La pregunta filosófica acerca de la existencia de Dios es una de las más antiguas y recurrentes en la historia de la filosofía. El debate, lejos de estar resuelto, sigue abierto en nuestros días. ¿Qué argumentos se han dado a favor y cuáles en contra? En este artículo, recopilamos las principales respuestas a una de las grandes cuestiones de la humanidad.
Por Javier Correa Román
Podría parecer que el avance de la técnica y el triunfo de la ciencia hace inútil todo debate sobre la existencia de Dios, pero nada más lejos de la realidad. A pesar de que ahora conocemos el mundo con mayor exactitud, la gran pregunta acerca del sentido de la vida sigue sin resolverse. Dentro de esta pregunta, Dios es una respuesta común. Baste recordar lo dicho por Maimónides, médico, rabino y teólogo judío de origen cordobés, en su célebre Guía de perplejos:
«Una vez comprendidas las materias de la física, ya has penetrado en la mansión y te paseas por el vestíbulo; finalmente, después de haber terminado las Ciencias Físicas y estudiado Metafísica, has comparecido ante el soberano (…) Este último grado es el de los auténticos sabios. Pero aquí también se dan categorías de perfección: aquellos que ocupen su pensamiento solamente en Dios, esos se encuentran en la sede del soberano».
En este artículo, queremos recorrer el debate sobre la existencia de Dios. Para ello, recuperaremos los principales argumentos a favor de su existencia y los principales en contra. Por mucho que la creencia en Dios sea finalmente una cuestión de fe, el debate sobre su existencia y sus consecuencias es filosófico.
Argumentos sobre la existencia de Dios
Uno de los argumentos más antiguos a favor de la existencia de Dios es el que dio Aristóteles. Para Aristóteles, todo lo que es movido es movido por algo (el balón se mueve porque alguien lo golpea). El movimiento de un cuerpo, por tanto, siempre es dado por otro cuerpo anterior que le confiere dicho movimiento. Visto así, el universo entero es una cadena de acción/reacción, de cuerpos que se traspasan el movimiento unos a otros.
Sin embargo, esta cadena de movimiento no puede ser infinita, dice Aristóteles. Como todo es movido por algo, debe haber habido un primer motor inmóvil. En otras palabras, si todo movimiento viene dado por otro cuerpo, el universo necesita de un primer motor que la haya conferido todo el movimiento que hoy vemos. Un motor que sea él mismo inmóvil, que nadie lo haya movido, que sea la primera pieza de toda la cadena de movimientos. Ese primer motor es Dios.
Tomás de Aquino recoge este argumento aristotélico y añade algunos más. El compendio de todas las demostraciones de la existencia de Dios que llevó a cabo Tomás de Aquino en la Suma Teológica se conocen como las Cinco vías. La primera vía —el primer argumento— es el argumento aristotélico del motor inmóvil que acabamos de ver.
La segunda vía es la de la causa eficiente. Según este argumento, todos los hechos ocurridos en el universo tienen una causa. Por ejemplo, la causa del humo es el fuego y la de los eclipses son los movimientos de los cuerpos celestes. Ocurre que esta cadena de causa-consecuencia no se puede llevar hasta el infinito. Debe haber, dice Tomás de Aquino, una primera causa que sea incausada, una primera ficha de dominó causante de todo nuestro universo. Esa primera causa, dice el filósofo, es Dios.
La tercera vía para demostrar la existencia de Dios es la de lo posible y necesario. Si los anteriores argumentos se centraban en las causas y en el movimiento del universo, esta vía se centra en su carácter contingente. Todo lo que nos rodea podría no haber sido, esto es, todas las cosas tienen un carácter contingente. Sin embargo, debe existir algo necesario en el universo porque si todo fuera contingente, si todo fuera meramente posible, el universo —aunque es— podría no ser, lo que es absurdo. Ese ser necesario que sostiene la existencia del universo es, para Tomás de Aquino, Dios.
La cuarta vía teórica para justificar la existencia de Dios es la de los grados de perfección. Es innegable que en el universo hay cosas más o menos perfectas. Pero para que exista esta posibilidad es necesario un ser que sirva de baremo, un ser que sea lo más perfecto del mundo y que permita ordenar los entes del universo según su perfección (Dios). Al igual que las cosas sólo pueden más o menos rojas porque comparamos con el rojo, los entes sólo pueden ser más o menos perfectos porque existe algo perfecto en sí mismo y con el cual las comparamos.
Para Aristóteles, todo lo que es movido es movido por algo. Pero esta cadena de movimiento no puede ser infinita. Como todo es movido por algo, debe haber habido un primer motor inmóvil, y este es Dios
La quinta vía propuesta por Tomás de Aquino para demostrar la existencia de Dios es la del gobierno del mundo. Los seres del universo no actúan al azar, sino que actúan conforme a un fin. El universo no es un mero conglomerado de partículas caóticas, más bien todo lo contrario: el universo es un espacio ordenado, estructurado, que tiene un orden. ¿Cómo podría haberse creado tan complejo y extenso orden sin alguien que lo ordene? ¿Es que el azar podría generar esto? Según Tomás de Aquino, la única opción es que haya un ser que dote al universo de tal finalidad y orden.
Otro de los argumentos más importantes que los filósofos han aportado para la demostración de la existencia de Dios es el famoso argumento ontológico. Su autor fue Anselmo de Canterbury y fue Kant el que lo denominó como «argumento ontológico». Es un argumento poderoso y al que los distintos filósofos han vuelto una y otra vez. San Buenaventura está cerca de su argumentación, mientras que Tomás de Aquino la rechaza. Escoto lo modifica, pero aceptándolo, lo mismo que Descartes y Leibniz. Kant declara su imposibilidad, pero Hegel lo volverá a replantear para formular sus pruebas racionales de la existencia de Dios.
El argumento se resume en lo siguiente: incluso cuando negamos la existencia de Dios sabemos lo que queremos decir. Es decir, hasta las personas ateas tienen en su mente la idea de Dios. ¿A qué refiere esta idea de Dios? Creamos o no en él, estamos de acuerdo en que la idea de Dios se refiere al ser más perfecto posible. Pero el ser más perfecto posible no puede existir solo como idea, porque lo que existe en la realidad es más perfecto de lo que no existe en ella. Por tanto, si tenemos la idea de Dios, del ser más perfecto, tiene que existir necesariamente.
Además de todos los argumentos dichos hasta ahora, hay filósofos (como Kant) que postulan la existencia de Dios desde un plano moral. Para Kant, la existencia o inexistencia de Dios es un laberinto teórico que no se puede resolver —al igual que las preguntas sobre la finitud del mundo y del tiempo, por ejemplo—. Sin embargo, a pesar de que la existencia de Dios no pueda demostrarse teóricamente, sí que se puede postular —dice Kant— desde un plano moral. Dios es necesario para fundamentar el Bien.
Sin Dios no tendría sentido el deber ni la obligación moral. ¿Por qué hacer lo correcto si no hay vida después de la muerte? ¿Por qué hacer lo correcto si no hay un Dios que reparta justicia? Para Kant, la obligación del deber moral tambalea sin un Dios que reparta justicia. ¿Cómo puede ser, se preguntaba este filósofo, que un hombre vil y cruel no sea nunca juzgado y viva de maravilla mientras que un pobre campesino bondadoso pase una vida penurias sin ser luego recompensado? Sin Dios no tiene sentido nuestra moral.
Ahora bien, el mal también puede ser usado como argumento en contra de la existencia de Dios. Si Dios existe, ¿por qué hay mal en el mundo? A esta pregunta respondió Agustín de Hipona. Para este pensador, existe el mal porque tenemos libre albedrío. En ningún caso podemos culpar de ese mal a Dios, sino a nuestra libertad y las decisiones que con ella tomamos. Dios podría habernos creado sin esa capacidad de elección, pero estaríamos condenados a vivir una existencia encadenada. La existencia del mal es el coste de la autonomía que Dios nos ha dado, permitiendo que la vida se haga a sí misma.
Múltiples y variados han sido los argumentos a favor de la existencia de Dios. Bien sea desde un ángulo epistemológico, bien sea desde un ángulo moral, a lo largo de la historia distintos pensadores han centrado sus esfuerzos en demostrar la realidad de un ser superior.
¿Por qué hacer lo correcto si no hay vida después de la muerte? ¿Por qué hacer lo correcto si no hay un Dios que reparta justicia?
Argumentos sobre la no existencia de Dios
Veamos ahora el otro lado de la moneda: los argumentos y los pensadores que rechazan la existencia de Dios. Las voces que postulaban lo erróneo de creer en el Dios de las religiones monoteístas no han sido uniformes a lo largo de la historia. Si en la larga Edad Media estos pensadores eran los menos, los argumentos ateos cobran más fuerza con la Ilustración y su proyecto crítico-racional. Con el avance de la técnica y la ciencia, además, el número de filósofos que niega la existencia de Dios ha ido en aumento.
En la Ilustración destacan los argumentos ateos de David Hume. Para este filósofo empirista, el conocimiento de Dios es imposible porque todo conocimiento nace de nuestros sentidos y de nuestra experiencia. Para Hume, no puede existir aquello de lo que no tenemos experiencia. Respecto a los milagros, Hume se sorprende de la facilidad con la que aceptamos testimonios tan inverosímiles. En sus propias palabras:
«Cuando alguien me dice que vio resucitar a un muerto, inmediatamente me pregunto si es más probable que esta persona engañe o sea engañada, o que el hecho que narra haya podido ocurrir realmente. Sopeso un milagro en contra de otro y, de acuerdo con la superioridad que encuentro, tomo mi decisión y siempre rechazo el milagro mayor. Si la falsedad de su testimonio fuera más milagrosa que el acontecimiento que relata, entonces, y no antes, puede pretender obtener para sí mi creencia y opinión».
Cien años más tarde, Karl Marx analizó sociológicamente el fenómeno de la religión. Para el pensador alemán la religión tiene una función social clara: la religión es el opio del pueblo. La religión enajena al ser humano y le desmoviliza. Lo primero, porque lo mantiene en un más allá que nunca llega, y lo segundo, porque desactiva cualquier oposición política al situar la recompensa en el cielo. Con la religión la sociedad se evade y esto favorece, dice Marx, al status quo.
Un coetáneo de Marx, Ludwig Feuerbach, teorizó sobre la procedencia de Dios y, por ende, de la religión. Para este filósofo, los seres humanos hemos creado a Dios a nuestra imagen y semejanza. De la aspiración a la perfección y a una vida sin dolor, de estas pulsiones, hemos creado un Dios que represente estos anhelos. La creencia en la existencia de Dios es, en el fondo, una creencia en el ser humano. Pero una creencia incompleta porque en la medida que uno cree en Dios como ser superior, niega al ser humano.
A pesar de estas críticas, de todos los pensadores que han teorizado en contra de la existencia de Dios, el más feroz ha sido, sin duda, Friedrich Nietzsche. En la Gaya Ciencia, de 1882, Nietzsche pronunció su famosa frase: «Dios ha muerto». Para Nietzsche, Dios representa los valores de toda una civilización: la Verdad y el Bien. Estos valores ya no se sostienen y la sociedad europea se muestra decadente en un ambiente profundamente nihilista.
Es hora de cambiar estas creencias, dice Nietzsche. La moral cristiana, heredera del platonismo y su desprecio por el cuerpo, es una moral decadente que impide todo el potencial de la vida, el cuerpo y sus fuerzas. Será el Superhombre, dice Nietzsche, el que rechace toda moral heredada y cree sus propios valores, el que sea un artista con una capacidad creadora tan grande que pueda darse sus propia tablas de Moisés.
La religión mantiene al ser humano en un más allá que nunca llega y, además, desactiva cualquier oposición política al situar la recompensar en el cielo
Si Marx analizó sociológicamente la religión y Nietzsche lo hizo desde una perspectiva filosófica, Freud lo hará desde una visión psicoanalítica. Detrás de la religión, dice Freud, nos encontramos la culpabilidad originaria de la humanidad. «La religión —dice este autor— es una neurosis». Una neurosis colectiva que muestra que Dios en caso de existir, existe en nuestro inconsciente.
Desde el ateísmo, Sartre levantó toda su filosofía. En El existencialismo es un humanismo dice: «El existencialismo no es otra cosa que un esfuerzo por extraer todas las consecuencias de una postura atea coherente». Para el existencialismo de Sartre, que Dios exista no cambia nada porque el ser humano está solo en sus decisiones. No hay naturaleza humana, cada uno nos debemos construir a nosotros mismos.
¿Por qué, sin embargo, la creencia en la existencia de Dios está tan extendida? Para el científico y divulgador Richard Dawkins, hay un mal entendimiento de la aleatoriedad como mecanismo intrínseco de la evolución. En sus palabras, «la gente que niega la evolución dice cosas como: ¡Cuando vea a un mono que se convierte en hombre…’, pero jamás lo verán, porque eso lleva muchísimo tiempo».
Conclusión
En fin, muchos han sido los filósofos que han centrado sus esfuerzos intelectuales en afirmar o negar la existencia de Dios. El debate, lejos de ser una mera cuestión de fe, ha derramado ríos de tinta y ha surcado infinidad de argumentos racionales. Mientras que unos afirman que creer en Dios en la época de la ciencia es un disparate intelectual, otros sostienen que la ciencia no puede explicar las grandes preguntas y que, de esa incapacidad, nace nuestra angustia actual.
Se pueda o no se pueda demostrar la existencia de Dios, la convivencia entre ambas creencias es una realidad en nuestras sociedades. Despojarse de dogmatismos, escuchar al otro y convivir con quienes piensan distinto es, sin duda, la aspiración de una sociedad plural, moderna y tolerante.
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