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Castilla habla: la filosofía en la obra de Miguel Delibes

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«Me percaté entonces de que la alegría es un estado del alma y no una cualidad de las cosas. Que las cosas en sí mismas no son alegres ni tristes, sino que se limitan a reflejar el tono con que nosotros las envolvemos». ¿Puede, pues, la mirada del sujeto modificar el objeto?, le preguntaríamos hoy a Miguel Delibes al recordar estas palabras de La sombra del ciprés es alargada. Este 12 de marzo se cumplen 10 años de su muerte.

Por Jaime Fdez-Blanco Inclán

Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) es probablemente uno de los autores españoles que mayores cotas de simpatía, respeto, cariño y admiración despierta, tanto durante sus más de 50 años como literato como tras el fin de su carrera y su muerte. Miembro de la Real Academia Española de la Lengua (desde 1973), ganador de innumerables premios (el Nadal, el Cervantes, el Príncipe de Asturias de las Letras, el Nacional de Narrativa, etc.), homenajeado por universidades, ciudades y países, venerado tanto por lectores contumaces como por simples curiosos, Delibes se presentaba como un personaje singular que fue capaz de ganarse, casi sin quererlo, el afecto y la devoción de cuantos tuvieron la oportunidad de leerlo y conocerlo. ¿Qué pensamiento hizo de Delibes ese ejemplo que tantos tratamos de seguir?

El camino, de Miguel Delibes (Destino).
El camino, de Miguel Delibes (Destino).

La obra de Delibes, pese a mantenerse en unos contextos relativamente concretos, hace gala sin embargo de una variedad y profundidad difícilmente igualable, siempre marcada por un compromiso ético, unos valores y unos principios, inalterables: autenticidad, humildad, justicia y lealtad se dan la mano en la prosa de Delibes, con una coherencia entre autor y texto que pocos han logrado. «He sido fiel a un periódico, a una novia, a unos amigos…, a todo en lo que me he metido. A la pasión periodística, a la caza. Desde chico he sido fiel a todas esas cosas, y lo mismo que hacía de chico, lo he hecho de mayor», decía al periodista Juan Cruz allá por 1999. Nosotros podríamos añadir: a una editorial (Destino), a una ciudad (Valladolid) y a un paisaje, el castellano. Porque hablar de Miguel Delibes es hablar, ante todo, de Castilla y los castellanos. Conocedor de la flora y fauna de su región, enamorado de sus gentes, sus costumbres y su entorno, Delibes es probablemente el escritor que mejor supo retratar la Castilla del siglo XX, su habla y su espíritu.

- AMD,153,22. Miguel Delibes Setién junto a su bicicleta. / Fuente: Archivo Miguel Delibes.
-AMD,153,22. Miguel Delibes Setién con su bicicleta. Fuente: Archivo Miguel Delibes.

Si su región es un punto dominante en su obra, no lo es menos el mundo rural, el pueblo y el campo, que se funde con el anterior y que el autor reivindicaba, junto a la naturaleza, como reductos de la autenticidad y la integridad del ser humano. Delibes criticó con esta defensa de lo rural el progreso desordenado, pero no por el desarrollo en sí mismo, sino esa civilización que entonces se formaba, centrada en el consumo innecesario, el placer y la alienación. El camino, Las ratas, El disputado voto del señor Cayo, Viejas historias de Castilla la Vieja, etc., nos muestran esa ruptura del hombre con lo rústico, con la naturaleza, logrando una despersonalización que lo convierte en una masa amorfa, sumisa, cómplice del sueño irracional de la hedonista sociedad actual.

«Si el cielo de Castilla es alto es porque lo habrán levantado los campesinos de tanto mirarlo». Miguel Delibes

No serán en cualquier caso los únicos temas en los que se enfoque la obra de Delibes, que tocó también la crítica dolorosa al vasallaje de reminiscencia medieval (Los santos inocentes); la renovación del pensamiento, la tradición y la moral católica (Cinco horas con Mario, El hereje); la pasión por la caza como ejemplo de la vuelta del ser humano a su origen prehistórico (Diario de un cazador, Con la escopeta al hombro); el realismo costumbrista de La hoja roja o ese bellísimo canto al amor que es Señora de rojo sobre fondo gris, donde podemos atisbar, en la relación de sus personajes, la devoción de Delibes por su esposa, Ángeles de Castro, cuya muerte en 1974 afectó profundamente al escritor, quien la definiría como «la mejor mitad de mí mismo» y a la que el filósofo Julián Marías, amigo de la familia, describió como «esa mujer, maternal y niña a la vez, que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir». La energía y la fe de su esposa tuvo un enorme peso en el éxito del escritor.

El pensamiento de Delibes

Se intuye en Delibes, en su persona y su obra, una especie de marcado estoicismo basado en la moral personal, en los valores y los principios como piedra angular. O, si se quiere, una mirada cínica ante la vida y el mundo que toca vivir, llena de denuncia y respeto por la honradez y la autoexigencia, cansada de ese utilitarismo que, a fuerza de citarlo, deviene en oportunismo barato de «fin que justifica los medios».

Señora de rojo sobre fondo gris, Miguel Delibes (Destino).
Señora de rojo sobre fondo gris, de Miguel Delibes (Austral).

Delibes parece sentir que su visión de la existencia no casa con los tiempos que le tocan vivir, refugiándose por ello en los pequeños placeres de la vida: la familia, el campo, la lectura, la escritura. Sus personajes hablan de un tiempo que es y no es  –a la vez– el propio, con unos vicios y virtudes de los que él quiso dejar constancia. Y eso, en aquella España, no era precisamente fácil. Numerosos fueron sus desencuentros con la censura franquista, y famosa su renuncia al periodismo tras la imposibilidad de decir aquello que consideraba que debía ser dicho. Delibes encontró en la literatura ese altavoz privilegiado, porque a menudo la ficción permite decir, oculto bajo su paraguas de irrealidad, aquello que en la no ficción se torna imposible. Y habló. Sobre el abandono de los pequeños pueblos de Castilla; sobre el despertar de la conciencia ecológica y la unión necesaria del hombre con la naturaleza; sobre valores y sobre creencias.

Es también patente su búsqueda del individualismo, el ser quien se es, alejado de la masa y el colectivo que impide a las personas alcanzar su propia plenitud. Ese Daniel «el mochuelo» que siente que al abandonar su pueblo para estudiar en la ciudad está perdiendo la esencia de sí mismo (El camino). O Mario, cuya intransigencia, fruto de su radical conciencia, termina por sentenciarlo, como bien le echa en cara su esposa: «No es eso, Mario, calamidad. Que para vivir en el mundo hay que ser mucho más flexible…» (Cinco horas con Mario). O Azarías, un hombre con las facultades mentales disminuidas que por su misma condición representa el único ejemplo de libertad e independencia en el cortijo del señorito Iván (Los santos inocentes).

«Los hombres necesitan siempre de un hazmerreír para eclipsarse a sí mismos de la propia ruindad de sus barros». Miguel Delibes

Aprecia el lector en Delibes ese carácter particular del castellano viejo, austero en la bonanza y melancólico en el éxito. Un hombre que se resguarda de puertas para adentro y que usa a sus personajes para expresarse, consciente de unas debilidades y flaquezas propias en las que nadie alrededor parece reparar. Y la impresión que queda cuando uno se asoma a esa vida y obra es la de un hombre eminentemente bueno, preocupado por todo menos por él mismo y que hace gala de una fuerte modestia sobre aquello que en la vida ha alcanzado.

El final de su vida 

-AMD,128,16.8. Miguel Delibes Setién recibe de Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia, el Premio Vocento a los Valores Humanos al escritor. (Valladolid, 17-10-2000) / Fuente: Archivo Miguel Delibes.
-AMD,128,16.8. Miguel Delibes Setién recibe de los reyes eméritos Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia el Premio Vocento a los Valores Humanos. Valladolid, 17-10-2000. Fuente: Archivo Miguel Delibes.
Miguel Delibes de cerca, de Ramón García Domínguez (Destino)
Miguel Delibes de cerca, de Ramón García Domínguez (Destino)

Delibes moría el 12 de marzo de 2010, en Valladolid, víctima de un cáncer con el que luchaba desde hacía tiempo. Su muerte despertó una ola de reconocimiento en toda España, algo que, por otra parte, no le había faltado en vida. Miles de personas se acercaron a la capilla ardiente en su ciudad natal, que depositó sus cenizas en su panteón de los hombres ilustres y que quiso tener el detalle de otorgarle el derecho a trasladar al mismo los restos de su esposa, Ángeles, para que pudieran descansar juntos.

Gozó de reconocimiento también en Madrid, en sus pueblecitos de Sedano y Molledo, en periódicos y televisiones, entre lectores y amigos, todos con el recuerdo del hombre al que así retrataba la editora y escritora Esther Tusquets unos años antes: «Lo encontré formidable. Lúcido, rápido de mente. Interesándose por todo (interesándose, como siempre, por los demás), acordándose sin problemas de cuanto surgía en la conversación. Más cáustico, eso sí, manifestando sin empacho cuanto se le ocurría, acaso más tajante en sus afirmaciones. Ha alcanzado ese punto –pensé con envidia– en que uno está más allá del bien y del mal. Pero me alegró sobre todo ver que era tan querido: hijos, nietos, parientes, amigos, todos prodigándole a chorro cariño, respeto y cuidados. No creo que casi nadie pase los últimos años de su vida rodeado de tanto amor, tanto genuino amor. De tan, por otra parte, merecido amor».

Un cazador que escribía

Miguel Delibes es sin duda alguna uno de los escritores más reconocidos de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX, siendo muchas de sus obras auténticos clásicos de la narrativa de nuestro país.

Sin embargo, más que un «escritor que cazaba», Delibes siempre se definió como un «cazador que escribía»; y es que la caza y la pesca, dos de sus grandes pasiones, también quedaron íntimamente ligadas a su obra literaria, tanto en la ficción como en la no ficción. El número de escritos que dedicó al tema es bastante amplio: Diario de un cazador, La caza de la perdiz roja, El libro de la caza menor, Con la escopeta al hombro, Alegrías de la caza, Mis amigas las truchas, Las perdices del domingo, El último coto, etc.

Diario de un cazador, de Miguel Delibes (Destino).
Diario de un cazador, de Miguel Delibes (Destino).

En ellas, nuestro protagonista trató de explicar su personal visión de la caza, en la que se conjugaba, por muy polémico que sea hoy, el amor y la muerte. La caza no solo como acto de matar, sino de lucha, de esfuerzo, de competencia y supervivencia. Para Delibes, la caza era más que una simple afición o un deporte, era la vuelta a los orígenes del hombre, su regreso a su esencia primitiva que vio alumbrar a la humanidad. El acto mismo de creación que supone dar muerte para poder dar vida.

Reflexiones que también supo plasmar en sus personajes, como Lorenzo, en Diario de un cazador, ese joven pobre que sueña con poder comprarse una escopeta que «le hace suspirar más que cualquier mujer», porque para él la caza es casi una alegoría de la vida: una larga espera, día tras día, a que llegue el momento futuro en que podrá echarse al monte y liberar su pasión, ser él mismo, porque es en ese momento —el único en realidad— en el que siente que está verdaderamente vivo.

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