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La crueldad y otros males cotidianos e inevitables

«La crueldad nos pone cara a cara con nuestra irracionalidad como nada más lo hace», escribe la pensadora liberal Judith Shklar. Y dice más; dice que los vicios ordinarios son «el tipo de conducta que todos esperamos, nada espectacular o infrecuente». ¿Por qué entonces encargarse de ellos? La nueva traducción de su libro titulado precisamente así, Los vicios ordinarios, supone un acercamiento a esos males que no entran dentro de la típica reflexión moral, pero que nos aquejan diariamente, que suponen a veces un incordio, a veces una verdadera calamidad. Son, ni más ni menos, que los «males comunes que nos infligimos unos a otros a diario», en palabras de esta filósofa letona-estadounidense.

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Crueldad y otros vicios ordinarios

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Nacida en 1928 en Letonia, Judith Shklar (1928-1992) emigró junto a su familia huyendo del régimen nazi hasta establecerse en Estados Unidos. Conocida por su trabajo en filosofía política, fue una teórica liberal cuyo libro más influyente El liberalismo del miedo (1898) abordó el problema filosófico de la crueldad como un problema teórico central. Para la autora, el liberalismo debía basarse no solo en la protección de libertades y derechos, sino, sobre todo, en el temor a la crueldad y la opresión como elementos fundamentales.

Los vicios ordinarios es un libro publicado originalmente en 1984 y la editorial Página Indómita trae ahora una nueva y necesaria traducción. Este libro puede considerarse un precursor de El liberalismo del miedo, porque uno de los temas centrales que aborda es la cuestión de la crueldad, en relación a lo que la autora denomina «vicios ordinarios».

Lo primero que llama la atención del libro es el interés por el «vicio». Y es que, tal y como nos cuenta la propia autora, la cuestión de la virtud ha reclamado mucha más atención de los filósofos que el problema de los vicios. Shklar se propone en este libro, sin embargo, seguir el rastro que el peso del vicio ha dejado en la historia de la cultura, no siempre en forma de ensayo filosófico, sino a menudo como la personalidad de numerosos personajes literarios.

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Los vicios ordinarios, de Judith Shklar (Página Indómita).

Se recorren así innumerables páginas de la historia de la literatura universal, dejando que, en sus palabras, «mejores narradores de historias hicieran parte de mi trabajo, ya que he tomado prestados, como ejemplos, sus personajes y sus escenas más elocuentes». Narradores que «no nos dicen cómo pensar, sino en qué pensar».

Esta obra no pretende, por tanto, ser un predictivo; una guía moral sobre cómo sobreponerse a los vicios o sobre cuáles son peores que otros. Pretende, más bien, ser un texto que trate de «llevar a cabo el trabajo de la teoría política: hacer que las conversaciones y convicciones sobre nuestra sociedad sean más completas y coherentes y revisar críticamente los juicios que solemos hacer y las posibilidades que solemos contemplar».

Las convicciones de la autora son que, con todos sus errores, el liberalismo es el mejor de los sistemas económicos posibles. Pero no por ello está exento de contradicciones. Y algunas de estas contradicciones son, precisamente, nuestros vicios ordinarios. Dar respuesta a los interrogantes que nos suscitan, piensa, es crucial para desenvolvernos en la democracia liberal, que se convierte «más en una receta de supervivencia que en un proyecto de perfeccionamiento de la humanidad».

El punto de partida, al que la autora retornará frecuentemente es Michel de Montaigne: «La traición, la tiranía y la crueldad […] son nuestros vicios ordinarios», a los que Shklar añade la deshonestidad. Montaigne, aunque Montesquieu y Maquiavelo serán también buenos amigos en esta lectura.

Poner la crueldad en el centro

Lo segundo que llama la atención es el adjetivo «ordinarios». Y esto nos remite a su contrario: los males extraordinarios de los que clásicamente se ha ocupado la filosofía. La autora señala que, para entender el papel que los vicios ordinarios tienen en nuestras vidas, hay que descentrar la mirada de los grandes relatos religiosos que han reinado sobre el terreno de la moral. Aunque los vicios ordinarios nos pueden recordar a los viejos y tradicionales pecados de siempre, presentes en muchas religiones, en realidad la crueldad, la traición o el esnobismo nunca fueron pecados en sí mismos. Esto es así porque no son grandes males ni delitos cometidos contra dios alguno, sino a otras criaturas.

La posibilidad de atentar contra otra criatura, dice Shklar, es el gran problema de nuestro tiempo. Es por este motivo que reivindica la necesidad de pasar a un primer plano el problema de la crueldad, el vicio al que más atención dedicará. Esta tesis será desarrollada cinco años más tarde en La tiranía del miedo, su obra más conocida.

Lo que llama la atención de la colección escogida por Shklar es que todos los vicios ordinarios tienen una dimensión ambivalente. Por un lado, tienen un papel público, pero se desenvuelven desde el ámbito del carácter privado. Frente a los grandes males políticos de los que se encargaron otras filósofas del siglo XX, como Hannah Arendt, Shklar señaló como prioritarios aquellos que tenían que ver con la personalidad y la actitud hacia los otros. La traición, por ejemplo, que puede ser considerada un gran mal político —y que es, como señala la filósofa, el único crimen señalado en la Constitución estadounidense—, es, ante todo, un comportamiento que se desenvuelve en el terreno de las emociones privadas.

Las emociones son, por tanto, importantes. Y sucede con las emociones que no podemos deshacernos de ellas, por desagradables que nos resulten en ocasiones. Esta misma contradicción es señalada por la autora en relación a la crueldad: «La crueldad es desconcertante porque no podemos vivir ni con ella ni sin ella. De hecho, nos pone cara a cara con nuestra irracionalidad como nada más lo hace».

La posibilidad de atentar contra otra criatura, dice Judith Shklar, es el gran problema de nuestro tiempo. Por este motivo reivindica la necesidad de pasar a un primer plano el problema de la crueldad, el vicio al que más atención dedicará

Odio, esnobismo, traición y demás vicios ordinarios

Odiar con todas nuestras fuerzas la crueldad, señala Shklar, «nos condena a una vida de escepticismo, indecisión, repugnancia y, a menudo, misantropía». Genera otros vicios y nos pone en una situación francamente incómoda. Por este motivo, opina la filósofa, no ha sido un asunto al que la filosofía haya dedicado un gran empeño. Sucede con este vicio, como con otros, que abordarlo en cierta medida puede ser necesario, pero hacerlo en exceso supone incurrir en un error mayor. En el caso de la crueldad, si tratamos de evitarla por todos los medios, corremos el riesgo de reducir a una parte de la especie humana a su papel de «víctima», negando así su posibilidad de respuesta ante la crueldad.

Encargarnos de nuestra propia hipocresía también tiene un reverso inquietante: acusar a otro de hipócrita ha sido y sigue siendo una manera de imponerle unos niveles concretos de exigencia moral. ¿Pero no sucede muchas veces que se utiliza de excusa mal fundamentada para socavar opiniones ajenas por no partir de un principio moral propio? Para Shklar, abordar el problema de la hipocresía es necesario; abusar de su denuncia es un vicio heredado del estilo de controversia religioso.

El esnobismo es, tal vez, el vicio ordinario en el que vemos esta ambivalencia de forma más cotidiana. Somos esnobs como fruto de una compleja historia social y política. Se trata de uno de los vicios ordinarios más claramente feudales; se fundamenta en una fuerte jerarquización social. «Para nosotros, el esnobismo significa el hábito de hacer que la desigualdad duela», declara Shklar.

Actualizado con las revoluciones burguesas que llevaron los ideales liberales a materialidad económica concreta, la emergencia de una nueva clase social dominante transformó la dinámica en que se da el esnobismo. Un ejemplo de este nuevo tipo es el esnobismo académico, el que refiere a la erudición. Somos esnobs académicos cuando, haciendo que «la desigualdad duela», la descargamos sobre aquellos que no tienen un cierto nivel cultural o de estudios. Shklar rechaza este tipo de esnobismo, como los demás. Pero reconoce que no es solo un fruto de la desigualdad, sino que también lo es del deseo de mejora humana, del inconformismo humano que mueve el motor del progreso.

La traición es otro de los vicios ordinarios con el que nos enfrentamos a la contradicción en un sentido muy íntimo. Siendo uno de los temas más tratados en la literatura, sus dimensiones política y pasional están en estrecha relación. Es un mal inevitable porque, como señala la filósofa, nace de nuestro infantil miedo al abandono, un temor profundo e ineludible.

Pero también es un mal inevitable porque la traición puede no surgir de una predisposición psicológica al mal o de una mala decisión en términos absolutos, sino de un conflicto ético y de intereses. Lo que es traición para uno, puede ser lealtad para otro. Para mantenernos leales tenemos, en ocasiones, que abandonar la confianza de otra persona. Incluso de nosotros mismos, porque lo que puede ser lealtad hacia el otro puede ser una traición a la propia naturaleza y valores, o viceversa.

La dimensión social de la traición la vuelve un asunto enormemente complejo. Por un lado, señala Shklar, nuestras sociedades contemporáneas censuran el comportamiento traicionero. Pero lo hacen alentando y premiando muchas conductas que nos llevan a serlo. Además, ninguna moral seria obliga al ser humano a ser un héroe. Sin embargo, a veces no cometer acto de traición o deslealtad pasa por una tener una conducta heroica (bien por su dificultad objetiva o bien porque nos enfrente a un miedo profundo, que para Shklar es el motor de muchos vicios) que, cuando se da, nos parece admirable.

Querernos con nuestros vicios

La misantropía, leemos en Los vicios ordinarios, es otro de esos vicios difíciles o imposibles de evitar. La autora advierte: el simple hecho de poner la crueldad en el primer plano y tratar de evitarla nos puede llevar a un comportamiento misántropo, porque aborrezcamos excesivamente el comportamiento vicioso ajeno. Y no todo en la misantropía es negativo: ha sido un gran motor de la creatividad intelectual humana. El odio al ser humano es uno de los tópicos del arte y la literatura universales, y un sentimiento que ha desencadenado importantes filosofías.

Sin embargo, dejarnos abrazar por las garras de la misantropía sin oponer resistencia se opone al objetivo que inicialmente buscábamos, para la filósofa. La clave no es analizar nuestros vicios ordinarios para dar cuenta de lo malvados que somos, sino tener una actitud política, es decir, aquella que pueda «servir a nuestra capacidad, por minúscula que sea, para conformar un conjunto de disposiciones mejor que el que hemos conformado hasta ahora».

Es necesario no perder un ápice de la esperanza (racional) de ser cada vez mejores. Los vicios ordinarios es una invitación a pensar en el mal que nos hacemos los unos a los otros, en las faltas y aciertos, para tomar consciencia sobre ellos y no renunciar nunca, ni un momento, a ser mejores y querernos con nuestros vicios incluidos.

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