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Stravinsky: música para poner orden en el caos

Ígor Stravinsky (1882-1971) es uno de los músicos con más influencia en la historia musical y uno de los aclamados del siglo XX. Además de contar con una amplia producción musical, Stravinsky elaboró una teoría de gran calado en el campo de la estética, cuyo desarrollo podemos apreciar en Poética musical, obra que es en realidad una compilación de las lecciones que él mismo impartía en la Universidad de Harvard. Abordamos aquí la consideración del autor acerca del fenómeno musical, que se encuentra inevitablemente enlazada con su contexto social y su ferviente defensa de la tradición.

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Ígor Stravinsky fue un compositor ruso que, además, elaboró una teoría estética desarrollada en su obra ‘Poética musical’, obra que reúne algunas de sus lecciones en la Universidad de Harvard. Diseño a partir de imagen de Gerhard Bögner en Pixabay (CC0 1.0) y retrato de Ígor Stravinsky, de Bain News Service, Biblioteca del Congreso de EE. UU.: Colección George Grantham Bain (CC0 1.0), extraída de la Gran Enciclopedia Noruega (snl.no).

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«Tenemos un deber para con la música, y es el de ‘inventar’».

Es conocida la obra La decadencia de la mentira, de Oscar Wilde, en la que, hablando de una puesta de sol, no puede más que afirmar que Turner sería capaz de extraer mayor belleza con cualquiera de sus cuadros. De forma parecida, Stravinsky nos recuerda los distintos sonidos agradables que la naturaleza ofrece, pero apunta que para que la música sea tal no basta con la mera apacibilidad del sonido: el músico ha de ordenar los elementos de la obra de arte, siendo esta una creación humana.

Stravinsky
Poética musical, de Ígor Stravinsky (Alvarellos Editora).

Su tesis va en consonancia con la corriente formalista de la época, que trata de analizar los distintos elementos que conforman las obras de arte. Así, la música para Stravinsky no se concibe como una «creación de la nada», sino que el artista escoge entre las opciones ya dadas. En este sentido, no deberíamos siquiera hablar de artistas: puesto que entendemos esta actividad como producción, en realidad solo existen fabricantes.

Las corrientes formalistas arguyen que toda obra de arte se divide en forma y contenido. ¿Cuáles son los elementos que ordena la música? El tiempo y el sonido. En lo que se refiere al tiempo, es esencial la presencia del metro, que es el «elemento puramente material por medio del cual se compone el ritmo, elemento puramente formal». El metro nos da las pautas en función de las cuales el ritmo ordenará sus partes.

Es importante no confundir el ritmo con el tempo: el primero establece las relaciones entre las distintas partes musicales, mientras que el segundo es la parte dinámica de las mismas, su figuración. En cuanto al sonido, Stravinsky hace hincapié en las grandes riquezas que ha traído consigo la incorporación de las disonancias y la atonalidad: «Me he vuelto sordo para la tonalidad», afirma.

Si la meta de la música es la consecución del orden, y este se consigue a través de la elección entre los distintos elementos que se nos presentan, entonces carece de sentido hablar de compositores, artistas, genios que crean desde la nada. La música no es una actividad diferente a las demás, también exige el trabajo manual. Asimismo, el instinto de creación es posterior a la existencia de tales recursos, no condición de posibilidad para la gestación de la obra de arte, como se concibe en el Romanticismo. Hay un pasaje tan curioso como clarificador en el que narra una anécdota acerca de esta concepción del artista:

«Recuerdo que en una oportunidad, durante la guerra, al pasar la frontera francesa, un gendarme me preguntó cuál era mi profesión. Yo le respondí con toda naturalidad que era inventor de música. El gendarme verificó entonces mi pasaporte y me preguntó por qué estaba yo allí designado como compositor. Le respondí que la expresión ‘inventor de música’ me parecía cuadrar mejor al oficio que ejerzo que aquel que se me atribuye en los documentos que me autorizan a pasar las fronteras».
Poética musical,
Stravinsky

El impulso que mueve a hacer música es definido como una «necesidad natural», pero nunca es fruto del impulso o del capricho, y tampoco «fortuito como la inspiración», sino que es habitual, constante y periódico. Se acabó aquello del atormentado taciturno al que llega, como una suerte de revelación, la respuesta luminosa en el momento clave: el artista, podríamos decir, se hace poco a poco.

La afirmación puede resultar demasiado determinista, pero para Stravinsky esta condición de la música es precisamente la que permite gozar de una mayor libertad. Dentro del campo limitado que se nos ofrece a escoger, llevamos a cabo una elección, y en ello consiste la actividad musical: «Mi libertad consiste, pues, en mis movimientos dentro del estrecho marco que yo mismo me he asignado para cada una de mis empresas».

La pregunta que se nos suscita es la siguiente: ¿de dónde proceden los distintos elementos que somos capaces de elegir? De la tradición. Por esta condición ordenada de la música, resulta imposible que sea revolucionaria, puesto que la revolución lleva en su mismo seno el caos

Stravinsky: música y tradición

La pregunta que se nos suscita es la siguiente: ¿de dónde proceden los distintos elementos que somos capaces de elegir? La respuesta es sencilla: de la tradición. Por esta condición ordenada de la música, resulta imposible que sea revolucionaria, puesto que la revolución lleva en su mismo seno el caos. La música no ha de ser revolucionaria, pero esto no significa que esté condenada a la repetición de lo mismo, ni tampoco que sea un plagio de lo anterior: es posible y necesaria, sin duda, la novedad.

Con un tinte chestertoniano muy evidente (de hecho, el escritor es citado más de una vez), Stravinsky dice que la música ha de poner orden en el caos y, como tal, conservar, respetar la tradición. Dice así: «Una tradición verdadera no es el testimonio de un pasado muerto; es una fuerza viva que anima e informa al presente», de la misma forma que Chesterton afirma que «la tradición es la democracia de los muertos», es decir, no se trata de una vuelta al pasado, sino una manera de afirmación del pasado que sirva a la construcción de un futuro.

Hay ocasiones en las que lo teórico se distancia de lo práctico, pero no en esta ocasión. Stravinsky supuso una verdadera novedad en el ámbito musical, incorporando a sus ballets diversos elementos folclóricos y tradicionales de otras culturas, así como elementos disonantes y estridentes. Es un ejemplo perfecto su obra La consagración de la primavera.

Stravinsky termina sus lecciones musicales aludiendo, nuevamente, a esta necesidad de crear, que es inseparable del ser humano. Sin duda, esta tendencia requiere también un esfuerzo incalculable, que es tan doloroso como la vida misma, pero que tiene como recompensa la comunión con el Ser y el prójimo y que, de esta forma, otorga también la potencia de comunicarnos con los otros, de unificar, de unir.

Sobre la autora

Cristina C. Albarova, nacida en Zaragoza, es estudiante de Filosofía y Derecho en la Universidad Complutense de Madrid. Ha colaborado semanalmente en el programa de radio El vuelo de la lechuza, emitido por el Círculo de Bellas Artes. Entre sus intereses destacan el existencialismo, la literatura filosófica y la estética musical.

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