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Cartas de Schopenhauer: una puerta a su vida y su pensamiento

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Cartas de Schopenhauer

Schopenhauer nació en Gdansk (Polonia) el 2 de febrero de 1788 y murió en Frankfurt (Alemania) el 21 de septiembre de 1860. Imagen de Schopenhauer de dominio público (CC0 1.0) distribuida por flickr, Internet Archive Book Images, page 397 of "Vida y muerte: relato auténtico de las muertes de cien hombres y mujeres célebres, con sus retratos" (1910).

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Se publica una nutrida selección de cartas de Schopenhauer que el filósofo intercambió con diversos personajes de la época. Este volumen de más de 800 páginas supone una privilegiada puerta de entrada para conocer la vida y el pensamiento del que fue apodado como «el Buda de Frankfurt». Un documento imprescindible para acercarse al padre del pesimismo filosófico.

Por Carlos Javier González Serrano

Arthur Schopenhauer (1788-1860) fue autor de una de las obras fundamentales de la historia del pensamiento, El mundo como voluntad y representación, publicada en tres ediciones (1819, 1844 y 1859), en la que expuso su teoría central de la voluntad como cosa en sí, aunque el éxito le llegó tardíamente, en 1851, tras la aparición de Parerga y paralipómena, un conjunto de textos que trataba diversos asuntos. Al contrario de lo que habían sostenido los pensadores ilustrados e idealistas, el mundo no se rige por el orden y la razón, sino por un impulso primigenio e incansable que nos convierte en seres deseantes.

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Arthur Schopenhauer. Correspondencia escogida, edición de Luis Fernando Moreno Claros (Acantilado).

Estas cartas de Schopenhauer, que ahora se traducen y publican en Acantilado, muestran no sólo al filósofo, sino también al niño que fue Arthur antes de convertirse en el padre del pesimismo filosófico, al joven que buscaba su auténtica vocación y que tuvo que enfrentarse a las intenciones de su padre, al estudiante con sus diferentes y muy numerosas inquietudes, al pensador que no obtenía la fama que creía merecida y, al fin, al anciano que terminó alcanzando celebridad mundial en la última etapa de su vida.

Como comenta Luis Fernando Moreno Claros, traductor de esta muy enjundiosa Arthur Schopenhauer. Correspondencia escogida que abarca toda la vida del filósofo (de 1799, siendo aún niño, hasta su muerte, en 1860), la biografía de nuestro protagonista no fue demasiado rica en peripecias y estuvo «consagrada principalmente al saber y a la creación filosófica», aunque también, al igual que la de cualquier otra persona, estuvo llena de alegrías y de penas, de encuentros y desencuentros, de anhelos e ilusiones, de vacilaciones y desengaños, avatares, todos ellos, que quedan expresados en esta extensa selección de su correspondencia.

Los consejos de la madre que descubrimos a través de estas cartas de Schopenhauer, cuando Schopenhauer tenía apenas quince años, son abundantes y no tienen desperdicio. Por ejemplo, recomendaba a su hijo que «es preciso saber vivir primero para disfrutar de las embriagadoras alegrías de la vida más adelante, y ahora mismo tan sólo estás en los preliminares de ese aprendizaje» (1803). Es más que posible que este talante, recto y en ocasiones severo de sus padres, hiciera mella en el carácter del taciturno chiquillo que se estaba formando en lo intelectual y lo personal.

Su biografía no fue demasiado rica en peripecias; estuvo consagrada al saber y la filosofía, aunque llena de alegrías y penas, de encuentros y desencuentros, de anhelos e ilusiones, de vacilaciones y desengaños…, todo ello expresado en esta extensa selección de las cartas de Schopenhauer

Las relaciones y la formación

Aún en plena niñez, Arthur pasó una larga temporada en Francia, por petición expresa de sus progenitores, para aprender el idioma. Tal fue su inmersión que casi llegó a olvidar su lengua materna, el alemán. En una de las cartas que su madre, Johanna, envió a su hijo con ocasión de la prematura muerte de uno de sus jóvenes amigos en 1799, lo aleccionaba de esta forma, tan llamativa a ojos contemporáneos: «Lamento que hayas perdido a tu mejor compañero de juegos, pero incluso a tu edad, mi querido Arthur, es bueno ir acostumbrándose a la idea de que podemos perder con suma facilidad lo que más queremos y también de que la duración de nuestra propia vida es harto incierta».

El carácter del joven Arthur se iba formando, pero le costaba abrirse a la relación con sus semejantes. Sus padres, que deseaban para su hijo un futuro como hombre de negocios y sabían de lo necesario de las relaciones sociales, le escribían: «Sólo tienes que ser un poco más abierto en lugar de actuar como sueles. En cualquier relación social uno debe dar el primer paso, y yo diría que tú puedes darlo tan bien como cualquier otro, aunque sea mayor que tú, porque seguramente carecerá de la ventaja, de la que tú has disfrutado desde pequeño, de haber vivido a menudo y en diversas ocasiones entre extraños».

También intentaban redirigir su conducta hacia actividades que le dieran proyección laboral y que no sólo tuvieran que ver con su esparcimiento: «Me parece que la pintura, la lectura, la flauta, la esgrima y salir a pasear son bastantes distracciones, para mi gusto incluso demasiadas». Y hacían énfasis en la necesidad de la escritura para afianzar sus experiencias y reflexionar sobre ellas: «Sé por experiencia propia —escribía Johanna Schopenhauer— que es posible hacer bien todo lo que deseamos de veras, así que si no escribes bien es tu culpa y tendrás que asumir las consecuencias, pero nosotros debemos y queremos hacer por tu formación todo cuanto esté en nuestra mano, y no vamos a permitir que tus gustos nos condicionen». Una educación, como se ve, bastante estricta incluso en la distancia.

Este volumen que recoge las cartas de Schopenhauer es imprescindible no sólo para cualquier lector que quiera acercarse a su vida, para sus estudiosos y para personas interesadas en la historia del pensamiento, sino también para quienes deseen disfrutar de un intercambio epistolar que, en términos literarios, es tremendamente delicioso y que permite conocer el desarrollo de una familia acomodada de principios del siglo XIX, por un lado, y el desarrollo de una mente privilegiada, por otro, a través de todos sus avatares intelectuales y personales.

«Es bueno ir acostumbrándose a la idea de que podemos perder con suma facilidad lo que más queremos y también de que la duración de nuestra propia vida es harto incierta», le escribe su madre, Johanna, a un joven Arthur que acababa de sufrir la muerte de un amigo

Últimas cartas de Schopenhauer

Especialmente conmovedora resulta la última de las cartas de Schopenhauer conservada, del mismo mes en que murió, septiembre de 1860, que dirige a dos estudiantes y de los que se despide con una inolvidable fórmula: «Que el espíritu filosófico los acompañe durante toda su vida». O las cartas que intercambió, ya anciano, con la nuera de Goethe, Ottilie von Goethe, a quien Schopenhauer dirigió en abril de 1860, en el ocaso de su existencia, con estas hondas palabras: «¡Ay, Ottily, nos vamos haciendo viejos y tendemos a acercarnos! Miremos donde miremos todos van muriendo, sobre todo en mi caso, que tengo diez años más. Vivimos cada vez más en el recuerdo. […] La corriente del tiempo se precipita sobre nosotros, lo cubre todo y el olvido devora incluso a las eminencias más destacadas». Y de nuevo, su carácter taciturno, incluso en la ancianidad, cuando adquirió gran renombre: «Usted sabe que nunca fui muy sociable, y ahora vivo más retirado que nunca».

Una correspondencia en la que, además, en tiempos en los que la filosofía se cuestiona en la educación obligatoria, se lleva a cabo una continua y muy comprometida defensa de esta disciplina y que, más aún, muestra su relevancia en el desarrollo de cualquier existencia humana. Como escribió Schopenhauer en sus manuscritos, «la filosofía da el valor para no guardarse ninguna pregunta en el corazón». Y es que una fue la convicción que mantuvo hasta el final de sus días: «No llegará el día en que desaparezca por completo la filosofía y nadie vuelva a interesarse por sus preguntas, porque estas son demasiado importantes como para que cese la constante atención que les dedicamos». Y ello porque «en el interior del espíritu humano reside un anhelo concreto que ninguno de los demás saberes, por valiosos que sean, es capaz de satisfacer». Sea.

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