Después de una larga y muy fastidiosa enfermedad, el pasado 14 de enero falleció en Sevilla Pilar López de Santa María, muy querida y admirada profesora de la Facultad de Filosofía en la Universidad de Sevilla. Pilar nació en Bilbao en 1957, pero desarrolló gran parte de su carrera en la ciudad hispalense, adscrita al Departamento de Filosofía, Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad sevillana, donde comenzó su docencia allá por 1989. En esto le gustaba compararse, entre sonrisas y complicidad, con Miguel de Unamuno: otro vasco que, por diversas circunstancias, hizo casi toda su vida lejos del Bilbao que lo vio nacer. Pilar fue, y hay que poner esto en valor, la primera catedrática de Filosofía en Andalucía. Una adelantada a su tiempo. Un carácter contundente, férreo, pero a la vez muy cálido y cercano. Ella misma confesó que obtuvo la cátedra mediante mucho esfuerzo, a través del trabajo constante, del que tan partidaria fue: «Mi meta no era conseguir la cátedra, sino seguir una trayectoria de trabajo e investigación». Siempre fue muy amable y solícita con las inquietudes de su alumnado, a quien atendía con afabilidad y precisión. Los alumnos siempre fueron la razón de ser del trabajo diario de esta insustituible mujer.
La labor de Pilar en el terreno filosófico y traductológico ha sido tan titánico como irremplazable. Gracias a ella, varias generaciones de estudiantes e investigadores han podido (y podrán) acercarse con seriedad y confianza a la obra de quien ella misma consideró un maestro de vida, Arthur Schopenhauer (1788-1860), a través de las múltiples y muy certeras traducciones que realizó de numerosas de sus obras. Las más laudables, sin duda, las correspondientes a los dos volúmenes de El mundo como voluntad y representación (Trotta), así como los sendos volúmenes de Parerga y Paralipómena (Trotta), sin olvidar Los dos problemas fundamentales de la ética (Siglo XXI) y la traducción en la que trabajé con ella codo con codo sobre la tesis de Schopenhauer, publicada en Alianza Editorial y que yo mismo tuve la suerte de editar: Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente.
Quien escribe estas líneas ha tenido el inmenso e insustituible honor de compartir numerosos momentos de complicidad, tanto académica como personal, con Pilar. Conservo, como un auténtico tesoro, algunos volúmenes de la correspondencia de Schopenhauer en alemán que ella misma me regaló y que están firmados por ella. Su despacho de la Facultad era un emocionante mausoleo schopenhaueriano. Aunque durante los últimos años hemos conversado mucho por teléfono, la última vez que la vi fue en octubre de 2019, cuando impartí una conferencia en la Universidad de Sevilla, invitado por la propia Pilar, para iniciar a los alumnos en algunos epígonos que habían continuado el legado schopenhaueriano; sobre todo Philipp Mainländer. Después nos fuimos a comer, muy cerca de la Facultad, y departimos largas horas —bajo el siempre amparador sol sevillano— sobre muy diversos temas, casi todos personales. Y sobre algunos proyectos, por supuesto. A lo largo del tiempo, nuestra relación de maestra y discípulo se fue convirtiendo en un nexo de amistad e intercambio no sólo de ideas, sino también y sobre todo de emociones, de pensamientos muy diversos sobre las circunstancias epocales y personales, sobre sentimientos, sobre cuanto nos inquietaba de este mundo tan pluriforme, tan repleto de contradicciones, como apuntó tantas veces Schopenhauer.
Pilar fue la primera catedrática de Filosofía en Andalucía. Una adelantada a su tiempo. Un carácter contundente, férreo, pero a la vez muy cálido y cercano. Ella misma confesó que obtuvo la cátedra mediante mucho esfuerzo, a través del trabajo constante
Pilar fue una mujer de fe. De fe, sobre todo, en el poder de la filosofía y de la educación. Defendió una enseñanza interdisciplinar y transversal; no se cansaba de decirme, muy apasionadamente, que la ciencia ha de ser humanista, y que el humanista debe saber de ciencia, y no tenía reparos en aludir a la deshumanización a la que la técnica nos aboca en nuestros días. También guardó mucha fe en la propia vocación y en su defensa; en el trabajo individual y en el esfuerzo personal. Con su talante en ocasiones sarcástico, cargado de fino humor, hablaba de los humanos como una especie incorregible que no aprende, que no se deja enseñar ni aleccionar por la historia. Una posición antropológica que compartía con Schopenhauer. Pero sí creía, por contrapartida, en el poder salvífico que puede ofrecer un corazón a otro, en la empatía surgida entre individuos, muy similar al concepto de compasión que desarrolló el filósofo alemán.
Recuerdo nuestras conversaciones sobre uno de los capítulos clave del segundo volumen de El mundo como voluntad y representación, el 41, en el que Schopenhauer se refiere al carácter indestructible de nuestro ser en sí, a la inmortalidad de la voluntad, motor incansable del mundo. Motor, hay que decirlo, tan ominoso como voraz. Pero sólo en virtud de él, de esa perenne maquinaria que todo lo mueve, nacen una y otra vez seres que son capaces de lo peor, sí, pero también de lo mejor. Y en esto también Pilar era una mujer de fe: creía en las buenas personas. Sobre todo porque ella lo era, y la bondad quiere contagiarse, quiere más bondad y menos conflicto, menos enfrentamiento, esa guerra tan inevitable de unos entre otros que, a juicio de Schopenhauer, es signo de nuestro egoísmo despiadado.
Conservo, como un auténtico tesoro, algunos volúmenes de la correspondencia de Schopenhauer en alemán que ella misma me regaló y que están firmados por ella. Su despacho de la Facultad era un emocionante mausoleo schopenhaueriano
Pilar se ha reencontrado ahora, tras una enfermedad a la que hizo frente con toda la entereza posible y sin dejar nunca a un lado sus tareas académicas e intelectuales, con el inmortal seno de la naturaleza, como Schopenhauer lo llamaba. Una inmortalidad de la que hablé mucho con Pilar y que, más allá de credos religiosos, tiene que ver con una unión de todos los seres, con una unidad de todo lo existente.
Nos reencontramos, Pilar, estoy seguro. Aunque ese constante fluir natural también se da entre cuerpos y espíritus y, en ese sentido, sigues y seguirás aquí: en tus obras, en tus traducciones, en tus enseñanzas y en tu inolvidable ejemplo. En la dedicación plena de toda una vida a la filosofía, a tu alumnado, a tu familia. Jamás olvidaré esa sonrisa que, ante un tema escabroso, daba carpetazo a todo. Porque, al fin y al cabo, la sonrisa y el humor, como también defendió Schopenhauer, son las únicas salidas ante un mundo en constante contradicción.
Gracias, Pilar. Te recordaremos siempre. Porque siempre es hoy. Y hoy es un eterno presente en el que, como nadie, nos supiste hacer vivir. Porque, de alguna manera, sólo vive quien aprende, y tú nos has enseñado.
Con su talante en ocasiones sarcástico, cargado de fino humor, hablaba de los humanos como una especie incorregible que no aprende, que no se deja enseñar ni aleccionar por la historia. Pero sí creía, por contrapartida, en el poder salvífico que puede ofrecer un corazón a otro
Cierro este homenaje con una cita de Schopenhauer, en traducción de Pilar López de Santa María (Trotta), perteneciente al capítulo 46 del segundo volumen de El mundo como voluntad y representación, sobre el que volvíamos una y otra vez para hablarlo, discutirlo, disfrutarlo… y reír:
Despertada a la vida de la noche de la inconsciencia, la voluntad se encuentra en un mundo sin fin ni límites, como individuo entre innumerables individuos que se afanan, sufren, yerran; y como en un mal sueño, se precipita de nuevo a su antigua inconsciencia. Mas hasta entonces sus deseos son ilimitados, sus exigencias, inagotables, y cada deseo satisfecho hace nacer otro nuevo. Ninguna satisfacción posible en el mundo podría bastar para acallar sus exigencias, poner un punto final a su deseo y llenar el abismo sin fondo de su corazón. (…) La vida, con sus contrariedades de cada hora, día, semana y año —contrariedades pequeñas, mayores y grandes—, con sus esperanzas decepcionadas y sus desgracias que desbaratan todo cálculo, lleva claramente el sello de algo que nos hace perder las ganas; de modo que es difícil comprender cómo hemos podido engañarnos y dejarnos convencer de que existe para ser disfrutada con agradecimiento, y el hombre, para ser feliz. Antes bien, aquel permanente engaño y desengaño, como también la constante condición de la vida, se presentan como algo previsto y calculado para despertar la convicción de que nada merece nuestro afán, actividad y esfuerzo, de que todos los bienes son nada, de que el mundo es en todos sus resultados una bancarrota y la vida, un negocio que no cubre los costes; calculado, en suma, para que la voluntad se aparte de ella.
Deja un comentario