Un clásico de la literatura es un libro que define a su tiempo. Es un texto que tiene muchas lecturas y que siempre deja una enseñanza. La evolución del pensamiento ha quedado impresa en extensos tratados filosóficos y también en la creación artística, en la pluma de grandes escritores. De la Edad Media al Renacimiento, de la Ilustración al Humanismo del siglo XIX, la filosofía política, la reflexión crítica y la literatura han confluido de muchas maneras y en distintos momentos. Un recorrido por la unión de filosofía y literatura de la mano de Laura Martínez Alarcón.
El pensamiento filosófico en la forma estética de narrativa, teatro o poesía puede revolucionar el mundo más de lo que creemos. Platón ya reconocía el poder subversivo de la palabra en la revuelta política. A lo largo de la historia, la trascendencia moral de la ficción literaria ha alcanzado cotas muy altas al dotar de mayor brío y vivacidad a la reflexión.
Pensamiento y ficción
En ocasiones, la línea que separa la filosofía de la literatura es borrosa y permeable, como señala Ignacio Gómez de Liaño en su libro Filosofía y ficción (Eda Libros), al poner sobre la mesa una pregunta: «¿Es La República de Platón una obra de ficción o de filosofía?». Comencemos por aceptar que no sólo esta puede abrazar elementos imaginativos en el desarrollo de sus ideas; también el artificio literario puede englobar asuntos que tienen que ver con aquella.
Ahora bien, ¿qué pasa si agregamos un tercer elemento, la política? Mientras la filosofía tiene que ver con el ser humano, la reflexión y el saber, la política se vincula con la polis, la comunidad de individuos que coincide en un objetivo: la creación de un sistema de normas que permita administrar los bienes del colectivo y garantice el bienestar común. Platón nunca desempeñó un cargo político en su tiempo —no fue capaz, según decía, de encontrar a otros con quienes compartir el peso del gobierno—, pero sí estaba convencido de que los filósofos podían enseñar a gobernar, a administrar e, incluso, a hacer la guerra. En la República, expuso su modelo de sociedad y la importancia fundamental de la educación.
Sin embargo, es muy probable que su alumno Aristóteles haya sido el primer gran pensador que vinculó ambas vertientes del quehacer humano al afirmar que «el hombre es un animal político». Desde entonces hasta nuestros días, la política no ha dejado de ser objeto de análisis y reflexión filosófica porque los grandes temas que la ocupan son los mismos de los que trata la filosofía, es decir, la libertad, la igualdad, la felicidad, la justicia… La humanidad no ha dejado de plantearse los mismas interrogantes. Las respuestas son y serán eternas asignaturas pendientes.
¡Ay, las ideas! Esas que se construyen a partir de luchas y cambios sociales y que han marcado épocas enteras. Ahí han estado presentes la literatura y la filosofía, cada cual a su modo o en total complicidad, para no dejar de cuestionar, criticar o poner en evidencia los fundamentos de nuestras certezas y nuestras miserias cotidianas
En estos tiempos de pandemia y dolor, regresar a los clásicos —esos que leímos con desgana cuando fuimos adolescentes y no supimos entender en su momento—, o bien acercarnos a ellos por primera vez, nos permite enriquecer nuestro pensamiento y comprender quiénes somos, de dónde venimos, hacía dónde nos encaminamos. En siglos anteriores, también sufrimos pestes, inundaciones, terremotos, guerras que transformaron para siempre la vida de las personas. De todo ello, la humanidad salió adelante, quizá hasta un poco más sabia.
A cada época la caracteriza sus circunstancias. En cada etapa, se manifiesta un cambio en la mirada de la sociedad hacia sí misma y hacia el mundo que la rodea. Así ocurrió en la primera gran revolución cultural de Europa, el paso de la Edad Media al Renacimiento, o durante los agitados siglos de la Ilustración y la Revolución industrial.
Lo dijo Victor Hugo: «Las que conducen y arrastran al mundo no son las máquinas, sino las ideas». ¡Ay, las ideas! Esas que se construyen a partir de luchas y cambios sociales y que han marcado épocas enteras. Ahí han estado presentes la literatura y la filosofía, cada cual a su modo o en total complicidad, para no dejar de cuestionar, criticar o poner en evidencia los fundamentos de nuestras certezas y nuestras miserias cotidianas.
De la Edad Media a descubrir la condición humana
Tras varios siglos de creer que Dios era la medida de todo, se pensó que la realidad era otra. De un mundo teocéntrico, el hombre pasó a ser el centro del mundo. Este cambio no se dio de la noche a la mañana, no terminó un año para empezar en otro. Las fechas exactas sólo pertenecen al imaginario de los libros de texto de la escuela primaria. Distintas maneras de concebir el mundo se fueron solapando a medida que pasaban décadas y siglos. Numerosas guerras, distintos contextos, diferentes modos de percibir el poder fueron dejando su impronta. Los movimientos sociales, económicos y culturales fueron abriendo puertas y ventanas, mientras la mano de la naturaleza, de vez en cuando, también se dejaba sentir. La terrible epidemia de peste negra que asoló gran parte de Europa en 1348 sirvió de telón de fondo para que Giovanni Boccaccio (1313-1375) escribiera su Decamerón, la primera obra en prosa escrita en lengua toscana (precursora del italiano), lo que ya constituía toda una declaración de principios. La sensibilidad comenzaba a ser otra.
Escrita entre 1351 y 1353, el Decamerón aborda temas como el amor, la fortuna, el poder, la corrupción o el ingenio. Algunos estudiosos la consideran una de las primeras obras humanistas al desligarse de temas religiosos y espirituales y concentrarse en la condición humana. Como indica el filólogo Ernesto Filardi en su serie de artículos Clásicos que deberías leer aunque te digan que deberías leerlos (publicados en Jotdown), «Boccaccio nos plantea la posibilidad de que hombres y mujeres sean iguales y felices por ello; que el poderoso sea elegido en armonía, que este comprenda que su labor es promover la felicidad de sus súbditos para que esa armonía no se rompa. Y, de paso, recordarnos que la libertad individual (incluso rozando la anarquía) debe ser un elemento sine qua non para alcanzar la estabilidad social». Un claro ejemplo de filosofía política a través de la ficción.
También sugiere el Decamerón otras ideas avanzadas para su época, como que todo es relativo, nada es absoluto, que las cosas no tienen ya estabilidad alguna y que estas no son buenas ni malas, todo depende de cómo se utilizan. El carpe diem está presente a cada momento, lo mismo que las salidas ocurrentes y perspicaces de sus jóvenes protagonistas.
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