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La condena y la liberación de la alta sensibilidad

La analista existencial y psicoterapeuta Antje Sabine Naegeli explora en su libro Vivir con alta sensibilidad por qué hay personas que perciben las cosas de manera más intensa que otras y qué efecto tiene eso en su salud mental. La «alta sensibilidad» es un fenómeno estudiado solo recientemente por la psicología y requiere de una reflexión que ayude a las personas que la tienen a vivir mejor con ellas mismas y al resto del mundo a avanzar en su comprensión.

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Vivir con alta sensibilidad no es solo un reto para las personas con alta sensibilidad, sino una oportunidad para la sociedad, en un contexto de hiperaceleración e individualismo. Ilustración realizada por Microsoft Bing-Dall-E 3 (7 de diciembre de 2023).

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Durante muchos años me he preguntado por esa clase de hombres y mujeres que miran el mundo con un zum potente, reparando en cada detalle, y dejándose afectar por lo más minúsculo, cosas en las que la gran mayoría no nos detendríamos. El escritor japonés Yukio Mishima decía que esta monstruosa sensibilidad era necesaria para escribir una buena novela: «Mediante la observación microscópica y la proyección astronómica, la flor de loto puede convertirse en la base de toda una teoría del universo y en un agente por medio del cual podemos percibir la verdad».

Por lo que sabemos de Mishima, es un ejemplo claro de esta sensibilidad desbordada que hace que su obra sea algo así como un espejo de su vida, y su vida no sea más que un reflejo de su propia obra. O, como escribe Stefan Zweig en su Lucha contra el demonio sobre el caso de Hölderlin, de quien dice que «su epidermis era demasiado fina, su sensibilidad exagerada, su ánimo sufría demasiado».

Creatividad, empatía, intensidad

Es también el caso de Nietzsche, de quien comenta que «la extrema sensibilidad que presenta a los cambios meteorológicos lo mueve continuamente a buscar una atmósfera particular, un lugar apropiado, lo que él llama ‘clima para su alma’. Pronto está en Lugano por el aire del lago y la carencia de viento; pronto en Pfäfer o en Sorrento; después cree que los baños de Ragaz podrían librarle de esa porción dolorosa de su ser (…)». El autor del Zaratustra recorre múltiples sitios sin darse cuenta de que, a donde vaya, llevará cargando la misma sensibilidad, condena y liberación, que es causa endemoniada pero a la vez bella, de todas sus creaciones filosóficas.

FILOSOFÍA&CO - libro 2
Vivir con alta sensibilidad, de Antje Sabine Naegeli (Herder Editorial).

Algo en su interior de carácter efervescente es lo que parece burbujear dentro del poeta, el artista, el filósofo, el creador por antonomasia, quien a veces no sabe hacia dónde se dirige, porque ningún sitio le resulta confortante. Busca sin tener pistas y pierde la brújula sin tener un mapa —evoco nuevamente a Zweig—: «Se dispara como una flecha desde el arco de su inquietud. Evidentemente, huye de algo más fuerte que su ser; cambia de ciudad como el enfermo atacado de fiebre cambia de almohada. Por todas partes busca alivio, curación; en vano, porque cuando es el demonio el que arrastra, no permite el calor del hogar ni la protección del techo».

Ese demonio que lo arrastra no es otra cosa sino él mismo, ese hombre o mujer cautivos de su propia sensibilidad, esa que los orilla a experimentar el mundo desde el paraje de la eternidad. Esto es, a partir de un sentido inagotable, de un significado que no se limita a las palabras o de las palabras que usan como catarsis para una obra que a ojos de los lectores estéticamente se desborda.

A estos intelectuales, filósofos y en general creadores que son arrastrados por esta gran fuerza que describió Zweig como «desconocida, de la cual nunca han de poder librarse, pues reside en su misma sangre y domina dentro de su propio cerebro», Antje Sabine Naegeli, psicoterapeuta de corte humanista, los ha llamado «personas con alta sensibilidad».

En Vivir con alta sensibilidad (Herder Editorial, 2023), Antje Sabine Naegeli sostiene que es importante reconocer a estas personas porque no solo son personas muy creativas, sino porque esa sensibilidad, exponencialmente mayor a la que tienen otros, las vuelve muy empáticas con los demás. Pero, al mismo tiempo, pueden ser personas que sufren mucho y con quienes también tenemos la responsabilidad de ser empáticos.

Quienes tienen una alta sensibilidad desarrollada generalmente saben escuchar y acompañar al prójimo en los momentos más complejos, e incluso personas desconocidas sienten una confianza inexplicable hacia ellos, atreviéndose a narrarles conflictos personales al poco tiempo de conocerlos.

Sin embargo, ser altamente sensibles no siempre es la panacea. Toda fortaleza conlleva un polo negativo y, al tener la sensibilidad demasiado expuesta, estas personas pueden sufrir momentos de angustia o depresión, volverse muy inseguras, aislarse porque, ante la complejidad de sus reacciones emocionales, de su interpretación tan profunda de la vida, tienden a no sentirse comprendidas, e incluso, en el caso más grave, a desarrollar un trastorno de personalidad o alguna psicopatología.

Vivir con alta sensibilidad no significa necesariamente padecer algún tipo de disfuncionalidad o psicopatología. Este tipo de personas pueden ser fuente inagotable de grandes logros, obras artísticas o intelectuales, e incluso, volverse agentes de cambio social

El laberíntico mundo interior

Escribe Antje Sabine Naegeli en Vivir con alta sensibilidad: «Atrapadas en la expectativa de ser y sentir como la mayoría de personas que les rodean, muchas no llegan a saber el enorme tesoro que esconden hasta bien entrada la edad adulta». Es importante entender que esta condición de vivir con alta sensibilidad no significa necesariamente padecer algún tipo de disfuncionalidad o psicopatología, sino al contrario.

Este tipo de personas pueden ser fuente inagotable de grandes logros, obras artísticas o intelectuales, e incluso, volverse agentes de cambio social, porque son capaces de establecer vínculos más profundos con los demás, y reconstruir, en lo posible, el desgarrado tejido social al que cada día nos enfrentamos desde actitudes más narcisistas, utilitarias y mezquinas.

En una sociedad individualista, tener almas que sufran profundamente —entre otras cosas— el desmoronamiento de la comunidad, a la vez de que padezcan casi en carne propia el sufrimiento ajeno, no podría ser algo negativo, sino una buena señal, e incluso una señal de salud frente a un mundo que más bien se ha acostumbrado a hacer de lo anormal la normalidad.

Quizá estas personas que viven con alta sensibilidad nos puedan demostrar que las excepciones a veces son mejores que vivir en lo ordinario de un mundo que degrada su humanismo a pasos acelerados. O, como escribe Naegeli en Vivir con alta sensibilidad, las personas de alta sensibilidad al «no estar al nivel de la corriente dominante, de aquello que se considera la normalidad, puede [hacerlos] sentir tremendamente inseguras, pero si tenemos en cuenta que lo que se considera ‘normal’ bien puede tener características patológicas, es posible que comencemos a [percibirlos] de otro modo».

Cada vez tenemos más herramientas para comprender a los demás, cuestionar y no dar por hecho cualquier idea de «normalidad». Cada vez estoy más convencida de que es imposible reducir el laberíntico mundo interior, la psique humana, a unos cuantos conceptos, ni explicarlos a partir de etiquetas reduccionistas o dogmáticas. Pienso que la psiquiatría, la psicología y la reflexión humanista son herramientas que nos ayudan a acercarnos a la amplia gama de estados de ánimo, afectos, emociones propias y ajenas con las que convivimos a diario, sin pretender asumir que solo determinadas formas de sentir son las formas válidas o sanas de ser.

Hoy, en una realidad en la cual nos autocensuramos para no «sentir demasiado», alguien que tiene esa capacidad y esa libertad de padecer todo intensamente puede resultar fascinante por el solo hecho de permitirse expresar con transparencia lo que es y lo que siente

Me gusta el ejemplo de quienes tienen una alta sensibilidad porque es una muestra de lo complejo que pueden llegar a ser algunas personalidades sin la necesidad de que ello implique un problema psiquiátrico. Creo que hoy en día, en una realidad en la cual nos autocensuramos para no «sentir demasiado», alguien que tiene esa capacidad y esa libertad de padecer todo intensamente puede resultar fascinante por el solo hecho de permitirse expresar con transparencia lo que es y lo que siente.

En ese tipo de personas se potencia la creatividad. Usando las palabras de Naegeli en Vivir con alta sensibilidad, estoy convencida de que «la disminución de la capacidad de empatía y la creciente pérdida de compasión y de apego emocional son claramente características de una sociedad enferma, ya que nuestra capacidad de empatía determina la calidad de nuestra convivencia. La empatía es el corazón mismo del amor».

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