El mal para Rousseau no es natural, sino social
El ser humano es bueno por naturaleza, en su estado primitivo, y el mal para Rousseau surge con la vida en sociedad, que lo corrompe. Antes de estar en civilización, los seres humanos viven según los instintos de conservación y piedad que le son naturales y le llevan a evitar el sufrimiento ajeno.
Estas ideas son desarrolladas en textos como el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (de 1755) y Emilio o De la educación (de 1762), donde el filósofo construye una antropología que dialoga con el problema del mal en la tradición filosófica.
Así, Rousseau rechaza la visión pesimista sobre el mal que ven filósofos como Hobbes, para los cuales la maldad es el estado natural del ser humano que se ve conducido de manera inevitable a la violencia y su institucionalización a través de la guerra.
El principio de conservación no agresiva es, para Rousseau, el «amor de sí». El impulso innato a conservar la propia vida se vuelve, así, en un elemento para el bien y no para el egoísmo o el individualismo. Nuestra tendencia a «mirar por nosotros mismos» es, como diríamos hoy, un elemento evolutivo de adaptación.
El principio que complementa este es la piedad. La piedad la define Rousseau como un sentimiento espontáneo que nos empuja a evitar causar daño a otros. En un estadio originario de la existencia humana, cuando el hombre no posee propiedad privada ni vive en sociedad, tampoco se ve inmiscuido por dinámicas de cooperación, rivalidad o ambición, sino que es un ser pacífico.













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