La expresión «hombres feministas», que muchos creían una figura retórica, no solo es posible, sino real: ha existido, tiene sus ejemplos. Este artículo recorre la historia de excepcionalidades que han integrado la nómina de hombres feministas a lo largo del tiempo y revisa por qué ahora, además de necesarios, son urgentes.
El pasado 8 de marzo seis millones de personas según datos sindicales salieron a las calles y se movilizaron en favor de la lucha feminista. Es posible que no fueran seis millones, pero aunque fueran dos, una causa que saca a millones de personas de sus casas para reivindicar derechos merece cobertura y atención primero y después revisión pausada.
La mayoría de las personas que se manifestaban eran mujeres, por descontado. Pero también había hombres, por descontado. Que fuera masiva es uno de sus grandes logros. Obvio. Que fuera inclusiva, participativa, e incluso festiva, también puntúa al alza. Pero existe un logro silencioso, discreto, invisible que es importantísimo y quizá decisivo: el hecho de que quienes no participaran en la movilización le tuvieran que dedicar, con toda seguridad, un instante a reflexionar, hablar o a debatir consigo mismo o con amigos, parejas o familia sobre por qué salían o dejaban de salir, por qué trabajaban o paraban; es decir, por qué hacían lo que iban a hacer y por qué pensaban y decían lo que estaban pensando y diciendo.
Se trató de un caso práctico, un «¿qué habrías hecho tú?», y una ocasión de esas que a uno le sitúan frente a sí mismo para decirle quién es y qué hace aquí. Y aquí es el mundo. Y es que el feminismo ha dejado de ser opinable. La pregunta (le viene bien el tono engolado): “¿Usted qué opina sobre el feminismo?” ya no tiene sentido. En todo caso habría que preguntar usted qué hace por o frente al feminismo. El feminismo se juega en la calle, con los comportamientos, las actitudes, y se juega en casa con la distribución de tareas y la elección de los juguetes. Obviamente, como todo lo importante, también se discute en las terrazas de los bares y en las cenas de Navidad, pero ha dejado de ser small talk: nos involucra, nos mete queramos o no en la arena política y filosófica. Nos interroga y nos pregunta por nosotros mismos; lo que somos, lo que hombres y mujeres queremos ser respecto al feminismo.
El feminismo nos mete, queramos o no, en arenas políticas y filosóficas: nos pregunta por nosotros, por lo que somos y queremos ser frente a él
La revisión identitaria que el feminismo ha creado es colosal, global. En ella las mujeres sí le sacan distancia a los hombres. Ellas se lo preguntaron primero y ahora la respuesta está esbozada. ¿Qué es ser mujer hoy? Ser mujer es ser sujeto en lucha (y que cada cual rellene esa “lucha” con la intensidad y medios que crea conveniente, para eso están los mil y un matices del feminismo). En cambio, los hombres acaban de nacer a estos menesteres. ¿Qué es ser hombre hoy? Y esa es una gran pregunta que esconde algo parecido a una respuesta. Porque ser hombre es ser un sujeto que se interroga. Efectivamente, el feminismo es algo que les ha pasado a ellos, que ha descendido como forma de gran interrogación sobre las cabezas de los hombres con sus múltiples formulaciones y dilemas cotidianos: ¿de verdad soy como dicen? ¿Hay algo oscuro en mi comportamiento? ¿En qué me he beneficiado yo del patriarcado? ¿Lucho o soy pasivo? ¿Debería ponerme manos a la obra? ¿Cómo? ¿Por dónde empezar?
Hombres feministas, porque haberlos, haylos
La mayor parte de las ilustraciones de este artículo proceden del cómic Hombres feministas. Algunos referentes, editado por la Fundación Cepaim, Convivencia y Cohesión Social (lo puedes descargar íntegro aquí). Porque «haberlos, haylos», como indica Bakea Alonso, coordinadora del Área de Igualdad y no discriminación de la mencionada fundación, este cómic se entretuvo en buscarlos, rescatarlos de su lugar en la historia y proyectarlos en la actualidad como referentes de una sociedad que quiere ser más justa e igualitaria. Se dirige a hombres sin distinción, a todos aquellos que se hayan sentido interpelados por las movilizaciones, por las reivindicaciones feministas… Han de saber que no están solos ni ahora ni nunca, que existieron referentes con nombre de varón en la lucha por la igualdad y este cómic es una manera gráfica y didáctica de repasarlos o de conocerlos. Lo han hecho posible Alicia Palmer, responsable del texto, y José J. Mínguez, autor de las ilustraciones. Se trata de una publicación financiada por el Ministerio de empleo y Seguridad Social.
Filósofos contra la igualdad (o pasando de ella…)
Por desgracia, la filosofía –mejor, los filósofos– no han echado una mano en esto de la defensa de la igualdad. Cierto que hubo quien sí lo hizo, pero quien lo hizo constituyó una excepción a la regla, que era hacer pervivir las desigualdades ya fuera en modo neutro, justificativo o beligerante. El caso es que no se partía desde una posición desaforadamente mala. Arrancando de la Grecia clásica, si es verdad eso que afirmó el matemático inglés Alfred North Whitehead de que «toda la filosofía occidental es una serie de notas a pie de página de la filosofía platónica», bien se podría haber elegido por ejemplo ese pasaje de la República platónica donde se explica que hombres y mujeres participan de la misma naturaleza y que a la misma naturaleza corresponden las mismas ocupaciones. “Por consiguiente, querido mío, no hay ninguna ocupación entre las concernientes al gobierno del Estado que sea de la mujer por ser mujer ni del hombre en tanto hombre, sino que las dotes naturales están similarmente distribuidas entre ambos seres vivos, por lo cual la mujer participa, por naturaleza, de todas las ocupaciones, lo mismo que el hombre”. Bien es verdad que a continuación hace la distinción –“en todas la mujer es más débil que el hombre”–, pero no en virtud de la fuerza física es relegada la mujer, sino que cuenta como uno más en la vida pública y en la organización del Estado.
Si en esto del feminismo se hubiera partido de Platón, con su defensa de la misma naturaleza entre hombres y mujeres, se hubiera adelantado bastante. Pero llegó Aristóteles…
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