Hoy el Greco es considerado uno de los más grandes pintores de la historia, pero no siempre fue así. Siglos después de su muerte, se le veía como un pintor extravagante y poco valorado en la historia del arte. El 1 de octubre es el aniversario de su nacimiento, en 1541.
Domenikos Theotokópulos (1541-1614), que pasaría a la historia del arte con el sobrenombre de El Greco, nació en Creta (Grecia) en la ciudad de Candía (actual Heraklion), cuando la isla formaba parte de la República de Venecia. Es allí donde conoce el arte de la pintura y el arte bizantino de los iconos, de donde sacaría la profundidad religiosa y simbólica de sus composiciones. Sin embargo, con 26 años, el joven decide aprender nuevas técnicas, para lo que viajará a la que será su primera parada dentro del proceso de aprendizaje de la pintura renacentista: Venecia. Allí asume a Tiziano y Tintoretto y toma elementos propios que se plasmarán en su pintura: el gusto por ciertos colores, la pincelada pastosa, los fondos escenográficos, etc. Años después acudirá a Roma, donde estudiará el manierismo de Miguel Ángel, con sus desnudos y sus formas nerviosas, que él interpretará de manera autónoma.
El Greco, rechazado por falta de devoción
Pero su momento decisivo llegaría más tarde, en España. Aquí acude ante la llamada de Felipe II, que buscaba pintores para decorar el Monasterio de El Escorial, la gran obra arquitectónica de su reinado. El rey encargó a Domenikos un cuadro del martirio de San Mauricio…, que fue rechazado: en su cristianismo exacerbado, el monarca consideró que la obra no representaba con suficiente claridad la muerte y el sufrimiento del santo, por lo que no alcanzaba el grado de devoción y culto que el mismo merecía.
El estilo de El Greco, personalísimo, demostró estar avanzado a su tiempo
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Una gran producción
El Greco decide entonces trasladarse a Toledo, que, pese a haber perdido parte de su esplendor al pasar la capitalidad a Madrid por orden de Felipe II, le ofreció pronto una destacada clientela, haciéndose con el mercado artístico de la urbe. Buscado por la poderosa iglesia católica y convertido en uno de los favoritos de los mecenas locales, pudo permitirse mantener un gran taller de fecunda y muy variada producción.
Uno de sus primeros encargos es el que le hizo el cabildo de la ciudad, que le solicita que represente a Cristo antes de ser despojado de sus ropas en la cruz, para la sacristía de la catedral toledana. De ahí surge El expolio de Cristo, donde se aprecia una de las principales características de su obra: la total libertad. Domenikos hace una nueva visión del tema, colocando a Jesús en el centro de la composición y acentuando su papel vestido con una túnica de rojo intenso. Similares características mostrará en otras de sus obras más importantes, como El entierro del Conde de Orgaz para la parroquia de Santo Tomé, que quería conmemorar la muerte del citado conde, benefactor del templo.
Lo onírico y lo real se funden a la perfección en la obra de El Greco
Dos mundos: el terrenal y el celestial
Tomando de nuevo su propio camino, el Greco muestra en El entierro del Conde de Orgaz, en dos partes bien diferenciadas, el mundo terrenal y el mundo celestial. El primero, en la parte superior, muestra a Cristo y al Conde Orgaz en una composición llena de dinamismo y luminosidad. Mientras, en la parte inferior, se nos muestra el entierro terrenal, en el que San Esteban y San Agustín dan sepultura a Don Gonzalo Ruiz de Toledo, el señor de la villa de Orgaz. Esta sección tiene un tono más oscuro y fúnebre, con ricos detalles que destacan varias características de las pinturas de El Greco, como los rostros de los asistentes reales al sepelio, retratados con verdadera maestría, y sobre todo el gusto por el contraste de todo el cuadro, donde lo onírico y lo real se funden a la perfección.
El legado de El Greco
Con el paso de los años, la pintura de El Greco se fue haciendo más abstracta y personal, lo que le acercó a las corrientes de la Europa contemporánea que no dudaron en mencionar su influencia. Su estilo dio paso a figuras exageradamente esbeltas, con luminosidad propia. Delgadas y terriblemente expresivas, estas hacían de la pintura de El Greco algo sumamente original, lo cual no fue apreciado hasta varios siglos después. Hoy pueden verse muchas de sus obras en el Museo del Prado, de Madrid, que en 2019 está celebrando sus 200 años. Para la historia fue más bien un pintor excéntrico pese a su indudable éxito en vida, y fue ya en el siglo XX que su huella empezó a reconocerse como lo que es hoy: uno de los más grandes pintores que ha dado Occidente.
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