Tomás Balmaceda es doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Durante 15 años se especializó en filosofía de la mente y ahora se dedica a estudiar los cruces entre filosofía y tecnología. Es un prolífico autor y generador de contenido. Su obra atraviesa distintos soportes, temáticas y registros: ha escrito varios libros, protagonizado series de televisión y producido podcasts, recorriendo temas tales como la divulgación filosófica, la tecnología, la cultura popular contemporánea, la generación X e incluso la Antártida. Además, le alcanza el tiempo para ser docente de grado y posgrado en la UBA y en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES).
Una de las cosas a las que usted se dedica es la filosofía de la técnica. La tecnología modifica nuestras formas de vida y permite (y a veces impone) dinámicas sociales que para otras generaciones eran impensables. Por ejemplo, dónde vivimos, la forma en que nos trasladamos, nos mostramos, conocemos gente, nos comunicamos… ¿Cree usted que estas modificaciones afectan a nuestra forma de pensar? ¿Cómo? ¿Y qué implicaciones tiene para los problemas filosóficos perennes?
Bajo mi visión, de alguna manera la sociedad y la tecnología están en un continuo diálogo: la sociedad transforma a la tecnología y la tecnología transforma a la sociedad. Con mi equipo de investigación tenemos un artículo que nombramos Natural-born transhumans, como si fuésemos transhumanos por naturaleza.
Para nosotros, la imbricación que tiene la tecnología en los seres humanos es completa. Los seres humanos tenemos una dotación biológica, sí, pero que siempre está implicada con distintos artefactos culturales, entre ellos artefactos técnicos. Por eso no podemos imaginarnos sin tecnología.
En algunos análisis un poco más simplistas la cuestión de la tecnología se aborda en el vacío, como si ocurriera en una burbuja. Eso es imposible. Yo creo que todo el tiempo estamos de alguna manera en esa transformación. A mí nunca me gustó la idea de naturaleza humana. No creo que podamos decir que hay una naturaleza humana separada de lo tecnológico, así como no puede haber nada tecnológico separado de la sociedad que lo está construyendo. Por eso, muchas veces para poder entender la sociedad en la que vivimos tenemos que ver la tecnología y cómo nos impacta.
La tecnología habla de la sociedad que la creó. Habla de la sociedad que la utiliza, habla de la sociedad que la comunica. Es muy útil saber lo que la sociedad cuenta de la tecnología: para qué sirve, cómo se podría usar, para qué fue creada o para qué puede eventualmente ser usada, más allá de las intenciones del creador. Y, por supuesto, la tecnología puede ser una herramienta de exclusión o de inclusión.
Respecto a la relación del ser humano con la tecnología, usted habló de discutir la idea de naturaleza humana, pero ¿no supone usted una noción de naturaleza humana cuando menciona que siempre estamos en contacto con artefactos tecnológicos?
Una definición clásica que yo generalmente uso es que un artefacto es un objeto producido por una acción intencional, un objeto que tiene impregnado una intención, y eso puede ser, por supuesto, desde el último teléfono celular a una piedra que uso como proyectil.
Preguntarse cuál fue el primer artefacto es un debate altamente especulativo, pero hay muchos objetos que entran en la categoría de artefactos tecnológicos que son anteriores al Homo sapiens. Hay, por ejemplo, un famoso hueso fósil que tiene pequeñas marcas irregulares. Las marcas irregulares se corresponden con las fases de la luna. De alguna manera, ese hueso es una especie de calendario y esto es algo poderoso porque quien lo tenía podía anticipar qué venía mañana.
Por eso, te digo, mi intuición es que no hay una naturaleza humana, pero sí creo que no podemos pensar al ser humano solamente como una dotación biológica. Hace miles de años que la tecnología está presente de múltiples maneras en nuestra vida.
Siguiendo con la tecnología, uno de los temas que usted más trabaja son las implicancias filosóficas del desarrollo de inteligencia artificial. Le hago una pregunta existencial: ¿le da miedo lo que pueda ocurrir en este ámbito?
Me preocupa que la inteligencia artificial sea tomada como algo exento de valores. Hay una noción casi de sentido común que nos dice que la tecnología es valorativamente neutra, que la tecnología no es ni buena ni mala, sino que depende de cómo uno la usa. Ese discurso está extendido en todos los ámbitos. En las aulas te lo puedes encontrar en profesores, académicos, alumnos y alumnas. Lo vas a encontrar, por supuesto, en las páginas webs de las grandes corporaciones de tecnología, en la boca de políticos…
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