«¿Hay alguna razón para permitir que atormentemos a los animales? Yo no veo ninguna». Esta reflexión sobre el sufrimiento animal es del filósofo y economista británico Jeremy Bentham y, aunque han pasado 187 años desde su muerte, la pregunta se la siguen haciendo muchas personas hoy, filósofos y pensadores incluidos. Sobre la respuesta que él mismo se da, ahí ya seguramente la cosa difiere entre unos y otros. Donde unos ven la tradición o el espectáculo o el negocio o incluso la conservación de alguna especie como razón, otros muchos solo ven maltrato, violación de derechos, explotación e inmoralidad.
«Uuuh uuh uh uh uuh», gritaba Jane Goodall, emitiendo un sonido gutural, el pasado 15 de diciembre, delante del micrófono, en el acto académico solemne de la Universidad Complutense de Madrid (España), donde era investida doctora honoris causa. Nadie entre el auditorio entendió qué estaba diciendo. Si la hubieran escuchado otros animales, sí habrían comprendido el idioma en el que hablaba y le habrían respondido. «Hola, soy yo, Jane», tradujo la primatóloga, etóloga y antropóloga inglesa. Eso les decía. La lengua en la que se dirigió al público para iniciar su discurso es la que le permite comunicarse con los chimpancés en la selva de Gombe, hoy Tanzania, a donde llegó en julio de 1960 para conocer, observar, escuchar, acompañar, cuidar, querer y estudiar a estos animales en su hábitat natural. Estamos hablando de una época en la que muchos científicos creían firmemente que los únicos seres inteligentes que podían tener pensamientos racionales, sentimientos y emociones eran los humanos.
Deja un comentario