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¡Abajo la pasión! El buen entretenimiento según Chul Han

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"Buen entretenimiento", de Byung-Chul Han publicado por Herder plantea si tiene sentido la dicotomía entre pasión y entretenimiento y las cualidades morales asimiladas a las mismas.

"Buen entretenimiento", de Byung-Chul Han, publicado por Herder, plantea si tiene sentido la dicotomía entre pasión y entretenimiento, así como los valores asimilados a los mismos.

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En Buen entretenimiento, Byung-Chul Han analiza la «mala prensa» que en Occidente tiene el ocio. Enseguida se relaciona con la distracción, la holgazanería y la intrascendencia, lo que es letal al hablar de manifestaciones artísticas. Frente a él se levanta, orgulloso de su dolor y su tormento, el espíritu de la pasión. Una dicotomía que lanza el mensaje de que sin padecimiento todo es banal banalidad. En su último libro, Byung-Chul Han da cuenta de este hecho y se pregunta –y nos pregunta– si son realmente irreconciliables el juego y la pasión.

 Por Pilar G. Rodríguez

"Buen entretenimiento", de Byung-Chul Han, editado por Herder.
«Buen entretenimiento», de Byung-Chul Han, editado por Herder.

Una película desgarradora, un libro que es un puñetazo en toda la cara, una serie que hará que le explote la cabeza… Una detrás de otra estas expresiones pueden parecen un tanto humorísticas a base de sumar hipérboles, pero son habituales en la crítica de manifestaciones culturales. Son un síntoma que deja entrever la extraña relación que en el mundo occidental, sobre todo, vincula dolor y calidad artística. ¿Por qué? ¿De donde arranca ese vínculo? ¿Se puede escapar a esa relación tortuosa? A estas preguntas responde el nuevo ensayo del pensador surcoreano Byung–Chul Han. Editado por Herder, el libro se titula Buen entretenimiento y, sin defender específicamente este último frente al arte de la pasión y el dolor, sí levanta el dedo para reflejar ciertos excesos. Se trata de desmontar asociaciones mecánicas que apuntan a que todo lo bueno tiene que ser grave y que lo ligero no puede de ninguna manera serlo. Pues bien, esto no es así, y en Buen entretenimiento se encuentra una buena cantidad de ejemplos que desmontan estas hipótesis.

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¿Demasiada pasión en la crítica cultural? Asociaciones heredadas y desactualizadas tienden a unir la calidad de las obras con el grado de tormento que describen o suscitan

Aperitivo musical: Rossini vs Wagner

El libro se abre con música, con el escándalo que supuso el estreno de la Pasión según San Mateo, de Bach, el Viernes Santo de 1727 en Leipzig. Fue acusada de ligera, de operística, bailable acaso. ¿Dónde quedaba la liturgia, lo divino, dónde la ofrenda, la Palabra y todo aquello a lo que se supone que debía rendir culto?

Nietzsche saludó esta nueva expresión musical más libre, más separada del culto, más puramente artística en esencia, y vio en ella un comienzo por donde seguir progresando hacia lo volátil, lo ligero: “Lo bueno es ligero, todo lo que es divino corre con pies gráciles”, dirá Nietzsche y lo recuerda Han en el libro. Popular sería otra forma de expresar este nuevo espíritu. Y Rossini, la música de Rossini, condensaría todos esos nuevos valores. La elogiarán Heine, el poeta, Schopenhauer y Hegel, quien en su reconocimiento recoge también las críticas de los adversarios. De la música de Rossini dicen sus enemigos que es “un huero cosquilleo auditivo”. A lo que Hegel responde: “Pero si uno se mete más a fondo en sus melodías, esta música resulta, al contrario, sumamente sensible e ingeniosa y penetra hasta el alma y el corazón”.

Para Nietzsche, “lo bueno es ligero, todo lo que es divino corre con pies gráciles”. Han lo recuerda en este libro

En radical y abierta oposición, Wagner, para quien la “marca de lo bueno” –las comillas están en el libro– es existir por sí mismo, ajeno a todo público. Wagner es el Platón de la ópera y sus composiciones no se contaminan por las ganas de agradar: existen con independencia de los gustos del público. Para Wagner, Rossini y quienes entienden la música como ligereza y entretenimiento, se consagran al artificio mientras él ensalza lo natural como lo verdadero. Ahí enfrente tiene a Nietzsche, siempre dispuesto a contestarle, que sitúa el origen de la cultura en una “desviación de la naturaleza”, que seguirá con un elogio del artificio y finalmente del lujo. “El hombre que vive en el lujo
–explica Han– desconfía de la Pasión y del heroísmo del conocimiento. Lo que le importa más que nada es entregarse por entero al presente de la dicha (…) No cabe admitir un declive ontológico entre el hombre que vive en el lujo y el hombre del conocimiento”. ¿Qué tal se llevaría entonces alguien como Nietzsche con el estricto filósofo del deber?

Kant y Heidegger, semper dolens

Hasta ahí las consideraciones musicales. Se completarán con otras procedentes de la literatura y del arte, pero de lleno en las filosóficas, Kant y Heidegger son las dos figuras prominentes del modo apasionado (y doliente y sufriente del pensamiento).

Para el primero, lo del disfrute y la risa… como que no. Lo suyo es el deber, el deber como pasión y con dolor. “La moral es una Pasión. La moral es dolor. El camino hacia la perfección moral, hacia la santidad es una via doloris”, escribe el ensayista. Y es preciso resaltar que esta es una opción muy personal de Kant, el ilustrado, puesto que de ese movimiento en el que se inscribe elige ciertos valores y conceptos como la razón, pero desecha otros que son también producto de la mentalidad ilustrada, como el regocijo en el placer y la dicha, que alcanzará su máxima expresión con La Mettrie. La razón que ofrece Han apunta hacia la religión: “La hostilidad de Kant hacia los sentidos no es una genuina expresión de la Ilustración, sino un residuo de la moral cristiana”.

Kant es selectivo con la Ilustración: saluda todo lo que tenga que ver con la razón, pero desestima lo relacionado con el placer y la dicha

Kant levanta la ceja ante todo aquello que tiene que ver con el disfrute, como la risa o el entretenimiento. Los encuentra sospechosos, les niega toda dimensión cognoscitiva y, si encuentra algo de bueno en ellos, es puramente físico y tiene que ver con el bienestar corporal. La dicha se alcanza por otras vías y una de ellas no anda lejos del dolor. Kant, explica Han, “se pone la camisa de fuerza de la razón para controlar su avidez de disfrute o su desbordante imaginación. Pero las coerciones a las que Kant se somete provocan dolor (…). Pero al mismo tiempo dicha asimilación convierte el dolor en una fuente de gozo. Así es como el dolor se convierte en una Pasión”.

Otro de los apasionados del dolor, Heidegger. Para él, cualquier distracción es enemiga de la vida seria, “auténtica” en su lenguaje. Han hace una traslación muy curiosa y afirma que su Ser y Tiempo es una especie de Pasión y entretenimiento, en cuyo reparto el “homo doloris como personaje de la Pasión viene a ser la figura opuesta al uno impersonal. La existencia solo alcanza el existir auténtico en la individualización original de la recóndita resolución que se cree capaz de soportar la angustia. La Pasión es una individualización (…) Por el contrario, el entretenimiento no individualiza ni aísla”. Es gregarismo, conformidad con el mundo y desaparición en el mismo. “Ser es padecer”, concluye Han, mientras que “con el entretenimiento, que exonera de la existencia, uno se aleja del ser como Pasión”.

Han afirma que Ser y tiempo se puede decir de otra forma: Pasión y entretenimiento. Y que la apuesta de Heidegger es por el ser, por la pasión

Un respiro que viene de lejos

El nudo en la garganta con que se llega a este punto se estrecha todavía más si miramos a la literatura con figuras a caballo entre las letras y el pensamiento como Kafka, Goethe, Schiller y todos los románticos. ¿Es que nadie va a echar una mano en esto de rebajar el tono, relajar la tensión?

Curiosamente, el alivio viene de Oriente, por un lado; por otro, de América. Los ejemplos de Byung-Chul Han son reveladores. Si pensamos en los haikus, pensamos en pocas pero escogidas palabras, que con muy poco pretenden significar mucho… Que no, que no. Ese es el halo de gravedad y pasión con el que Occidente tiende a legitimar la calidad de sus gustos, pero los haikus son juegos. “Haiku significa literalmente ‘poema de broma’”, recuerda Han. Y prosigue: “No versa sobre la pasión del alma ni sobre la aventura de eliminarla. El haiku es más un juego entretenido que una aventura espiritual o lingüística”. ¿Es por ello desechable, reprobable? Por fin aquí algo parecido a una conclusión: “La Pasión de la verdad o el énfasis en ella no son prerrequisitos necesarios para el refinamiento de las formas de expresión estética. Y el juego y el entretenimiento no conducen necesariamente a una trivialización o a un empobrecimiento estéticos”. La frase es una respiración profunda. Y tiene continuación en las palabras del artista Robert Rauschenberg, que contesta a la observación de la periodista Barbara Rose sobre la vitalidad de su pintura, la ausencia de muerte en sus obras: “Siempre he dicho que la muerte no tiene que ver con la vida. Son dos cosas distintas, y así debe ser”. No contento con ello, este Epicuro del siglo XX, este killer del pathos declaraba tener puesta siempre la televisión y las ventanas abiertas; que todo le traspasase y que fuera con facilidad. “Cuando trabajo miro a mi alrededor y absorbo lo que me rodea. Si he absorbido algo, si he tocado algo, si he movido algo, entonces empieza algo”.

“La Pasión de la verdad o el énfasis en ella no son prerrequisitos necesarios para el refinamiento de las formas de expresión estética. Y el juego y el entretenimiento no conducen necesariamente a una trivialización o a un empobrecimiento estéticos”. Un alivio estas palabras de Han

¿Incluir al mundo en la práctica artística o excluirlo (y excluirse)? ¿Verter sobre él una mirada afable, conciliadora y hermana, o ver en él hostilidad, gregarismo y degradación? “El arte como Pasión es muy selectivo o excluyente –afirma Han–. La afabilidad no es propia de él (…). Ni la Pasión ni el entretenimiento conocen el echar una mirada afable alrededor. Están aquejados de ceguera”. Y no se trata de juzgar qué tipo de manifestaciones son superiores o dejan de serlo, pero sí de decirle a los torturados torturantes que hay otros mundo, que los paseen, porque saldrán beneficiados su cuerpo y su arte. De modo que Werther, otros profundos & co., se vayan por favor al gimnasio, se abran una lata y se tumben a ver una serie; que se desapasionen en cualquier caso, que les sentará de lujo.

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