Si escribes en Google la pregunta “¿Existe Dios?” pueden salir 176.000.000 resultados. O más. Y a partir de ahí, ideas de todo tipo: sí, uno; sí, uno, pero otro diferente; sí, muchos; no, ninguno; no sé… Buscar a Dios en el siglo XXI. Nada nuevo más allá de la forma de hacerlo. Desde que el ser humano existe ha anhelado incansablemente respuestas a todas sus preguntas acerca de él mismo, de la vida, del mundo, del origen de todo, en un debate que no se limita al mundo racional, sino que implica al de las creencias. Y la figura de un Ser superior ha estado presente, para otorgarle la creación, el principio y el final de todo, o para negarlo. Los filósofos, los primeros.
“Blaise Pascal pensaba que nada tiene que ver el Dios del que hablan los filósofos con el Dios al que adoran las grandes religiones monoteístas, de tradición semita (‘el Dios de Abraham, Isaac y Jacob’)”, escribe José María Barrio, doctor en Filosofía y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, en El Dios de los filósofos, publicado por Rialp. “Joseph Ratzinger –el papa Benedicto XVI– ha defendido justamente lo contrario, a saber, que son el mismo. (…) La cuestión acerca de Dios es la que nutre la mayor parte del debate filosófico desde que nació entre los griegos del siglo VI a. C. (…) Este tema abastece no solo la fibra esencial de la conversación humana, sino también, y muy particularmente, lo más nuclear de la discusión filosófica desde que existe esta”.
La historia sobre esta diferenciación entre el Dios de la fe y el Dios de los filósofos comienza con una pequeña hoja de pergamino, llamada Memorial, que unos días después de la muerte de Pascal se encuentra cosida al forro de su casaca. Así nos lo cuenta Ratzinger al inicio del libro que lleva este mismo título, El Dios de la fe y el Dios de los filósofos, editado por Encuentro. La hoja relata la vivencia de la transformación que experimentó Pascal la noche del 23 al 24 de noviembre de 1654. Al comienzo del texto, Pascal escribe estas palabras: “Fuego, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no el de los filósofos y los sabios”. El matemático y filósofo Pascal había experimentado al Dios vivo, al Dios de la fe, y esto le permitió comprobar lo diferente que era la realidad de este Dios de lo que, por ejemplo, la filosofía matemática de Descartes decía sobre él. Así, Pascal escribió sus Pensamientos como una reflexión sobre el ser humano hasta su encuentro con el Dios que es la respuesta a sus preguntas, el Dios de Jesucristo, de Abraham, de Isaac y de Jacob.
“El corazón tiene sus razones, que la razón no alcanza”, o «El corazón tiene razones que la razón ignora”, dijo Pascal en esta famosa frase buscando delimitar el dominio de lo racional en el campo de la religión. Para él existen dos maneras de llegar a la verdad: a través del corazón, una intuición inmediata, o a través de la razón, capaz de deducir y argumentar. La fe es irracional y, en cierto sentido, incierta, por eso creer no basta. Hay que apostar por Dios, pues su infinitud hace que muchas veces no seamos capaces de verlo debido al carácter finito de la perspectiva humana. Y dijo aquello de que es mejor creer en Dios que no hacerlo, porque, si creyendo estás en lo cierto, puedes alcanzar la dicha eterna, y si creyendo estás equivocado, tampoco pierdes nada; pero si no crees y te equivocas porque sí existe, te condenarás para toda la eternidad, y si aciertas, tampoco ganas nada. Un por si acaso… Para Pascal, el Dios de la fe, es el Dios de la religión, un Dios vivo, personal, porque la religión es vivencia; en contraposición, la filosofía es teoría, así que su Dios es un Dios vacío y rígido. Ratzinger considera que es necesario reelaborar la relación entre creer y saber, entre religión y filosofía, entre razón y vivencia religiosa. El Dios vivo de la revelación y el Dios de la filosofía deben recuperar una relación recíproca. Dios no se puede reducir a un problema meramente teórico.
Para Pascal, el Dios de la fe, es el Dios de la religión, un Dios vivo, personal, porque la religión es vivencia; la filosofía es teoría, su Dios es un Dios vacío y rígido
El sentido religioso despertó temprano
Con la evolución de la especie, el ser humano fue descubriendo los misterios del mundo que le rodeaba, exterior a él, pero también de lo suyo propio, de lo que había en su interior. O al menos empezó a preguntarse por ello. Igual que iba encontrando respuestas a sus problemas más esenciales de supervivencia, comenzó a buscar explicación a aspectos más profundos relacionados consigo mismo, que surgían desde su yo, sobre el sentido de su existencia.
“El sentido religioso irrumpe en el universo con la aparición del ser humano. Solo él se siente sobrecogido, aludiendo a Kant, por el cielo estrellado que le cobija y por la ley moral que percibe dentro de sí. Solo él invoca y da gracias a un Ser superior, al que primero denominó ‘Misterio’ y más tarde ‘Dios’”. Así lo explica el filósofo y teólogo español Manuel Fraijó, autor de libros como Filosofía de la religión o Avatares de la creencia en Dios –al que pertenecen estas palabras–, publicados por Trotta. “Dios ha llegado tarde a la historia de las religiones. En cambio, el sentido religioso parece haber despertado pronto. Los historiadores de la religiones están de acuerdo en que “hasta el mísero hombre de Neanderthal” (E. O. James) contaba ya con una creencia genuinamente religiosa: una vida más allá de la tumba. Y la imaginaba como quería Unamuno: lo más parecida posible a la vida terrenal. De ahí que equipase a sus difuntos con el alimento y los enseres que habían necesitado en esta”.
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