Pensar en la propia muerte es un ejercicio filosófico clásico, un reajuste existencial muy útil a la hora de afirmar nuestra posición en el mundo de los vivos. Proponemos una versión: redactar nuestros epitafios, un resumen en dos líneas de lo que fuimos –es decir, de lo que somos o queremos ser ahora– y os damos ejemplos memorables de pensadores que lo hicieron.
Por Pilar G. Rodríguez
Da igual que seas filósofo o jamás esta idea haya rondado tu cabeza, que te intereses por la filosofía o no sepas quién dijo “solo sé que no sé nada”. En la vida hay situaciones que abocan a las preguntas, al desconcierto, a la extrañeza, a la reflexión finalmente. Todo eso tiene que ver con la filosofía. Quizá el encuentro con la muerte, su posibilidad, sea una de las situaciones más explícitamente filosóficas de la vida, cuando paradójicamente ya no pertenece a esta. Este hecho lo formuló bien Epicuro en su conocida máxima: «La muerte nada es para nosotros, porque, mientras nosotros existimos, la muerte no está presente, y cuando está presente, somos nosotros los que no estamos. Por tanto, la muerte no tiene nada que ver con los vivos ni con los muertos, justamente porque no tiene nada que ver con los primeros, y los segundos ya no existen».
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