“La muerte es la más sorprendente de todas las noticias previsibles”. Este es uno de los más de ochocientos aforismos de Jorge Wagensberg, finalmente recogidos en su reciente y último libro: Sólo se puede tener fe en la duda. A mí me gustaría dudar tanto de su muerte como de la de Forges, para poder agradecerles su dosis, poco común, de humana inteligencia y viceversa, definida por el propio Wagensberg como la capacidad de anteponer el problema a su solución. Poética del aforismo.
Por Luis Alfonso Iglesias, profesor de filosofía
Todos tenemos una viñeta favorita de Forges y, con toda seguridad, todos nos podemos ver en un aforismo de Wagensberg. Acostumbro a regalar a mis alumnos una de Forges, muy conocida, que describe el estado actual de la razón crítica: “Pienso, luego estorbo”. Algunos de ellos se han convertido en aficionados seguidores de los aforismos de Jorge Wagensberg, quien reclamaba una asignatura de conversación que estimulase el gozo intelectual. Y desde su bonhomía rebelde afirmaba con sarcasmo que debería tipificarse como delito inyectar dogmas en la escuela.
Para Wagensberg, lo importante era estimular la capacidad de pensar
Autodefinido como “disperso genético”, sus aficiones respondían a un fascinante estado de entropía que incluía magnitudes tan distintas como tocar el violín o el lanzamiento de martillo, simplemente otra forma más física de aforismo. Tal vez, la metáfora vital de quien pretendía saltarse esa barrera absurda y paralizante entre las denominadas dos culturas, la científica y la humanística, como si se pudiese trocear el pensamiento. Para él lo importante era estimular la capacidad de pensar, desarrollando el árbol del conocimiento que sostiene la conexión de todas sus ramas (filosofía, antropología, termodinámica, arte, microbiología, paleontología, etc.), a la vez que hacer visible el bosque a quienes la evidencia les ciega: “Algunos políticos aún no han entendido que los países ricos no hacen ciencia porque tengan dinero, sino que tienen dinero porque han hecho ciencia”.
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