrevido a decirle a su invitante que era libre de elegir por vivir en una economía de mercado? ¿Acaso cree usted que la gente elige la pobreza y el tugurio por alegre espíritu de bohemia?».
«¿Libertad de elegir, dice usted? (…) ¿Acaso cree usted que la gente elige la pobreza y el tugurio por alegre espíritu de bohemia?», escribe Sampedro en El reloj, el gato y Madagascar (Debate)
Escuchar a la naturaleza y defenderla
Quizá fuera la preocupación por el porvenir o una herencia de las antiguas civilizaciones que tanto estudió y le interesaron o quizá la influencia de las culturas orientales donde el respeto por la naturaleza es sagrado… Y, por supuesto, entender la economía desde su punto de vista. Todo ello condujo a que la preocupación por la destrucción del medio ambiente fuera una constante en la vida y la obra de Sampedro. Se trata en numerosas partes del libro. Para Sampedro, es uno de los efectos devastadores de la desenfrenada explotación capitalista. Como recordaba el periodista Rafael Ruiz en El País, Sampedro presidió en la Cámara Alta la Comisión de Medio Ambiente y a sus casi 80 años repetía lo que siempre había dicho al respecto. «Con este sistema económico no se salvará nunca el medio ambiente». Tanto que es inútil hacerle más preguntas a José Luis Sampedro. De ahí no sale». Y de ahí no se sale, al menos económicamente hablando, porque salir, salir, se ha comenzado a salir a las calles, donde miles de jóvenes defienden a voces la naturaleza que son y representan. Una cosa: ¿dónde estaría hoy José Luis Sampedro en esos #Fridaysforfuture?
Sampedro habló del cambio climático cuando no se le llamaba así. Le obsesionaba la destrucción de la naturaleza y «no se cansó de repetir que este desarrollo es in-sos-te-ni-ble», se lee en esta biografía
Nuestras vidas son los ríos…
También se habla de refugiados y migraciones en este libro, de religiones castrantes, de libertad sin adjetivos –libertad total, por mencionar el más adecuado–, de compromiso y violencia y violencias. De cosas raras como ipsoterapia y MUSA; y de otras con las que convivimos (o no) a diario como la educación, el amor, el sexo, la enfermedad, la muerte. Pero ¿quién dijo muerte? Si quien es torrente, no teme al mar, ni a su final. Hay Sampedro para rato porque hay agua –aunque llueva poco– y existen las palabras propias o recreadas en la esperanza de un mundo mejor. Y en esa frase va parte de la última línea del libro que Andrés Sorel escribió para su amigo José Luis Sampedro antes de que el río lo arrastrara como a él, junto a él.
Para saber más… 10 ideas que nos dejó José Luis Sampedro
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