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Marx: una teoría del Estado y del poder

La propuesta interpretativa de Gerardo Ávalos, doctor en Ciencia política, en el libro La filosofía política de Marx es exponer de manera crítica la posición filosófica que Marx edifica en torno a 1843 y hasta el final de su vida. A partir del concepto de «acumulación de capital» como metáfora de la acumulación de poder, y siguiendo la teoría del Estado de Hegel, construirá una verdadera «ontología del poder».

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El pensamiento filosófico de Marx bebió de la teoría del estado hegeliana, la cual desarrolló desde coordenadas políticas. Diseño a partir de imagen del usuario ID156675, extraída de freesvg.com. Dominio público (CC0 1.0).

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Algunas veces nos acercamos a la filosofía desde múltiples prejuicios, ya sea desde la lectura insegura y la torpeza frente al esoterismo de sus teorías; ya sea desde la angustia frente a lo difícil que resulta aterrizar esos grandes edificios conceptuales a la vida misma; o desde exégesis imprecisas que han dominado por largo tiempo y sobre las cuales seguimos construyendo nuestra propia hermenéutica filosófica.

Considero que la obra de Marx ha sido leída desde alguno —o todos— de los sesgos que he mencionado anteriormente. No solo porque es un sistema cimentado por muchos escalafones, matices de época y de la historia personal del autor, sino también porque en la exigencia recurrente (a veces tan incómoda) de fundar una realidad a partir de la teoría, de volver prácticas las palabras de un filósofo, se permitieron abusos epistémicos y políticos tramposamente justificados en la obra de Marx.

Quizá el filósofo de Trier nunca hubiera imaginado que sus ideas fueran el semillero criminal de la ideología leninista o estalinista, o, como escribe Ávalos Tenorio en La filosofía política de Marx (Herder, 2022):

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La filosofía política de Marx, de Gerardo Ávalos (Herder Editorial).

«Se lee a Marx y, si se lo lee bien, se verá que muchas de las interpretaciones que se han elaborado sobre la época actual y que pasan como novedosas y originales no lo son tanto y, sobre todo, son en ocasiones erróneas o muy limitadas. La ilegítima vinculación de Marx con el dogmatismo, el fundamentalismo y el monolitismo político ha exiliado su pensamiento de varios lugares y espacios en los que debiera ser cultivado».

Bajo esta convicción de terminar con los abusos hermenéuticos del autor de El capital, emprende Ávalos Tenorio una lúcida guerra, desafiando con argumentos las versiones anacrónicas, ortodoxas y falaces que han hecho de Marx un filósofo oscuro e incomprendido. Ávalos Tenorio prefiere discutirlo desde una óptica actual, tejiendo un libro de ensayos que dialoga a partir de trincheras y autores con las ideas marxistas.

El recorrido que elige no es sencillo, y la «propuesta interpretativa del libro», escribe su autor, es exponer de manera crítica la posición filosófica que Marx edifica desde 1843, hasta el final de su vida, poniendo especial atención en la Crítica de la economía política, que Ávalos Tenorio considera la «gran obra de su vida».

La idea central es seguir el concepto de «acumulación de capital» como la metáfora de acrecentamiento del poder, dependiendo de la época, desde el imaginario social, desde la subordinación material, intelectual o ideológica. Como escribe el autor, el concepto de acumulación de capital «es una acumulación de signos, una magnitud simbólica, una yuxtaposición de ceros a la izquierda de algún número entero, lo que en última instancia significa poder».

En síntesis, el poder se construye a partir de ideas, de concepciones y valores que hilan el Zeitgeist (espíritu de la época). «Si esto ocurre, entonces ese poder está respaldado por los medios de violencia que permitan imponer, a fin de cuentas, una voluntad a las demás».  

En este sentido, Ávalos Tenorio va más allá de la interpretación común de Marx, esa que mira en el desarrollo posterior de un comunismo ramplón la solución a las penurias del mundo. El filósofo mexicano quiere pensar, desde Marx, en un tipo de «ontología de la política», una que explique cuáles son esos conceptos fundamentales que tienden a permear las relaciones de poder entre unos y otros, y la construcción del Estado. Escribe Ávalos Tenorio que es en la obra marxista…:

«(…) sobre todo en la Lógica de la Crítica de la economía política, donde se encuentran contenidas las grandes líneas de comprensión filosófica sobre el poder, la dominación, la política, lo político, el Estado y el Derecho. De este modo, se espera que la política no solo sea entendida como lucha de clases, sino como un entramado complejo conformado por distintos momentos y dimensiones originadas o fundamentadas en la relación de poder y dominación llamada capital (…) El concepto de Estado también sería replanteado como un proceso relacional contradictorio, pero haciendo unidad con el del capital. La problematización que propongo es básicamente filosófica y presenta un fuerte contraste respecto de las posiciones que dominaron el debate marxista sobre la política y el Estado, hace ya varias décadas».

Ávalos quiere pensar, desde Marx, en un tipo de «ontología de la política», una que explique cuáles son esos conceptos fundamentales que tienden a permear las relaciones de poder entre unos y otros, y la construcción del Estado

Para lograr su cometido, Ávalos dialoga con la compleja relación que hay entre la propuesta marxiana y hegeliana, haciendo notar que el primero fue un crítico pero también un seguidor, a su modo, de la dialéctica del autor de la Fenomenología del Espíritu. Marx cree que la teoría del estado de Hegel es demasiado abstracta porque parte de la idea de que en él se ubica el espíritu, este que constituye «todo lo humano» que es distinto de la naturaleza como tal.

Este espíritu hegeliano, explico, está configurado por el primer momento que es el despliegue del espíritu subjetivo (como el carácter psicológico del humano), por el objetivo (que es el segundo momento de despliegue), como eso que se exterioriza, que irrumpe o encuentra «en el extrañamiento o el para sí del espíritu» su curso, siendo una explicación de lo humano en términos de su relacionalidad, ya sea «con un orden jurídico, ya consigo mismo para regir su conducta en términos morales (moralidad), ya con los demás hombres (eticidad) para diversos fines».

Y el tercer momento es la síntesis de estos elementos, dando lugar al despliegue de ese complejo plexo de procesos particulares y comunitarios que es el Estado. Escribe Ávalos, condensando la idea de Hegel en dos momentos:

«a) el fin del Estado, considerado como organización comunitaria de la vida social, es la libertad, esto es, la realización del humano en cuanto humano: solo se puede ser libre en relaciones recíprocas con los otros, formando una comunidad; b) el individuo no es la causa del Estado, sino que se constituye como individuo real si y solo si se encuentre fundamentado en el Estado. En síntesis, no puede alcanzarse la libertad ni la realización de  la individualidad, sino a través y dentro del Estado. Hegel quiere la conciliación de la polis griega con la moderna sociedad industrial.»

Ávalos dialoga con la compleja relación que hay entre la propuesta marxiana y hegeliana, haciendo notar que el primero fue un crítico pero también un seguidor, a su modo, de la dialéctica del autor de la Fenomenología del Espíritu

Siguiendo esta línea de la Lógica, la «idea» hegeliana de Estado, que es una forma de nombrar la compleja estructura de resolución y consenso común desde el cual se organizan las sociedades modernas, es el epicentro de la ética y el «sitio» donde la individualidad, y con ello la sociedad civil y el interés privado, pueden «reconciliarse con la comunidad».

El Estado deviniendo como espíritu absoluto, como una categoría que ha sabido sortear las ambiciones y contradicciones del egoísmo, no podría volverse un mercenario del «interés privado ni su función consistiría en la protección de las particularidades (como en el liberalismo), sino el lugar orgánico en el que los individuos se reencuentran con su comunidad: ahora son miembros del Estado».

Volviendo a Marx, él parece estar muy de acuerdo con esa idea de eticidad y comunidad que representa el Estado en la filosofía hegeliana, o, al menos, que debería representar. Sin embargo, el filósofo de Trier, según la tesis de Ávalos Tenorio, no deja de creer que el pensamiento de Hegel abunda en idealismo y es utópico, porque intenta alejar el estudio del Estado del objeto mismo de Estado.

Para Marx, «el misticismo del Estado político se resuelve en el Estado verdadero, real o racional». El autor de El capital retoma la concepción hegeliana del Estado como lo que representa social, como el que también podría aspirar a defender los intereses de la comunidad.

Sin embargo, Marx es crítico y sabe bien que el Estado «real», el que está verdaderamente afianzado en la tierra, no nace de una eticidad abstracta, sino «de la propia sociedad que ha logrado reconocerse a sí misma y donde el interés general viene a ser realmente interés particular y no como en Hegel puramente en el pensamiento, en la abstracción, lo que no puede hacerse sino cuando el interés particular llega a ser realmente interés general».

Ávalos Tenorio señala de manera minuciosa las críticas que Marx hace a esa visión idealizada del estado hegeliano, sin olvidar la contradicción que el filósofo señala en la consciencia hegeliana de sostener un estado ético y de aspiraciones autónomas, a la par de pretender que este sea gobernado por una monarquía heredada.

Si el «Estado es la ‘realidad de la idea ética’ que supera la esfera del egoísmo privado de la sociedad civil y une a los individuos en tanto colectividad como miembros del Estado, la monarquía —aunque Hegel defiende una monarquía constitucional— choca con este principio porque su fundamento no es la colectividad, sino el nacimiento de una sola persona: el monarca».

En este sentido Marx es congruente, y desde una visión más realista, tomará de Hegel la metodología de ese dialéctica que se despliega históricamente y da sentido a la idea del Estado a partir de las relaciones que van construyendo las cada vez más complejas sociedades modernas. Escribe Ávalos Tenorio que, para el autor de El capital…:

«…el principio explicativo de la realidad no radicará en las cosas en cuanto a su materia, sino en cuanto a su forma, es decir, en cuanto al universo o conjunto de circunstancias que rodean a la cosa y solo en razón de las cuales obtiene su verdad. El ejemplo típico de esta forma de proceder es el análisis que hace Marx de la mercancía: en cuanto tiene cualidades materiales es valor de uso, pero la forma mercancía (entendida como forma social) presupone un determinado tipo de relaciones sociales solo en medio de las cuales aquella llega a ser mercancía. Así también, en el texto juvenil de Marx que nos ocupa queda claro que el carácter de la individualidad no lo da la naturaleza, sino la sociedad: el ciudadano, por ejemplo, es tal en tanto que es un miembro de la comunidad estatal».

Si el «Estado es la ‘realidad de la idea ética’ que supera la esfera del egoísmo privado de la sociedad civil y une a los individuos en tanto colectividad como miembros del Estado, la monarquía —aunque Hegel defiende una monarquía constitucional— choca con este principio porque su fundamento no es la colectividad, sino el nacimiento de una sola persona: el monarca»

Diseñando así los cimientos del gran edificio marxista, Gerardo se dedicará entonces a hacer dialogar a Marx con otros autores —como Kant, Hobbes, Freud, etc.— para tratar de mostrar con una mirada contemporánea, cómo es que la teoría del valor-trabajo marxista no es primordialmente una posición económica, sino una reflexión previamente sustentada en la filosofía política. O, como señalaba al comienzo, construida a partir de un tipo de ontología política que piensa en las categorías que fundan toda relación de poder. En el caso de Marx, la mercancía, el dinero, el capital, el fetichismo, que, desde la hermenéutica de Ávalos Tenorio, son conceptos fundacionales y relacionales que se concretan en la materia, y que finalmente terminan construyendo los vínculos del poder, estos que terminan consolidando todo estado moderno.

En este sentido, Ávalos Tenorio nos hace entender bien la famosa frase de que «nada de lo humano nos habrá de resultar ajeno», porque eso que es lo «más humano» raras veces está alejado del egoísmo. El filósofo mexicano nos lleva a comprender por qué los Estados y las democracias modernas han sido siempre más cercanos a la distopía que a los ideales morales con los que Hegel y Kant construían sus sueños de Ilustración. Desde una ontología del poder, cualquier ética y razón a priori se ven caricaturizadas al ser precedidas por las pasiones y la ambición, por la primacía de acumular capital, finalmente, por el magnánimo símbolo de eso que nos atraviesa en todo momento: el ejercicio del poder.

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